[De divinationej. Tratado filosófico de Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.) en dos libros, en el cual el autor supone que discute con su hermano Quinto acerca del arte profético. En el primer libro, Quinto, embebido de doctrinas estoicas, y profundamente convencido de que los dioses existen, admite también la existencia de un arte adivinatorio por cuyo medio, así como los dioses informan de sus propósitos a los hombres, también éstos logran enterarse de los arcanos de aquéllos. En el primer caso se incluyen las inspiraciones, éxtasis, oráculos, sueños y prodigios semejantes; en el segundo el arte de la adivinación propio de los arúspices. Pero Cicerón, que, a pesar de ser augur, no creía en las prácticas supersticiosas de la sociedad romana, en el segundo libro demuestra a su hermano la hipocresía sacerdotal, la impostura de la seudociencia augural y la falsedad de todo el arte adivinatorio, hasta confesar que no comprende cómo dos augures pueden contener la risa al encontrarse. Prescindiendo de esta adivinación artificial, quedaría la natural, de carácter prodigioso y extrahumano. Ahora bien, incluso las predicciones astrológicas, los más sorprendentes milagros, las supuestas intervenciones divinas, no son otra cosa que fenómenos naturales cuyas causas no sabemos reconocer; en todo caso es mejor admitir siempre la propia ignorancia que, para no quererla reconocer, tentar lo desconocido y postular la presencia de lo divino, cuando es precisamente este misterioso elemento divino lo que mancha, con dudosas prácticas de superstición, la pureza de la religión; y Cicerón quiere ser tenido por religioso, no por supersticioso. Es notable la falta de prejuicios con que está escrito este tratado por un augur, para desenmascarar la hipocresía de sus colegas. Por lo demás Cicerón ya se había mostrado en desacuerdo con los arúspices en el año 57, cuando había pronunciado en el Senado un discurso contra Clodio, acerca de la interpretación de prodigios considerados castigo de sacrilegios.
F. Della Corte