[Silex Scintillans]. El título de esta colección de poesías religiosas del inglés Henry Vaughan (1622- 1695), publicada la primera parte en 1650 y la segunda en 1655, lo explica el dibujo de la portada de 1650: un corazón de sílex, el corazón del pecador, que echa chispas o gotas de sangre al ser alcanzado por el rayo de la gracia divina, cuya mano aparece saliendo de una nube, armada del rayo. Vaughan pasó de la poesía secular a la religiosa después de una crisis espiritual, en la que influyeron también la vida y las obras de George Herbert (v. El Templo), y esta influencia espiritual se nota en sus poesías.
Sin embargo, su personalidad artística es muy distinta: Herbert tiene una inspiración litúrgica que procede de la iglesia (edificio en cuanto símbolo de la sociedad); Henry Vaughan parte de temas más abstractos, la eternidad, la comunión con los muertos. La niñez y la naturaleza también figuran entre sus grandes inspiradoras y, desde este punto de vista, enlaza con él la poesía romántica representada por Wordsworth. Barroco, sus versos brillan con vivas y sorprendentes imágenes, en las que la belleza compite con la rareza y la extravagancia: «Vi yo anoche la eternidad / Como un gran anillo de luz pura e infinita, / Tranquila y resplandeciente, / Y alrededor, debajo de ella, el tiempo en horas, días y años, / Arrastrado por las esferas, / Se movía como una vasta sombra…», con el espléndido final de osadía imaginativa: «Este anillo lo ha preparado el Esposo / para ninguna otra que para su Esposa (el alma)». Este juego de luz y de sombra, de resplandor y oscuridad prosigue en todos sus versos, donde a menudo el sentido del color se junta con el sentido del espacio: «Pedí largo rato, y gimiendo quise saber / Quién dio a las nubes su arco audaz, / Quién torneó las esferas…».
También en la famosa reminiscencia de los muertos, son llamas, rayos, resplandores, espejos, que se suceden en la mente del poeta: «Se fueron todos al mundo de la luz… Su remembranza es bella y luminosa / Y esclarece mis pensamientos». La misma brillante aureola envuelve la niñez, que él canta como la «Edad de los misterios», así como llama la Biblia (v.) el «Libro radiante». Motivos que demuestran la espontaneidad y originalidad de la poesía vaughaniana, por encima de toda influencia exterior y formal. Y esto sin contar que en las obras de alquimia del hermano de Henry, Thomas Vaughan, podemos encontrar la clave de las fantasías del poeta, en el que la filosofía hermética se torna fuente de franca inspiración.
A. Castelli