Es el principal tratado de Aristóteles (384-322 a. de C.) acerca del problema del alma, en tres libros. En el primero resuelve la cuestión metodológica preliminar afirmando que el mejor procedimiento para el estudio del alma, principio de los animales, consiste en llevar la investigación tratando, antes que del alma en sí o en sus partes o funciones, de sus determinaciones accidentales como se presentan a nosotros en particular: esto hará más fácil y concreta la comprensión metafísica de la esencia del alma. Después de observar que todo lo animado pareció a los filósofos precedentes, distinguirse por uno o más de los siguientes caracteres, el movimiento, el sentido, y la incorporeidad, pasa a confutar las diversas opiniones por su unilateralidad. En el segundo libro se da una primera definición del alma como «forma de un cuerpo natural que tenga la vida en potencia». És determinado ulteriormente «como principio de un cuerpo natural orgánico»; definición en la que se pone de relieve la capacidad del alma para cumplir varias funciones. El alma, pues, con excepción, según parece, del intelecto, que no es facultad que mueva al cuerpo, no puede separarse del cuerpo, su órgano. Procediendo después a distinguir las varias funciones o potencias del alma, se debe reconocer en primer lugar la vegetativa, que en las plantas se encuentra sola; después la sensitiva, que en los animales se añade a la primera; finalmente la intelectiva que en los hombres se añade a las dos precedentes. Pero no se trata (exceptuando tal vez el alma intelectiva) de partes separables: se distinguen sólo conceptualmente y las superiores presuponen las inferiores.
Aristóteles divide el alma vegetativa en nutritiva y generativa: por ésta última los seres inferiores participan en lo eterno y divino realizando la unidad de la especie. Siguen el tratado de los problemas particulares acerca de la nutrición, heredados de la filosofía presocrática, como el de si la nutrición se realiza por los contrarios o por los semejantes, y un complejo análisis de la función sensitiva. Por esta doctrina, tanto lo sintiente como lo sensible, son distinguidos en actuales y potenciales; de semejantes entre sí cuando aún no han llegado al acto, sintiente y sensible se asimilan en la actualización. En cuanto a los sensibles «per se» se subdividen en «comunes» (movimiento, quietud, número, magnitud, etc.) y «propios» (color, sabor, olor, etc.): acerca de éstos es imposible el error; son siempre verdaderos. Después de haber examinado en particular los cinco sentidos, Aristóteles trata de la naturaleza de la sensación en general, diciendo que el sentido recibe las «formas sensibles» sin la materia, como la cera recibe la impresión del sello sin recibir la materia de que está compuesto; tesis coherente con el dualismo fundamental de la posición aristotélica, y aquí afirmada para evitar los peligros del heraclitismo; si nosotros, al sentir, nos uniéramos, incluso materialmente, con lo sentido, seríamos, con el cambiar de las sensaciones, continuamente destruidos y rehechos. Sigue el importantísimo tratado (cuya fuente remonta al Teeteto, v.) del llamado sentido común, al cual se refiere cada sentido en particular y que tiene la función «de sentir que se siente», y también de juzgar y unir sensaciones diversas, como cuando sentimos que algo es blanco y al mismo tiempo dulce. Del sentido se deriva otra función, intermedia entre el sentido y el pensamiento: la imaginación.
El intelecto, es pensado, análogamente con el sentido: hay los inteligibles, hay el intelecto que piensa, y que es en potencia, los mismos inteligibles; no tiene, sin embargo, ninguno en acto, antes de pensarlos, «como en una tablilla en que todavía no se ha escrito». Sigue, en el célebre y discutidísimo capítulo V, la distinción del intelecto en activo y pasivo: el primero parece ser justamente «una cierta luz» capaz de hacer pasar el intelecto pasivo (o posible) de la potencia al acto de conocer; y mientras el intelecto pasivo es corruptible, él solamente parece estar separado, impasible, sin mezcla, inmortal y eterno. El intelecto, sería por esto tanta la actualidad alcanzada por el pensamiento, como la energía que lleva al propio pensamiento de la potencia al acto, equívoco que determinó tantas divergencias entre los comentadores. Sigue el tratado de la función locomotriz, explicada por una colaboración del intelecto en cuanto práctico y del apetito; en el animal perfecto que es el hombre, de un fin general proporcionado por la tendencia se va a concluir por medio de la fantasía deliberativa, a la acción concreta. La obra se cierra después de haber tratado de la distribución de las diversas potencias del alma en los vivientes. Ha sido ésta, entre las obras filosóficas de todos los tiempos la que ha inspirado el mayor número de comentarios y más discordantes entre sí. El núcleo de las divergentes interpretaciones es, como hemos dicho, el capítulo V del libro III, que ha podido, por su forma oscura, justificar las dos tesis, extremas y opuestas, de Averroes y Santo Tomás, el primero de los cuales niega la inmortalidad y hasta la personalidad del alma humana, mientras el segundo la afirma, así como la tesis intermedia de Alejandro de Afrodisia y de Avicena. [Trad. española de Patricio de Azcárate en Obras completas (Madrid, 1874 y reimpresión, Buenos Aires, 1947)].
G. Alliney