Lucio Pomponio (siglos II a I a. de C.) nacido en Bolonia, pero de sangre latina, compuso setenta atelanas no muy diferentes de las Atelanas de Novio (v.), y en las cuales también reaparecen sus figuras típicas: Pappus (v.) el viejo bobo, Maccus (v.) el glotón, Bucco (v.) el charlador, Dossenus (v.) el jorobadito astuto.
Son Atelanas de Pomponio: Bucco gladiador, Bucco adoptado, Maccus, Los dos Maccus gemelos, Maccus disfrazado de muchacha, Pappus agrimensor, Pappus rechazado en las elecciones, La hernia de Pappus, La Novia de Pappus. En otras producciones el personaje cómico no figuraba en el título pero con sus chistes y bufonerías dominaba la escena: Los hermanos, El guardián del templo, Agamenón, hijo espurio, Los medianeros, El juicio de las armas, El arúspice, Los asnos, El augur, Los Campamos, La cabrita, La tocadora de lira, El consorcio, La concha, Los pactos, El pequeño sello, La paga del lavandera, El rico, El siervo en dote, La muchacha con dote, La cárcel, Los lavanderos, Los galos transalpinos, El aspirante a heredero, El primero de marzo, El lar familiar, El mediador, El cerdo, Mevia, Marsias, El médico, Las bodas, Los viejos muchachos, Los parsimoniosos, El tío paterno, La Filosofía, Los pintores, Los pescadores, El molinero, La mancebía, Las fiestas de Minerva, El hombre del campo, Los acompañantes de niños, Las escobas, El cerdo enfermo, El cerdo sano, Los criados, La vaca o la bolsa, El plato lleno, El escardillo, El dragón que petrifica, El magistrado encargado de la moralidad pública, El otro pregonero, La cerda parida, La hogaza, La muchacha pura. Los títulos nos pueden ilustrar mucho más que los fragmentos que poseemos, los cuales no llegan a los doscientos versos.
Se trata de un teatro de figurones que, aunque ya aclimatado en Roma, no había perdido la costumbre de su trato con el ambiente y el personaje rústico. Demasiado a menudo el interés escénico se concentra en un animal del campo: la vaca, el cerdo no castrado, el marrano, el asno, la cabra: demasiado a menudo la terminología zoológica es precisa, abundante y apropiada: el propio animal es definido con exactitud según su edad, sus propiedades, su estado fisiológico; los personajes que hablan de ellos, son campesinos, que, quizás han ido sólo por un día a la ciudad en ocasión del mercado. Pero este sano perfume de campiña de un paisaje no tocado por la civilización y la refinada sociedad humana, no debe engañarnos. Se trata siempre de un juego, no sólo escénico sino también político, esto es, de representar (cuanto más candente se debatía el problema de los itálicos, cuando ya se habían roto las hostilidades entre Roma y el elemento no latino de Italia) los usos y costumbres de los buenos rústicos de toda Italia, que, después de haber participado en todas las fatigas de las guerras para la conquista del imperio mediterráneo de Roma, eran ahora excluidos de ella; es más, despreciados y escarnecidos por sus antiguos y prepotentes aliados.
F. Della Corte