[Del rinnovamento civile d’Italia]. Obra de Vincenzo Gioberti (1801-1852), publicada en 1851. Concebida, en su primera parte, en otoño de 1848, cuando parecía inevitable la ruina de las cosas italianas, y, en su segunda, después de la paz de Milán y la caída de la República romana, esta famosa obra política se presenta como una amarga pero animosa reseña de los «errores» de que provinieron las desgracias de 1848-1849 y una viril visión del futuro «rinnovamento» italiano, según una concepción que se opone a la neogüelfa de la Primacía (v.).
Dicha transformación está justificada por Gioberti con la observación de que, si los hechos parecen haber desmentido las «máximas profesadas por él hasta entonces», ello es debido a que se quiso dar al movimiento italiano «una dirección distinta y contraria» a lo que había advertido, de modo que no queda más remedio que proponer otros planes que correspondan a las nuevas circunstancias. Porque la política ha de ser «realista», «experimental», y seguir el desarrollo de los hechos captando su dinámica interna; en consecuencia, ni «utópica» como la de los «puritanos» (revolucionarios mazzinianos y, en general, demócratas intemperantes) ni sórdida y mezquina como la de los «municipales» (conservadores retrógrados). Contra los representantes de estas dos sectas extremistas, Gioberti pronuncia una severa condena, en cuanto todos se movieron por ejemplos y doctrinas extranjeros, los unos haciéndose cómplices de la política despótica y policíaca del Congreso de Viena y los otros con la irresponsable imitación de la revolución francesa de 1848 y profesando doctrinas de libertad sin límites.
Italianidad significa armonía «dialéctica» entre la tendencia conservadora y la progresiva, entre autoridad y libertad, unidas en los ordenados progresos civiles, entendida la primera, no como poder despótico, sino basada en la colaboración de las inteligencias, y la segunda como gradual ascensión de la opinión pública con el crecimiento de la civilización. Son dialécticos en este sentido los moderados conservadores y demócratas, los cuales, en cuanto se mantienen entre los extremos del municipio y del cosmopolitismo, se elevan a la idea de nación y acaban identificándose con ella. El nuevo período en el que la historia italiana ha entrado después de la paz de Milán podrá, remediando algunas culpas y errores, efectuar la «renovación»; habrá de basarse en fecundas obras civiles y sobre todo en el sufragio universal que, asegurando el predominio de la opinión pública, «deje abierto el camino a cambios y progresos futuros». El problema de la unidad le parece a Gioberti que puede resolverse en dicho momento, reduciendo las divisiones políticas de modo que se formen tres Italias: del Norte, del Centro y del Mediodía, las cuales habrán de fundirse más adelante en una sola, resolviendo la cuestión romana.
La política de Pío IX y el «desgobierno» del Estado pontificio han destruido las esperanzas neogüelfas de una conciliación entre Roma y la civilización, por lo que Gioberti renuncia a la reserva con que anteriormente había tratado el problema del poder temporal y se hace abiertamente continuador de la tradición de Dante y de Arnaldo da Brescia; el Pontífice habrá de renunciar al «Imperio profano» para realizar una misión puramente espiritual, cuyo ejercicio quedará asegurado con especiales garantías. Así surgirá la «Nueva Roma», custodia de las primeras verdades que son principio y fundamento tanto de la religión como de la civilización, reafirmada con la cultura y el pensamiento. La unidad italiana será efectuada por el Piamonte, el único estado que ha conservado las franquicias constitucionales, llamado a superar el municipalismo para constituirse en centro de la conciencia nacional y ejemplo de reformas progresivas y democráticas, es decir, para ejercer una hegemonía principalmente espiritual y luego, gracias a la eficiencia del ejército, incluso política.
La nueva Italia nacerá del consentimiento de la monarquía subalpina, con una dieta nacional reunida en Roma, pero, advierte Gioberti, ello sólo podrá efectuarse si el Piamonte sigue la marcha del tiempo, que se caracteriza por la «ascensión de la plebe» y por la afirmación de la opinión pública, educada y expresada por los escritores en quienes brille el «ingenio civil». La Renovación se difundió rápidamente y fue leída con apasionado interés, incluso por Cavour y por Víctor Manuel II, que comentó algunos de sus extremos. Los severos juicios contenidos en ella contra los principales actores de la política italiana suscitaron defensas y ásperas críticas, especialmente por parte de Mazzini y de los jesuítas; pero la eficacia del nuevo programa de acción dibujado por Gioberti y la agudeza de las previsiones insinuadas se manifestaron plenamente en la política piamontesa del decenio 1849-59, que ciertamente se inspiró en él.
E. Codignola
Tras del escritor imaginativo, espléndido, lleno de ricas formas a menudo originales, halladas por él según el genio italiano, no veis al profundo pensador ni al hombre de estado. (De Sanctis)