Interesante documento de las costumbres del siglo XVI son las Cartas de Andrea Calmo (1510-1571) editadas críticamente por Vittorio Rossi en 1888. La vida exuberante y placentera de un comediógrafo que fue rival de Rüzzante se refleja en la narración de un epistolario construido adrede en torno a los temas más dispares: como indica el subtítulo, se trata verdaderamente de «agradables e ingeniosos razonamientos comprendidos en varias cartas y declarados en lengua vulgar, en los cuales se contienen fútiles bufonadas y fantasías filosóficas acerca de varias materias, aunque siempre con respeto a las virtudes». En una lengua vivacísima y sabiamente calculada en todos los matices dialectales, parece que Calmo recite un razonamiento propio, o que lo dirija a algún corresponsal, aunque sea ficticio; entre continuas alusiones a hechos cotidianos, a chismes y divagaciones, Calmo escribe la crónica de la Venecia de su tiempo y comenta con agudeza acontecimientos de gran importancia para el Estado y habladurías callejeras. Cada libro se convierte de este modo en una obra variada en torno a diversas cuestiones, casi como en un repertorio de la «comedia del arte»; hasta el lenguaje picaresco y callejero asoma por entre las cartas para dar mayor vivacidad a la narración.
El lector se interesa por la continua mescolanza narrativa, en modo alguno empañada por veleidades polémicas de moralista contra las costumbres del tiempo, ni de confesiones estrictamente autobiográficas. Vida veneciana — apuntes — como el jorobado de Rialto; noticias caballerescas, como los amores de Galván (v.) y de Gaia, o referencias a músicos insignes como el flamenco Adriano Villaert, son vistos en una atmósfera puramente original; el color local, un sabor de idilio y, con todo, un amor sincerísimo a la vida y a la variedad de los caracteres y de las costumbres, explican que Calmo se entregase a sus fantasías con el gusto de un refinado catador. Basta en una de las cartas la jocosa descripción del país de Jauja, que siempre place al pueblo, para indicar el interés inmediato hacia un arte descriptivo y chispeante. Obsérvese también la circunstancia de hacer un testamento burlesco o de dirigirse (como en el libro IV) a cortesanas para mostrar, entre galanterías de todo género, la actitud maliciosa de un actor que representaba sus propias comedias y farsas desenvueltas. Especial mención merecen las dedicatorias del libro I a Giulio Contarini, procurador; y en el libro III una carta al Aretino. Esta obra, junto con los Diarios de Sañudo y las Rimas de Cavassico, es uno de los más singulares documentos dialectales de la Venecia de comienzos del siglo XVI.
C. Cordié