[All’uscita]. Diálogo en un acto del escritor italiano Luigi Pirandello (1867-1936), representado en 1916. Es un «diálogo de muertos» insólito. A la puerta de un cementerio se encuentran dos sombras, el Filósofo y el Hombre Gordo. Se asombran de conservar el mismo aspecto que en la vida y el Filósofo explica que todo, como en la vida, es todavía ilusión, y las apariencias de los cuerpos resistirán todavía un poco, hasta que haya desaparecido el último deseo que les une a la vida. El Hombre Gordo recuerda sus costumbres terrenales: el jardincito de la casa, los pececillos, el estanque, el prado verde; procura ahogar el pesar de no haber disfrutado plenamente esos bienes. Pero el plácido deseo del Hombre Gordo es que, muerta por su amante, se reúna con él la mujer que le traicionaba. Pero he aquí a la Mujer envuelta en un vestido rojo, con la carcajada que no la abandona nunca. Un niño con una granada interrumpe su convulsiva. narración y la Mujer lo acaricia ansiosa, le ayuda a comer los granos. De repente el niño desaparece; su último deseo era aquél, comerse la granada. Se vive de tales deseos; y también el Hombre Gordo, desaparece, apagado. Sola con su deseo atormentador, la Mujer huye hacia su irreparable infierno. No lo puede evitar el Filósofo, que se queda razonando, sombra de la meditación. El diálogo sencillo, intensísimo, tiende hacia una total humildad. Los símbolos se suceden con menor importancia que las palabras, que son duras confesiones por la desesperación de no poder evitar la nada. Por eso dichas apariciones poseen un calor que les persigue, carne escondida y recuerdos. Se nota cada vez más en dichas apariciones — no almas —, la fuerza física de las explicaciones pirandellianas, que se infiltran por el camino de los sentidos con esperanza tenaz, y reclaman para estos últimos una imposible inmortalidad.
G. Guerrieri