Opúsculo del pintor y poeta sevillano, publicado en Madrid en 1623. Refutación doctrinal de la escuela culterana, puede ser considerado, a pesar de sus pretensiones clasicistas, como el manifiesto teórico del conceptismo. Después de la feroz diatriba anti gongorina contenida en el Antídoto contra las Soledades, Jáuregui emprende en esta obra un análisis metódico de los principios estéticos en que se inspira la nueva escuela, soslayando adrede cualquier alusión personal contra Góngora que pudiera desviar su ataque del plano estrictamente intelectual y estético en que plantea el problema.
Para ello divide la obra en seis partes o capítulos, consagrados a analizar las causas de la corrupción de la nueva poesía, los medios con que se yerra, los defectos en que incurre, los daños que ocasiona y los vicios que la distinguen, con una erudición y saber crítico realmente excepcionales. En este aspecto el Discurso poético de Jáuregui es la primera refutación doctrinal del culteranismo basada en un riguroso análisis de sus principios y en una negación tajante de las teorías poéticas en que se inspira. En rigor estricto, Jáuregui es el único de los preceptistas españoles del siglo XVII que se enfrenta con la renovación poética del gongorismo con un criterio cerradamente clásico, y ello le impulsa a rebatir en su integridad los principios generadores de la nueva escuela procedentes del Brócense y Herrera y extremados por Carrillo en su Libro de la Erudición Poética.
Aunque por su vasta erudición clásica y humanística, Jáuregui tiene forzosamente que aceptar buena parte de los principios en que se basa el culteranismo que Carrillo asentó sobre la autoridad de los preceptistas clásicos, su actitud intransigente y sectaria le impide reconocer sus aciertos y le induce a censurar sus defectos reprobando el abuso excesivo de recursos que podrían ser lícitos y especialmente el vicio de la oscuridad que procede de la índole y disposición de las palabras. Como consecuencia de esta actitud, Jáuregui se ve forzado a extremar su actitud anti retórica, valorando la importancia preeminente del concepto sobre las palabras, del pensamiento sobre la expresión, y atribuyendo al propio tiempo a Góngora y a la escuela culterana una tendencia exclusiva hacia el énfasis retórico y la pura vaciedad formal carente del menor contenido intelectual y estético.
Al establecer esta separación tajante entre el fondo y la forma, entre el concepto y la expresión, Jáuregui sienta las bases de la posterior distinción entre conceptismo y culteranismo, absolutamente ignorada por él, que, frente al barroquismo estético de Carrillo, adopta una postura netamente anti barroca. Y así, mientras el Libro de la Erudición Poética de Carrillo, por su defensa de la dificultad docta, del estilo elevado y culto, de la poesía hermética y oscura cuya difícil comprensión pretende deleitar el entendimiento del lector docto, avivando su ingenio y agudeza, es el verdadero manifiesto de la poesía barroca, que contiene a la vez los principios de la escuela conceptista y culterana, el Discurso Poético de Jáuregui, por su reprobación de la oscuridad y hermetismo, por su culto de la templanza y moderación en el lenguaje y su defensa de la claridad formal, que sólo admite la dificultad y elevación en los conceptos, es el manifiesto de la reacción clásica severamente anti barroca, de la que paradójicamente extrajeron sus armas, no sólo los detractores de la escuela culterana, sino también los partidarios de la manera conceptista.
A. Vilanova