[Confessioni e battaglie]. Con este título Giosué Carducci (1835-1907), en la edición completa de sus obras, revisada por él mismo, recogió en dos volúmenes sus más impetuosas, apasionadas y fulminantes obras polémicas sobre política y literatura. En la primera edición ocupaban los volúmenes IV y XII; en cambio, en la edición nacional de las obras de Carducci ocupan los volúmenes XXI y XXII. En estos dos volúmenes, que comprenden trabajos cuyas fechas oscilan desde 1869 a 1901, hay refundiciones incluso de artículos y ensayos polémicos recogidos ya por Carducci y publicados por el famoso editor Angelo Sommaruga con el título precisamente de Confesiones y batallas: la primera serie en 1882, la segunda en 1883 y la tercera en 1884. El tema, así como la importancia literaria o documental de estos trabajos es muy dispar, a pesar de que sin esfuerzo pueden colocarse junto al punto focal que es la personalidad de Carducci en los años de su triunfal y dictatorial consagración literaria, que van desde la estrepitosa charanga del «Himno a Satanás» a la sublimación humanística y apolínea de las Odas bárbaras (v.). Fue aquél, en verdad, uno de los tiempos más heroicos de las letras italianas, época de tormentosa ordenación política, social y psicológica, de tumultuosas divergencias, de fragorosas afirmaciones y batallas literarias, y al lector de las Confesiones y batallas tal vez nunca le parezca la libertad tan desordenada y al mismo tiempo tan fecunda.
En el centro de este panorama movido y discorde está no sólo la poesía de Carducci, cuyas afirmaciones fueron acompañadas por el griterío de las formaciones adversarias, sino también la figura viva de Giosué Carducci en persona, atleta sanguíneo, impetuoso, que de la penumbra de los estudios filosóficos saltó al ruedo agonal del periodismo político y literario. Siempre dispuesto al zarpazo de león, incapaz de mantenerse en el silencio, ni siquiera cuando el silencio hubiera sido el más eficaz castigo para el adversario, Carducci tuvo el desacierto de ocuparse de demasiados moscones que molestaban a su metafórico «Rocinante»: en no pocos de estos escritos la potencia y la violencia de la página exceden en tal manera del nivel del minúsculo adversario que éste se disuelve en pura sombra y el golpe parece haber sido lanzado al vacío: como ejemplo citaremos el artículo polémico «Para un misionero», dirigido contra cierto señor Mammoli, que le había acusado de escribir «entre los vapores de Baco» y de haber infamado en la cátedra la venerable sombra de Parini. A pesar de todo, en artículos polémicos de este género hay un soplo generoso de espíritu batallador que siempre gusta y extravagancias y vibraciones de gran colorido y fuerza. A este género pertenece una carta abierta al agente boloñés de tasas (1893) de un clima verdaderamente agradable. Pero estos escritos no son más que el contorno del núcleo central de las Confesiones y batallas, formado por las obras sustancialmente más memorables y que señalan los momentos más agitados de las batallas literarias de la época: el prólogo de los Juvenilia (v.), de 1880; las «Polémicas satánicas» (1869-1871); las introducciones a los Levia Gravia (v.) de 1881 y a los Yambos y épodos (v.), de 1882; «Crítica y arte» (1874), contra Guerzoni y Zendrini; la viva «Novísima polémica» (1878) a favor de Stecchetti y del llamado, según la terminología de la época, «naturalismo»; «Eterno femenino real» (1882); la violentísima polémica «Rapisardiana» (1881) y la prosa polémica «Ca ira».
Prosas felicísimas todas ellas en cuanto a polémica, sirven también para comprender la íntima naturaleza de la poesía carducciana y para reconstruir el complejo mecanismo de los gustos y tendencias literarias, políticas y culturales de los años en que fueron escritas. Los rasgos de más pintoresco realce y más modernos de la personalidad de Carducci hay que buscarlos en estas páginas; muchas de las cuales se mantienen como de gran actualidad: léanse las referentes a la crítica en «Crítica y arte», las referentes a la burguesía italiana en «Ca ira» o las indicaciones a las cuestiones lingüísticas en «Levia Gravia», donde Carducci, recogiendo la vieja discusión iniciada por Manzoni, se nos presenta como crítico dotado de los gustos más penetrantes, severos y modernos. La potencia y la eficacia de estas páginas provienen de la perfecta fusión de una prosa polémica feliz y nerviosa con la íntima y sustanciosa exigencia literaria e ideal de la cual es la base; en todas las obras la polémica traspasa el límite de la contingencia literaria o de otro género para convertirse en batalla ideal y de costumbres en el más alto sentido de la palabra. En resumen, tal vez nadie, si se exceptúa a De Sanctis, sintió entonces tan intensamente como Carducci la inmanente, fecunda y necesaria «sociabilidad» y humanidad de las letras. (Para el capítulo «Los recursos de San Miniato al Tedesco» de la obra Recursos de San Miniato).
D. Mattalía
¡Qué grande nos parecía en aquel tiempo Carducci! La prosa impetuosa y sonora de las Confesiones y batallas nos despertaba con temblores de impaciencia a las luchas del pensamiento por los ideales del arte y de la vida. (Thovez)