[Della ragion di Stato]. Obra de Giovanni Botero (1543/44-1617), cuya primera edición es de 1589 (Venecia, Gioliti) y la segunda de 1590 (Roma, Pellagallo); en conjunto ha sido reimpresa unas 43 veces y la edición más reciente es la preparada por C. Morandi, en 1930. En 1598 (Roma, Ferrari) se publicaron las Adiciones… a la… Razón de Estado.
Esta obra se propone ser un diseño en diez libros de qué es la política y qué el Estado, en antítesis declarada con las doctrinas de Maquiavelo, «autor tan impío» que «funda la razón de Estado en la poca conciencia». Botero, después de haber definido el Estado como «dominio firme sobre pueblos», y la razón de Estado como «noticia de medios adecuados para fundar, conservar y ampliar un dominio de esta suerte», afirma que «mayor obra» es «conservar» que «adquirir» un Estado, y que para mantener y conservar es necesaria una «excelente virtud». Con esto se abre el camino al examen de las cualidades personales del príncipe, puesto que para Botero, en esto concorde con la mayoría de sus contemporáneos, «el fundamento principal de todo Estado es la obediencia de los súbditos a su superior, y ésta se funda en la eminencia de la virtud del Príncipe… porque nadie se niega a obedecer a quien le es superior, sino a quien le es inferior, o también igual».
Viene después (libros I y II) el particularizado examen de las «virtudes» que el jefe del Estado debe tener, desde la justicia a la liberalidad, a la prudencia y al valor. El cuidado mayor del príncipe debe ser crearse y conservar «reputación», y para esto nada puede servir más que la religión. Se toca aquí (final del libro II) uno de los puntos básicos de toda la teoría política de Botero; como católico, hombre de la Contrarreforma, Botero se muestra solícito en asegurar a la Iglesia católica, en la vida política, la parte que Maquiavelo le había negado. El príncipe debe ser sinceramente religioso, debe «de todo corazón, humillarse ante la Divina Majestad, y reconocer el Reinado de ella, y la obediencia a ella de los pueblos». Es más, debería, antes de someter cualquier cosa a discusión en el consejo de Estado, hacerla examinar primero en un «consejo de conciencia, en el cual interviniesen doctores excelentes en Teología y en razón Canónica; porque de otro modo cargará su conciencia, y hará cosas que será menester luego deshacer, si no quiere condenar su alma y la de sus sucesores».
Y debería después ser generoso en toda ayuda a la Iglesia y a los religiosos, servirse ampliamente de su colaboración, honrarlos públicamente, embellecer las iglesias, dejar, en fin, al clero la «jurisdicción que el buen gobierno de las almas requiere», y realizar, en esa esfera, lo que la autoridad eclesiástica haya decidido. En esta parte, pues, se halla trazado el ideal político de la Contrarreforma, es decir, la alianza entre el príncipe y la Iglesia: el Estado es, en efecto, todavía y siempre concebido sólo por medio de la figura de su regidor. Del pueblo, dice Botero (libro III) que, cuando tenga los alimentos necesarios a buen precio y esté tranquilo en su casa, sin temor de guerra en el exterior ni de violencias en el interior, no podrá dejar de estar contento, y no le importará nada más.
Pero como el pueblo «es de su natural versátil y deseoso de novedades», será menester también que el príncipe sepa distraerlo acertadamente ya con espectáculos y juegos, ya con grandes construcciones (edificios, etc.) de las que tengan utilidad general; pero también con empresas bélicas, porque en las guerras se desahogan los eventuales y malos «humores», y no hay cosa como la guerra que sirva para distraer los pensamientos de los súbditos, de manera que no quede «lugar alguno para las revueltas». Las menos peligrosas son siempre, en un Estado, las clases medias, las que tienen bastante con vivir tranquilos, aunque no tanto que se ensoberbezcan y «salten al aire» por ambición. Los «grandes» y los «pobres», en cambio, son peligrosos para la «tranquilidad pública»; los unos porque tienden a limitar la autoridad del príncipe, los otros porque, no teniendo nada que perder y pudiendo ganarlo todo, a la menor ocasión se agitan.
Para mantener tranquilos a los pobres no hay más que dos medios: o echarlos del Estado, o interesarles por la tranquilidad de él, obligándoles a hacer algo, esto es, a atender a la agricultura o a otro trabajo que les permita vivir. Esto en cuanto a los súbditos naturales; pues en lo que toca a los súbditos «adquiridos», mediante guerras, etc., el príncipe debe procurar cautivarse sus simpatías, haciendo que tengan interés en su dominio, o también cuando sean súbditos indómitos, obstinados en mantenerse enemigos de su gobierno, deprimirlos, en su ánimo y en sus fuerzas, para quitarles deseo y medios de rebelarse (libro V). Después de haber aleccionado al príncipe en lo que conviene hacer para defenderse de los enemigos exteriores (libro VI), Botero pasa a examinar las maneras, no ya de «mantener», sino de ampliar el Estado (libro VII). Y aquí, prosiguiendo ideas ya desarrolladas en su otra obra De las causas de la grandeza de las ciudades (v.), pone como fundamento de las fuerzas de un Estado el número de sus habitantes, la «gente… porque a ésta se reduce toda otra fuerza…».
A las maneras de acrecer la gente y las fuerzas está, igualmente, dedicada la última parte de la Razón de Estado, con observaciones sobre todo acerca de los problemas de carácter económico y, en fin, con normas y consejos acerca de los problemas militares (libros IX y X). En conjunto, la obra no se eleva — como fuerza de pensamiento — de la mediocridad; la misma tentativa que Botero emprendió de reaccionar contra la política a lo Maquiavelo, de restituir a la conciencia «su jurisdicción universal», esto es, de poner de acuerdo política y moral, fracasa, permaneciendo como mera expresión programática y verbal no realizada. El autor se contenta conciliando al príncipe con la Iglesia; hecho esto, reconoce también que «razón de Estado es poco menos que razón de interés». Y precisamente por estas íntimas contradicciones y deficiencias, la Razón de Estado es obra muy característica del clima espiritual y moral de la época de la Contrarreforma italiana.
F. Chabod
La Razón de Estado de Botero es el código de los conservadores. (De Sanctis)