[Discours á la Nation Européenne]. Obra polémica publicada en París en 1933. Benda permanece aquí inquebrantable en su culto al Absoluto. Es en la Traición de los intelectuales donde tomó posición a este respecto. En su Discurso a la Nación Europea, Benda trata siempre del problema del porvenir espiritual, pero enfrentándolo con el problema político. Estima que Europa debe hacerse antes de que. sea demasiado tarde. Apenas podrá ella llegar a ser algo si no es a condición de adoptar un cierto sistema de valores morales que son trascendentes a la economía. De lo contrario, dice, realiza el proceso del marxismo para volver a Platón.
Tras lo cual, el autor prosigue: esta voluntad de hacer Europa ¿es única de nuestro tiempo? De ningún modo, responde. Toda la historia nos lo prueba. Muchas tentativas de una unificación de Europa se hicieron en el pasado: Justiniano, Carlomagno, Carlos y Napoleón, sin olvidar a los Hohenstaufen y al Papa Inocencio III. Ahora bien, todas sin excepción han sido condenadas al fracaso. ¿Por qué? Porque la unificación quiso ser realizada por tiranos: se quiso unificar el alma de Europa por medios militares. Es cierto, nota el autor, que si hubiesen mostrado mayor comprensión habrían no obstante alcanzado los mismos resultados, porque Europa, de sí, quería estar desunida.
Esta voluntad de secesión alcanza su apogeo al despertar del siglo XX. Ahora, gracias a Dios, proclama Benda a continuación, existe la idea de Europa. Sí, Europa ha sufrido demasiado con la desunión para desearla todavía. Para acelerar la eclosión de la idea europea, propone el autor apoyarse en una clase de hombres libres de todo lazo, «los hombres que piensan fuera de todo nacionalismo». Erasmo es el tipo más completo de esta clase de hombres: holandés que vivió en Venecia y se expresó en latín. Según Benda no se podría glorificar nunca lo bastante a Erasmo. Esta posición lleva a condenar a Maquiavelo y sus seguidores, dicho de otro modo, a los creadores de las soberanías, nacionales.
Toda la obra filosófica del siglo XIX es a este respecto particularmente nociva, pues tiende a divinizar lo nacional. Analizando el proceso de Nietzsche, de Fichte, de Sorel y de algunos otros, Benda observa que han honrado la teología platónica. ¿Cuáles son los enemigos de Europa? Benda no duda en responder: todos los fanáticos de lo real. Incluso aquellos que siguen la religión del heroísmo, los artistas, los campeones del orden, etc.
Un último punto: sería vano esperar que las naciones pudiesen construir Europa manteniendo sus ligaduras con sus respectivas personalidades. Como ella, todo deberá guardarse de ser un nuevo nacionalismo. En cualquier caso, quiérase o no, «ella será una victoria de lo abstracto sobre lo concreto…». «No podrá realizarse si no es por un renunciamiento del hombre a sí mismo…» «No tendrá un alcance moral si, lejos de considerarse un fin en sí misma, no se considera un momento de nuestro retorno a Dios». Si se puede hacer un reproche a este tipo de crítica, éste es el de simplificar excesivamente los datos de este problema que plantea la vieja Europa. Benda sigue siendo siempre un espíritu dogmático. Teniendo conciencia de que se dirige a los hombres de buena voluntad, cree que es su deber guiarles hacia todo aquello que es absoluto.