[De anima intellectiva]. Tratado de filosofía averroista del maestro Siger de Brabante (1220-30- 1281-84), compuesto probablemente en 1270. Es substancialmente un comentario al Del Alma (v.) de Aristóteles en aquella parte que estudia el problema del alma intelectiva humana, tema de particular importancia porque, entre las diversas teorías aristotélicas irreductibles a la doctrina cristiana, la más grave por sus consecuencias morales, es la de la inteligencia única y común a la especie humana, acogida por Averroes y defendida por Siger contra San Gregorio Magno y Santo Tomás de Aquino. Para Siger el alma intelectiva no tiene nada de común con la vegetativa que es forma del cuerpo: sino que está separada de ella porque es inmaterial, y sólo asociada con él accidentalmente, y de modo intermitente, en las operaciones propias de la inteligencia; para los adversarios, en cambio, es la que da al hombre el ser y los diversos grados de vida. Siger concuerda con los peripatéticos cristianos en admitir la inmaterialidad e incorruptibilidad del alma; pero se distingue de ellos en acoger de Aristóteles la doctrina de la eternidad del alma también en el pasado. El alma no es destruida con la corrupción del cuerpo, ni queda nunca enteramente separada de él, porque permanece siempre unida a cierto número de individuos en los cuales ejerce su acto de comprender; en consecuencia el problema del estado del alma después de la separación del cuerpo no existe puesto que no queda nunca separada de todos los individuos humanos.
No se puede hablar, pues, de premio ni castigo después de la muerte: «Para quien obra bien, la obra buena es un premio por sí misma… y para los malhechores las acciones viciosas son un castigo… que hace vivir míseramente». Examinando la cuestión fundamental de si «el alma intelectiva es múltiple en los diversos cuerpos humanos», Siger se precave frente a la autoridad eclesiástica con la declaración de que no se propone mostrar interés por la cuestión en sí misma, sino sólo exponer la opinión de los filósofos, y que, por su parte, se adhiere firmemente a la «doctrina infalible» que dice que las almas se multiplican según los cuerpos. Pero demuestra luego, con único argumento, que según la filosofía, existe una sola alma intelectiva para todos los hombres, puesto que siendo el alma una substancia inmaterial, no podría abrazar muchos individuos en su especie; la multiplicación de los individuos, en efecto, sólo puede realizarse por medio de la materia. Reconoce, sin embargo, las dificultades que se oponen a esta tesis; y, en la incertidumbre acerca de la verdadera opinión de Aristóteles, se adhiere a la doctrina de la fe. El Alma intelectiva de Siger provocó una respuesta directa de Santo Tomás de Aquino en el tratado Sobre la Unidad del intelecto [de unitate intellectu], en la cual son discutidos uno por uno los argumentos de Siger y criticados por el orden en que se encuentran en el tratado. El relajamiento de la doctrina y de las costumbres que siguió en los ambientes universitarios de París, la sacudida causada en el edificio escolástico por las doctrinas averroistas fue tal, que las teorías de Siger y de Boecio de Dacia fueron condenadas en marzo de 1277 por el obispo de París, Tempier, y los dos maestros, que huyeron de París, citados ante el tribunal pontificio, murieron en las prisiones inquisitoriales de Orvieto donde cumplían su condena a cadena perpetua.
G. Pioli