[Ad Lucilium epistolarum moralium libri XX]. La primera, en orden al tiempo, de las tres principales obras del estoicismo romano (las otras dos son el Enquiridión o Manual (v.) de Epicteto y los Soliloquios (v.) de Marco Aurelio).
Estas 124 cartas fueron compuestas por Lucio Anneo Séneca (4? a. de C.-68 d. de C.) entre los años 62 y 65 y dispuestas en varios libros de los cuales nos quedan 20. Los tres primeros forman una unidad por sí solos: en el primero se trata de la conducta de la vida, en el segundo de la felicidad, en el tercero de los obstáculos que se oponen al estudio de la filosofía. Dirigidas a su amigo Lucilio el joven, poeta diez años más joven que Séneca, estas cartas tratan temas de ética práctica y contienen el fruto de una vasta y profunda experiencia de la vida. Siguiendo las normas de la moral estoica, el autor inicia a su amigo en el logro de la felicidad: sólo la filosofía puede llevarnos a un sereno equilibrio; porque nos hace superiores a todos los deseos y nos guía a la virtud, único y supremo bien del mundo.
Pero la filosofía es a la vez contemplativa y activa: la contemplación nos permite juzgar las cosas independientemente de nosotros, en su verdad eterna; la acción nos lleva a realizar en nuestra vida aquella verdad que es armonía, fraternidad entre todas las criaturas y lucha contra el mal, que es sobre todo el dolor. Así en el estoicismo de Séneca se incluyen elementos platónicos y motivos afines al Cristianismo, que en aquellos años empezaba a difundirse en Roma. El hombre fuerte no se abate ante las desventuras y afronta la muerte sin temblar, sabiendo que es una ley necesaria de la naturaleza, extremo remedio para todos los males. Sin cuidar del aplauso ni de las invectivas del vulgo, el sabio — en el cual el autor traza su propio retrato ideal— soporta con resignación las adversidades, únicamente satisfecho con la aprobación de su propia conciencia; despreciando las riquezas terrenales, se mantiene espiritualmente desnudo como desnudo está también Dios. De este motivo surgió la leyenda de la conversión de Séneca al cristianismo y de su correspondencia epistolar con San Pablo.
Séneca se proponía recoger en estas cartas su filosofía, su experiencia, su sabiduría y su dolor. Busca la verdad en todos los filósofos; adversario del tecnicismo filosófico, disputa con Sócrates, duda con Carneades, se serena con Epicuro, vence a la naturaleza humana con los estoicos, la rebasa con los cínicos, y procede hacia una concreción personal que puede ser estoica, convertirse en epicúrea y parecer incluso cristiana. Puesto que la muerte representa la necesidad suprema, el hombre, que sabe que debe morir, supera todos los obstáculos de la vida y goza de la perfecta independencia que la naturaleza le ha querido asignar al condenarle a muerte; ante los golpes de la suerte y de los hombres, encuentra un refugio inexpugnable en la tranquilidad de su espíritu, cuando llega al contacto con las cosas eternas.
El paganismo teológicamente quietista de Séneca ha terminado: ahora nos hallamos cerca del Cristianismo, de su esencia positivamente mística y de la feliz fórmula evangélica, mixta de religiosidad y humanidad. Pero contrariamente al Cristianismo, la doctrina de Séneca no se dirige a la multitud, sino al individuo; no habla a la turba, sino a quien siente la necesidad de encontrar en sí el punto de unión con el Universo. [La primera traducción castellana, titulada Las Epístolas de Séneca, es de Pedro Díaz de Toledo (Zaragoza, 1496), y fue varias veces reimpresa durante el siglo XVI. La mejor traducción moderna es la de Francisco Navarro y Calvo con el título de Epístolas morales (Madrid, 1884-1913) y posteriormente la de Lorenzo Riber en Obras completas (Madrid, 1943)].
P. Operti