[Della Ragion poética]. Tratado de estética de Gian Vincenzo Gravina (1664-1718), en dos libros, publicado en 1708.
Gravina, jurista, filósofo, literato y uno de los fundadores de la Arcadia, elaborando de nuevo su ensayo De las antiguas fábulas (1696) y convirtiéndolo en un tratado más amplio, se propuso investigar la «razón poética», o sea la «idea eterna de naturaleza», en la cual se reúnen todas las poesías; con otras palabras, el concepto de poesía, que mal se podía discernir, según su opinión, en la preceptiva de los retores, que se extraviaban entre los pormenores y eran ineptos para captar lo universal.
Esta polémica contra la retórica en nombre de la filosofía, ya iniciada por Gravina en el más vigoroso de sus escritos estéticos, el Discurso sobre el «Endimión» de Alessandro Guidi (v.), constituye el fondo y el elemento más importante de la obra, que se presenta con caracteres de sistematización, ausente en las anteriores poéticas, porque no quiere ofrecer preceptos minuciosos, sino delinear una concepción de la poesía y deducir de ella una serie de rápidos juicios sobre poetas griegos y latinos (libro I), y sobre los italianos (libro II). Pero, a pesar de la ambición de novedad y la conciencia del carácter fantástico de la poesía, Gravina incurre también en la concepción de la poesía como un disfraz sensible del concepto, y acaba por asignar al poeta un fin didascálico.
Alaba, por ejemplo, a Homero y Dante, por las útiles enseñanzas que ofrecen al lector; por otra parte, mientras a las degeneraciones del Barroco opone un ideal de verdad y naturaleza, y con razón contrapone la diversa y compleja naturaleza representada por los grandes poetas como Homero y Ariosto a los artificios retóricos de los poetas mediocres, llega con su racionalismo hasta el punto de desconocer el acento individual de la obra de arte, pretendiendo encontrar en todas idéntica naturaleza y situándose en sus juicios en un terreno extra histórico. Así, por su desconocimiento de la historia y de la autonomía de la fantasía, la obra de Gravina está en cierto sentido en los antípodas de su gran coterráneo y amigo G. B. Vico, el cual quizá extrajo de ella estímulos para su meditación y consiguió realizar el propósito, perseguido por Gravina, de determinar «la idea eterna» de la poesía.
Con todo, no había sido inútil haber enunciado aquel propósito y batallado vigorosamente contra las vacuas generalizaciones de los retores y sus pretendidas preceptivas: prueba de ello es la gran fortuna de esta obrita traducida a las principales lenguas europeas, y muy admirada en el siglo XVIII y principios del XIX. A esa fortuna ha contribuido también el estilo ceñido, elegante sin artificio, a menudo feliz en la caracterización de los poetas (véase su juicio sobre Ariosto), diverso del acostumbrado en temas semejantes; y ciertamente, no sólo por su contenido, sino también por sus méritos estilísticos, Foscolo la consideraba como «la más bella arte poética que el mundo posee», aunque lamentando la injusticia de su autor para el Tasso, en quien Gravina sólo ve el precurso del combatido Barroco.
M. Fubini
Dogmático y absoluto, sentencia y discute poco, en estilo monótono y plúmbeo. Es todavía el pedante italiano sepultado bajo el peso de su doctrina. (De Sanctis)