Colección de ocho volúmenes de ensayos del gran filósofo español publicados entre 1916 y 1934. Aparecieron sin periodicidad, en pequeños tomos con varios estudios cada uno, sin unidad de tema. «Es obra íntima para lectores de intimidad, que no aspira ni desea el «gran público», que debería, en rigor, aparecer manuscrita. En estas páginas, ideas, teorías y comentarios, se presentan con el carácter de peripecias y aventuras personales del autor».
El Espectador se dirige a lectores ansiosos de verdad, capaces de contemplar, de interesarse por la realidad misma, con un trozo de su alma libre de política, lectores meditabundos y sin prisa, «advertidos de que toda opinión justa es larga de expresar» El Espectador es «un libro escrito en voz baja». El Espectador, bajo la enorme variedad de sus temas, oculta siempre una actitud filosófica; su primer ensayo, «Verdad y perspectiva», es una formulación del perspectivismo orteguiano, como superación del racionalismo y del relativismo. La perspectiva es una componente de la realidad; no es su deformación, sino su organización; la fidelidad a la perspectiva (histórica e individual) es la condición del logro de la verdad, que sólo puede descubrirse desde un punto de vista determinado y concreto. La circunstancialidad de la obra de Ortega, ya afirmada en las Meditaciones del Quijote (v.), se mantiene a lo largo de todo El Espectador.
En esa filosofía subyacente estriba la unidad de la obra, a pesar de su increíble riqueza de temas. Hay relatos y comentarios de viaje — «Tierras de Castilla», «Notas de andar y ver», «Temas de viaje», «Notas del vago estío» —; estudios literarios — «Leyendo el Adolfo, libro de amor», «Ideas sobre Pío Baroja», «Azorín —Primores de lo vulgar», «Tiempo, distancia y forma en el arte de Proust» —; reflexiones sobre arte —«Estética en el tranvía», «Tres cuadros del vino», «Muerte y resurrección», «Los hermanos Zubiaurre», «Meditación del Escorial», «Para una ciencia del traje popular» —; ensayos filosóficos — «Verdad y perspectiva», «Conciencia, objeto y las tres distancias de éste», «Biología y pedagogía», «Las dos grandes metáforas», «Conversación en el golf o la idea del dharma», «Vitalidad, alma, espíritu», «Dios a la vista», «Para un museo romántico», «Sobre la expresión fenómeno cósmico», «El origen deportivo del Estado», «Abenjalfún nos revela el secreto» —; comentarios de historia y política —«Democracia morbosa», «Fraseología y sinceridad», «Sobre el fascismo — Sine ira et studio», «La interpretación bélica de la historia», «El genio de la guerra y la guerra alemana», «Hegel y América», «Intimidades» (sobre la Argentina), «Socialización del hombre» —.
Los ensayos de El Espectador, como en general todos los artículos de Ortega, tienen independencia y autonomía, pero en todos ellos se encuentra apuntada — muy brevemente — una doctrina filosófica o interpretación de la realidad, a la luz de la cual se articulan. El Espectador es, en cierto sentido, lo más característico de la obra de Ortega: aparente dispersión, inagotable variedad de temas e incitaciones, visiones directas de lo real, voluntad de estilo, talento verbal e imaginación metafórica; y tras esa apariencia, un pensamiento sumamente coherente y unitario, en vista del cual se articulan todas las piezas dispersas y forman un conjunto, no ya orgánico, sino estrictamente sistemático. Este sistema no está impuesto por la voluntad del pensador, como entre los idealistas alemanes del primer tercio del siglo XIX, sino más bien al contrario, el pensador se ve obligado a él, porque dimana de la estructura sistemática de la realidad misma, tal como la descubre. Es el sistemático «malgré lui».
La idea de la vida humana como diálogo dinámico entre el yo y las cosas — «yo soy yo y mi circunstancia»—, como invención, proyecto o faena poética, la superación del error parcial del realismo y del idealismo, conservando su parcial justificación, la definición de la vida —en 1924— como quehacer y ocupación con el mundo — «Vivir es; de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él»—, la teoría de la metáfora como método de aprehensión de la realidad, son porciones esenciales de la filosofía de Ortega que se formulan en los escritos de El Espectador. Y junto a ello, el comentario de los sucesos inmediatos, un espectáculo, un acontecimiento político, una obra artística o literaria, un paisaje, para extraer de ellos su sentido, para llevar, más allá de ellos, a una comprensión del mundo y, en particular, del mundo actual.
El ensayo «Dios a la vista», por último, anuncia en 1926 la irrupción del tema de Dios en el pensamiento actual y muestra cómo toda perspectiva agnóstica es mutilada, incompleta, cómo no es posible contentarse con los primeros planos, sino que todo conocimiento y toda ciencia, cuando se lleva a sus últimas consecuencias, conduce a plantear las cuestiones últimas, y por tanto el gran tema de Dios. La influencia de El Espectador, obra de enorme difusión en España e Hispanoamérica, ha sido muy grande, porque todos han encontrado en esta obra incitaciones e ideas precisas acerca de sus temas personales, a la vez que el ejemplo de una disciplina mental rigurosa unida a la perfección literaria y a la fruición del estilo, utilizado como instrumento de comprensión y de comunicación y persuasión íntima.
J. Marías