Los 45 discursos griegos de San Gregorio Nacianceno llamado «el Teólogo» (siglo IV d. de C.), famosísimos en la Edad Media, constituyen el más completo testimonio de las dotes de este escritor, desde el punto de vista doctrinal y artístico. Son de varios géneros: discursos ocasionales, apologías de la obra del autor, panegíricos, oraciones exegéticas. Por su contenido teológico tienen especial importancia los discursos 27-31, pronunciados el año 380 en Constantinopla, a los que debe San Gregorio sobre todo el título de «teólogo».
En ellos trata ampliamente del problema de la Divinidad del Espíritu Santo que, a menudo agitado en el siglo IV, dio lugar a la herejía de Eunomio y a la reacción de San Basilio (v. el tratado Contra Eunomio). San Gregorio, tras haber afirmado la necesidad de purificarse moralmente para penetrar en el misterio de las cosas divinas, que al contrario de lo que afirma Eunomio, no puede ser comprendido con las solas fuerzas de la razón, vuelve sobre los principios de San Atanasio y de San Basilio, los cuales desarrolla ampliamente con todos los medios de una retórica refinada.
De contenido teológico son también los discursos pronunciados con ocasión de solemnidades religiosas como Navidad, la Epifanía, Pentecostés. Son notables en la colección las oraciones fúnebres pronunciadas por el autor con ocasión de la muerte de sus familiares, como la VII (por su hermano Cesáreo), la VIII (por su hermana Gorgonia), la XVIII (por su padre), que resultan interesantes históricamente por las muchas noticias que San Gregorio nos da de él mismo y de su familia, y artísticamente por el sentimiento y la conmoción sincera que aparecen aún a través de las frases hiperbólicas y enfáticas, y del estilo a menudo pesadamente retórico. Vivas, animadas y ricas de datos históricos, son también las páginas de la oración fúnebre de San Basilio y el panegírico de San Atanasio.
Entre los panegíricos, merecen recordarse el de los Macabeos, el de San Cipriano y el de Erón. Violentas, a menudo injustas, pero no faltas de rasgos elocuentes, son las dos invectivas contra el emperador Juliano el Apóstata (IV y V). En otros discursos. San Gregorio, como antes San Basilio, se entromete en los asuntos públicos, o explica pasajes del Evangelio. El II discurso pronunciado para justificar su fuga de Nacianzo está llevado, y es importante, porque el autor trata, en él, del tipo ideal de sacerdote, como hará más tarde San Juan Crisóstomo en la obra particular sobre este asunto. Literariamente, San Gregorio es en mucho superior a todos los escritores de su tiempo, incluido el propio San Basilio.
Es aticista en la elección cuidadísima de los vocablos, en tanto su elegancia es de tipo netamente asiático; los medios que emplea (figuras retóricas, comparaciones, etc.) son los mismos que se enseñaban en las escuelas paganas de retórica y que en parte había aprendido de los sofistas Imerio y Proairesio. Con la técnica propia del arte pagano, San Gregorio expresa sin embargo pensamientos y sentimientos cristianos; los ejemplos, frecuentísimos, con fines didácticos, están tomados todos de la Biblia y del «Nuevo Testamento». En tiempos posteriores, los Discursos de San Gregorio fueron muy populares: no sólo se leyeron mucho y se comentaron (por ejemplo por Elias de Creta en el siglo X), sino que, con frecuencia, dieron ocasión a composiciones poéticas en la época bizantina, como, además de otras anónimas, a las de San Juan Damasceno, Arsenio de Corcira y Nicéfalo Blenmidas.
C. Schick