[Atheismus triumphatus]. Obra apologética de filosofía y teología de Tommaso Campanella (1568- 1639), compuesto, en primera redacción, en 1605 (en la cárcel de San Telmo), en italiano, con el título: Reconocimiento filosófico de la verdadera y universal religión contra el anticristianismo y maquiavelismo [Riconoscimento filosofico della vera universale religione contro Vanticristianesimo e machiavellismo], retocada y publicada en latín en 1630 con un título sugerido por Gaspar Scioppio Atheismus triumphatus; reimpresa en París en 1636 junto con otros dos opúsculos.
Escrita en primera persona, y dirigida a los adversarios con vivos apostrofes, esta obra es bastante característica del estilo de Campanella, por la originalidad, a menudo extravagante, de las observaciones que bullen por toda ella y con las que reaviva viejos temas sacados del arsenal de la filosofía y la teología; con una simplicidad e ingenuidad inductiva que a veces deja suspenso el juicio sobre el valor de la obra. Por ejemplo, en el capítulo tercero sobre la «vía segurísima para poder llegar a la verdadera razón divina», después de observaciones desligadas y a menudo arbitrarias sobre teologismo natural, inesperadamente realiza la inducción de que «existen una Sabiduría y Razón supremas, de donde derivan todo conocimiento de los seres y de todas las artes. Pues también el instinto supone el impulso de una causa que conozca el fin a que tiende, y por tanto una causa racional y que no es verosímil que en ella falte el Todo». Campanella toca por tanto aquí los nuevos argumentos de una religión comunísima a todas las naciones, y por tanto natural. Observaciones y puntos de vista originales, si no todos profundos, presentan el argumento de la Providencia y el de «la inexistencia del mal como ser en sí» en cuyas observaciones tienen amplia aplicación los conocidos puntos de vista fundamentales del autor, que la muerte sólo es mutación, que en Dios todo vive y del mundo nada se pierde; que en todos los seres es innato el amor de su propia conservación, que aleja de ellos el deseo de transformarse; que el dolor tiene como fin preservar a los seres en estado de cumplir la misión que a cada uno le ha sido asignada haciéndoles huir de la muerte.
Entre los argumentos de la espiritualidad y la inmortalidad del alma se halla uno tomado «de la existencia del pudor», que es indicio de «angélica excelencia»; otro, basado en la «experiencia de los otros y la suya propia», acerca de los ángeles. Si ángeles y demonios se disputan el dominio de nuestra alma, es claro que somos inmortales y deseados compañeros de los unos y de los otros; pero en relación con este asunto, Campanella se remite a sus obras de metafísica, física y teología. Entre los más interesantes por la vivacidad y elocuencia apologética y polémica, están los capítulos décimo y decimoctavo, en los que el sepultado en el calabozo de S. Telmo, proclama «que la ley de Cristo, tiene como primer fundamento y primera razón de ser, la caridad»; que «todas las naciones son en cierto sentido cristianas, porque cuando profesan el deseo de querer vivir conforme a razón, aunque ignoren a Cristo, buscan a Cristo, porque buscan lo que de hecho sólo puede hallarse en su ley»; que «los seudopolíticos», «el vulgo maquiavélico», los que no conciben la existencia de un estado en el que se observen los preceptos de Cristo que prohíbe la violencia e impone el perdón de las ofensas y el hacer el bien a los enemigos, que prohíbe juzgar a los demás, jurar, atesorar, etc.; confundiendo la fortaleza de ánimo con la cobardía «no han comprendido el secreto, desconocido para Maquiavelo, sobre el arte divina de cautivar a las almas de los hombres»; que la excelencia del hombre no consiste en la victoria de las armas por superioridad de fuerza física, «superioridad bestial», sino en la excelencia racional y moral. Examina después cada una de las «utopías» del «Sermón de la Montaña» de Jesús, y muestra el carácter realista de las mismas.
Por ejemplo, del precepto de «no acumular tesoros» dice que justamente de la codicia provienen los odios entre ricos y pobres y los vicios que llevan consigo la riqueza y la miseria, en tanto que la «república abunda en bienes suficientes para todos; si se distribuyen equitativamente entre la comunidad, según la capacidad, oficios, trabajos y artes, o se transfiera a la propia comunidad la posesión de los bienes eliminando la posibilidad de la existencia de hijos de ricos, ociosos y viciosos, etc.». Apéndice a toda la obra, es la cerrada polémica en dos capítulos, contra Maquiavelo, representado por un admirador suyo, en la que muestra que «Maquiavelo fue ignorantísimo en todas las ciencias, exceptuada la historia humana, y que examinó la política no al modo científico, sino con ojos de práctico astuto y experto; que quien le sigue y le prefiere a la verdadera filosofía de los santos, es un niño que prefiere a las medicinas del médico, las golosinas del cocinero; con la consecuencia de perderse pronto a sí mismo, o perder a sus hijos, al reino y la vida».
G. Pioli