[Ueber die asthetische Erziehung des Menschen, in einer Reihe von Briefen]. Este ensayo, el penúltimo importante del grupo de los Ensayos estéticos del autor, se compuso en 1793-94 y fue publicado, en 1795, en la revista «Die Horen». Las cartas están dirigidas al duque Fr. Chr. von Holstein-Augustenburg, en testimonio de gratitud por su mecenazgo, y contienen la doctrina de la humanidad estética, como base de un concepto nuevo que Schiller derivó de la filosofía kantiana y que es una especie de ampliación antropológica del concepto puramente filosófico de belleza: el concepto de «totalidad». El límite extremo a que debe tender el hombre es la totalidad de su naturaleza,, dada por la armonía concorde de todas las fuerzas particulares de la vida en la libertad absoluta.
Esta totalidad coincide con la belleza estética; por esto también el problema político– social puede ser resuelto solamente a través de la educación estética del hombre. «La totalidad del carácter tan sólo se encontrará en aquel pueblo que sea capaz y digno de transformar el estado de necesidad en estado de libertad»; pero la cultura actual no responde a estas exigencias ideales, en cuanto ha destruido su totalidad. «Clases enteras de hombres tan sólo desarrollan una parte de sus fuerzas y aptitudes, mientras que las demás únicamente apuntan, como en una planta atrofiada». Es obligación de la cultura actual, pues, restablecer la destruida totalidad que caracterizaba el estado de naturaleza; pero el enérgico sentido moral de Schiller rehúsa ver un remedio en la vuelta al estado de naturaleza, propugnado por Rousseau, que eliminaría toda idea de progreso en el desarrollo de la humanidad.
No detrás de nosotros, sino delante de nosotros, está nuestra meta. No debemos renegar de los elementos de cultura para volver al pasado, sino que debemos empuñarlos como instrumentos que, cada vez más . perfeccionados, nos sirvan para construir y progresar en el porvenir. El medio para llevar a cabo esta empresa y restablecer la totalidad en el hombre disgregado y «fragmentado» por la cultura, Schiller lo confía al poder de la belleza. Primeramente hay que ennoblecer los instintos, acostumbrar al hombre a un estado «estético», en el cual se vea liberado del predominio de la razón pura y del ciego instinto. A esta doble naturaleza le corresponden dos instintos fundamentales: a la razón el «instinto de la forma», al sensorio el «instinto de la materia»; la cultura tiene la misión de asegurar a cada uno de estos dos instintos los propios límites y la posibilidad de afirmarse.
Cuando hay unión armónica entre ellos, el hombre reúne en sí, con la más alta plenitud de existencia, la más alta autonomía y libertad, y en vez de perderse por el mundo sensible, lo acogerá dentro de sí con toda la infinidad de sus fenómenos y lo sujetará a la unidad de la razón. Esta es, naturalmente, una tarea ideal de la humanidad; pero existe también en la realidad inmediata una fuerza, capaz de establecer un equilibrio durable entre los dos instintos, de manera que nuestra relación con las cosas no sea puramente espiritual, ni puramente sensible, sino estética, y es el «instinto del juego»: su objeto es la belleza. «Sólo cuando juega, el hombre es íntegramente hombre», es decir, cuando mantiene el equilibrio entre los dos instintos en el fenómeno estético de la belleza. Por eso, el estado estético es no solamente suma plenitud de vida, sino que es también liberación de todo peso terrenal, perfecta liberación de la vida (como una balanza, cuya aguja siempre marca cero). En este estado tenemos el sentimiento de nuestra completa y más pura humanidad. Por eso no sólo es poéticamente lícito, sino filosóficamente justo, llamar a la belleza «nuestra segunda creadora». Solamente la cultura estética puede conducir al hombre a superar su naturaleza puramente sensible, elevándola y armonizándola con esa naturaleza espiritual inteligible; y únicamente del hombre estético puede desarrollarse el hombre moral. El arte es, pues, la gran educadora del individuo y de la sociedad.
C. Baseggio – E. Rosenfeld