Obra del filósofo neoplatónico Porfirio (2329-303), compuesta en torno al 270, «la más importante y científica escrita en la antigüedad contra el cristianismo» (Harnack). Escrita, según parece, en apoyo del esfuerzo del emperador Aureliano para restaurar la unidad religiosa del Estado, e indirectamente, en defensa de la escuela plotiniana y largamente aprovechada, pero escasamente citada, en el campo del helenismo, fue refutada por Metodio de Olimpo, Eusebio de Cesarea, Apolinar de Lagolicea, Drepanio Pacato, y tal vez por Filostorgio. El original de la obra desapareció en la supresión decretada por Constantino de todos los «libros impíos», y por Teodosio II y Valentiniano II de los ejemplares que aún quedaban de ella.
Incluso de los mismos escritos de confutación sólo han perdurado leves vestigios. Pero aunque falten testimonios directos, en Macario de Magnesia, S. Jerónimo, S. Agustín y otros escritores posteriores se contienen numerosas citas que permiten reconstruir la obra en sus líneas principales. Sobre los quince libros de que se componía sólo es posible dar una idea general acerca del método y de los argumentos empleados por Porfirio contra los cristianos, basándonos en un centenar de fragmentos. Reagrupados por temas, se presentan ante todo como crítica de la figura de Jesús, que, en general, es respetada, pero descargando sobre los evangelistas la responsabilidad de las «ingenuidades», «falsas predicciones» y «contradicciones» que le atribuyen los Evangelios. Ni «Logos» de Dios, ni creador del mundo, Jesús fue incapaz en vida de probar su misión, y de impedir, después, el martirio de tantos seguidores suyos. De todas formas, parece que, en conjunto, su figura, aunque inferior al «verdadero taumaturgo y filósofo» Apolonio de Tiana, impuso respeto a Porfirio. A los evangelistas, en cambio, les considera «falsarios, embusteros, manipuladores de fábulas para mujeres y niños», negándoles toda condición de historiadores; contra ellos, Porfirio levanta numerosas acusaciones de errores y contradicciones encontradas en los Evangelios, que conocía a fondo.
Los discípulos de Jesús y los primeros predicadores apostólicos (especialmente S. Pedro, y sobre todo S. Pablo), son los mayormente atacados; las críticas dirigidas en los siglos posteriores al fundador del Cristianismo y a sus discípulos y continuadores se encuentran ya en Porfirio, que, por lo demás, no tiene miramientos con el «Nuevo Testamento», al que pasa por su criba, capítulo por capítulo y versículo por versículo. Porfirio critica, después, los dogmas y las prácticas religiosas de las comunidades cristianas de su tiempo. Su monoteísmo, platonismo y estoicismo, establecen, verdad es, muchos vínculos con ellas, pero para Porfirio «cielo y tierra» son eternos; el «fin del mundo» es para él una fábula, como igualmente la «resurrección de los cuerpos», la «encarnación de Dios», etc. La única salvación es la que proporcionan la enseñanza de la sabiduría y las normas para liberarse de las pasiones; los ritos cristianos no sirven para nada, puesto que sus mitos no valen lo que los más antiguos de los griegos. Se trata de bárbaros revolucionarios enemigos del pasado y del orden establecido del pensamiento y de la civilización helénicas, hipócritas, que oponen a los vicios de los paganos virtudes ascéticas que están muy lejos de poseer. Pero Porfirio no puede poner en duda el rápido y prodigioso desarrollo del Cristianismo, ni la constancia invencible de sus mártires.
De la originalidad de esta obra se puede decir que, a pesar de que muchos de sus rasgos recuerdan la polémica anticristiana de los siglos anteriores, especialmente del Discurso verdadero de Celso, tres aspectos nuevos aparecen en ella: su punto de vista no es estrictamente imperialista, sino siempre espiritual y filosófico; es una disputa de ideas; su amplia crítica debía estar basada en un serio aparato científico y en un pleno conocimiento objetivo de las fuentes cristianas, y no era solamente una estrecha polémica rencorosa, como podría parecer por los fragmentos; el tono de la polémica es, sin embargo, menos agresivo que en los demás polemistas. «Si Celso es el Voltaire del paganismo, Porfirio es más bien su Renán» (P. Allard). Pero se revela más un polemista que un filósofo preocupado por comprender los valores íntimos del Cristianismo. La enorme reacción suscitada en los medios intelectuales cristianos por el Contra los Cristianos no es igualada sino por el enorme favor que encontró en ambientes ascéticos y monásticos su Abstinencia de la carne, y durante toda la Edad Media escolástica, su Introducción a las Categorías y su famosa Isagoge (v.), propedéutica fundamental para la filosofía la teología y hasta para la vida espiritual.
G. Pioli