[De anima]. Obra filosófica en tres libros del filósofo, teólogo, místico alemán San Alberto Magno (Albert von Bollstaedt, 1206-1280), compuesta hacia 1260; concebida como comentario a la obra inmortal de Aristóteles Del Alma (v.). Después de su obra enciclopédica acerca de las ciencias naturales, se vuelve aquí hacia el estudio del alma, porque la psicología contribuye al conocimiento no sólo de la naturaleza, basado en la comprensión del alma, sino también de las ciencias divinas; hasta la santidad se apoya en su testimonio («principia sunt nobis innata»). La esencia del alma consiente en ser substancia incorpórea y principio del movimiento; en efecto, en la magia el autor mismo ha visto; «ángeles o demonios provistos de un cuerpo, y almas privadas de él, trasladarse de un lado a otro». No admite que el alma de las plantas y de los animales sea transmitida por los que las engendran, pues no es posible la división del alma. Su alma está sólo en potencia en el germen y, a diferencia del alma intelectual, perece con el cuerpo. Centro de todos los sentidos es el «sentido común» que reside en el cerebro anterior donde convergen los nervios sensibles. La residencia de la memoria está, en cambio, en la parte posterior del cerebro, mientras la fantasía está puesta en el centro del cerebro medio, en cuya primera parte reside la inteligencia. San Alberto sabe que las cualidades supranormales, están vinculadas al alejamiento de las cosas sensibles, a la vida en soledad, a la abstención de los deleites carnales, que paralizan los influjos celestes.
El instinto animal puede producir construcciones admirables, pero no variadas como las de la razón humana; pero Aristóteles se equivoca al negar a las hormigas y a las abejas la imaginación. Raramente soñamos olores; son las formas y los colores los que se imprimen más en la fantasía, porque están cargados de sentimiento. Lo que en el alma humana es más admirable, es que el hombre desea conocer por sí. El alma no muere con el cuerpo, ni ha preexistido a él. Sus tres funciones: vegetativa, sensitiva e intelictiva, están en potencia en un alma sola, aunque ésta no las utilice todas en igual grado. En el tercer libro vuelve sobre las controversias, ya tratadas en su obra acerca de la Unidad del intelecto (v.) contra los averroistas, pero con mayor severidad. La teoría del intelecto separado que ilumine a los hombres por irradiación, anterior al individuo y sobreviniéndole, le parece ahora un error absurdo y detestable. Puesto que el intelecto es «la forma» individuante del hombre, si muchos individuos participasen en un mismo intelecto, resultaría que muchos individuos de la misma especie participarían en la misma «forma» o principio individuante, lo cual es absurdo. El intelecto «activo» de Aristóteles no es, pues, distinguible del alma sino por abstracción. Pero con igual fuerza Alberto se levanta contra los «filósofos latinos» esto es, los escolásticos contemporáneos suyos, que, exagerando el principio de individualidad, admiten la existencia de tantos entendimientos cuantos son los seres inteligentes y niegan una razón universal. Así Alberto amplía y corrige la psicología de Aristóteles con observaciones personales, basándose en largos estudios efectuados por él acerca de los fenómenos principales de los seres vivientes y en los cuales, sobre todo, consiste la originalidad de su figura en la cultura medieval.
G. Pioli