Con esta expresión se indica comúnmente la gran colección de cantos de la Iglesia romana que han llegado hasta nosotros desde los primeros siglos del Cristianismo, cuya compilación se atribuye, por testimonio del biógrafo romano Juan Diácono, al papa San Gregorio Magno (540-604). Estos cantos forman en todo momento el cuerpo principal de la música en la liturgia católica: hoy, sin embargo, el nombre de Antifonario ha quedado sólo para el libro que comprende los cantos del rezo de las horas (Antiphonarium o Antiphonale pro diurnis horis), mientras el de los cantos de la misa se llama Gradual (el antiguo Antiphonale missarum). Los méritos de San Gregorio en el campo musical han sido muy discutidos; y debe descartarse resueltamente la opinión que le atribuía precisamente la creación del canto que lleva su nombre; la hipótesis de que haya completado el sistema de los modos eclesiásticos añadiendo a los cuatro modos auténticos los cuatro plágales, no está históricamente fundada. En cambio, se considera ahora como excesiva la opinión del musicólogo François Auguste Gevaert (1828-1908), que no reconocía a San Gregorio ni siquiera el trabajo de compilación y organización del canto litúrgico, debidas, según él, a algunos papas posteriores; se tiende, en suma, a prestar máxima fe a las afirmaciones de Juan Diácono; esto es, a reconocer al papa San Gregorio el mérito de haber compilado el Antifonario, especie de «suma» o colección de los cantos litúrgicos entonces en uso, lo cual presupone por su parte una importantísima obra de selección y ordenación; el de haber fundado en Roma la primera verdadera «Schola cantorum», según cuyo modelo otras habían de florecer después en Italia y fuera de ella, siendo la más importante de todas la de Saint-Gall en Suiza, a la que la tradición creada por el cronista Ekkardo IV (m. 1036) hacía depositaría del auténtico canto gregoriano; y, en fin, el mérito de haber contribuido con ello a la propagación y al mismo tiempo edificación de canto litúrgico en la Iglesia occidental, obra que había de ser después llevada a cabo por Carlomagno.
El Antifonario en su forma original no ha llegado hasta nosotros y, antes de la mitad del siglo VIII, no se tienen noticias de él. De todas maneras, sigue siendo la base del conocimiento del canto cristiano-latino de la alta Edad Media, llamado antiguamente «canto firme» o «canto llano» y hoy, por lo general «canto gregoriano». Sus orígenes se pierden en la oscuridad; fueron poco a poco notándose indicios de derivación del canto sinagogal hebraico (especialmente el de los «salmos»), del bizantino, y del venido a Roma de la decadencia griega; probablemente en todas estas hipótesis hay algo de verdad; sin embargo,, el canto gregoriano es esencialmente un florecimiento artístico espontáneo y original. Con toda probabilidad se formó lentamente desde los orígenes del Cristianismo y, trasplantado al ambiente romano, se plasmó en él y fue creciendo sobre sí mismo hasta la época en que quedó fijado en una escritura más o menos exacta. Acerca de este período de formación, nuestros conocimientos son bastante vagos; antes de San Gregorio, la figura sin duda más importante es la de San Ambrosio, obispo de Milán (3409-397), de la cual descienden la tradición musical de la iglesia milanesa y la forma particular de canto llamada precisamente «canto ambrosia- no» que puede considerarse como una de las pocas variedades del canto gregoriano (como el mozárabe en España y el galicano en Francia) que resistieron a la obra de unificación promovida por los reyes carolingios Pipino y especialmente Carlomagno, con el cual el canto romano se extendió, salvo pocas excepciones, a- todas las iglesias del Imperio.
Aproximadamente por aquella época termina el verdadero período creador del florecimiento gregoriano y comienza el de su propagación escrita y oral a través de los países y los siglos; sobre su tronco surgieron formas colaterales (secuencias, tropos, dramas litúrgicos) que, con el tiempo, habían de desaparecer, en gran parte, de la práctica litúrgica; mientras el tronco principal en conjunto se ha trasmitido hasta nuestra época como forma fundamental de canto de la Iglesia latina. Especialmente durante y después del Renacimiento experimentó graves alteraciones que se acumularon en la famosa «ditio medicaea» del Antifonario, en la cual el musicólogo Franz Xavier Haberl (1840 – 1910) basó sus investigaciones, y que, sin embargo, resultó muy poco digna de crédito. Corresponde a los benedictinos de Solesmes y especialmente a los padres Joseph Pothier (1835-1923) y André Mocquereau (1849-1930) el mérito de haber realizado profundos estudios (publicados en gran parte en la revista Paléographie musicale) para poder restaurar el canto gregoriano en su más pura tradición. Esta obra tuvo como resultado final la publicación de la «Editio vaticana» de los cantos sagrados, aprobada por Pío X con «motu proprio» de 1904, en sustitución de la anterior medicea. Entre varias formas de canto gregoriano se acostumbra a distinguir dos tipos principales: el de carácter declamatorio, casi afín al lenguaje hablado (llamado por esto «accentus»), con predominio de silabismo, esto es, en general, con una sola nota por cada sílaba y, a menudo con varias repeticiones de un sólo sonido; y por el más libremente cantable, llamado «concentus», con tendencia a estructuras regulares y abundancia de vocalizaciones («melisma») o sea largas series de notas sobre una sola sílaba.
Al primer tipo pertenece la llamada salmodia, de origen hebraico, como lo indica la misma palabra, y que comprende no sólo el canto de los salmos sino también el de las «Epístolas», de los «Evangelios», «Oraciones», «Versículos»; el «Pater noster» es uno de los ejemplos más típicos. La salmodia podía ser responsaria, cuando el canto era ejecutado por un solista «praecentor», al terminar el cual respondía el coro; y antifónica, cuando el caso se disponía en dos grupos que se alternaban. Las formas más importantes de «concentus» son: «Hymnodia» o canto de los Himnos, de derivación siriaca, introducida en Occidente, por San Ambrosio (por su parte, autor por lo menos de cuatro himnos), de carácter en cierto modo popularizante, y con tendencia a una estructura rítmica regular, donde se va afirmando, junto al clásico principio métrico de las cantidades, el moderno del acento y de la igualdad de las sílabas; el canto de las partes variables de la misa (Introito, Gradual, Ofertorio, etc.) y en particular los cantos aleluyáticos o sea «Jubilationes», de origen hebraico _(de la palabra «Alleluya» = Alabad al Señor) donde las vocalizaciones alcanzan su mayor extensión, especialmente sobre la última sílaba; hasta el punto que, haciéndose difícil para los cantores retener en la memoria el gran número de notas, se pensó escribir sobre ellas nuevos textos, pero conservando el estribillo de la palabra «Alleluya»; así fue como nacieron las Sequentias; la melodía está a veces dispuesta según el esquema ternario ABA, destinado a obtener gran desarrollo en las formas vocales e instrumentales modernas. En substancia, pues, en la distinción entre «accentus» y «concentus» se puede descubrir un germen de la moderna entre aria y recitativo: ambas, como todas las de su género, son abstractas y aproximativas.
Para la interpretación del canto gregoriano es una cuestión ardua y todavía no resuelta la notación musical de la primera Edad Media. Los más antiguos documentos de canto gregoriano están escritos en la notación llamada neumática (probablemente del griego signo) originada, según opinión hoy predominante, de los acentos de la prosodia griega (agudo, grave, circunflejo) que significaban antiguamente una agudeza diferente de la voz. Del acento agudo, que indica elevación, se deriva en la notación neumática la «virga», que conservó aproximadamente la misma forma; el acento grave que indica descenso de tono, se contrajo en el «punctum»; el circunflejo dio origen a los más sencillos de los llamados neumas compuestos, usados para indicar grupos de dos o más sonidos que han de cantarse sobre una misma sílaba, como el «pes» o «podatus», la «clivis», el «porrectus», el «torculus», de los cuales se desarrollaron luego otros muchos signos más complejos. Los neumas estaban dispuestos de manera que diesen una impresión visiva del movimiento ascendente o descendente de la voz. Tal notación era más una ayuda mnemotécnica, para los cantores que un verdadero procedimiento de primera lectura. Y los neumas, con el tiempo, no hubieran ya servido para ese objeto si no se hubiesen transformado, aumentándose extremadamente y disponiéndose en un sistema de líneas y espacios (alrededor de los tiempos de Guido d’Arezzo 995-1050), de donde derivó después la notación cuadrada hoy usada todavía para los libros litúrgicos, y que fue en substancia el principio de la notación moderna. Así pues, cuando unos siglos más tarde, nació la llamada música mensural (v. Vergel en el arte de la música mensural de Marchetto de Padova), los mismos signos sirvieron para indicar precisas relaciones de valor.
La corriente de estudiosos predominante hoy en el campo eclesiástico, basándose sobre la antigua distinción entre «música llana» y «música mensural», y considerando absurdo que el valor sonoro y el rítmico de las notas fuesen indicados por el mismo signo, afirma que el canto gregoriano no se interpreta según reglas mensurales, sino según los principios del llamado ritmo oratoria, esto es, de modo análogo, en lo referente al movimiento, a las inflexiones del habla común; lo cual significa que de manera análoga, todas las notas han de ejecutarse con valor poco más o menos igual con excepciones también reguladas por leyes oratorias, nunca mensurales. No cabe duda de que el canto gregoriano, según esta interpretación, resulta muy bien con su carácter fluyente, discursivo, como de prosa musical; sin embargo, los benedictinos acabaron por exagerar sometiendo el ritmo oratorio a reglas demasiado minuciosas. Otros teóricos sostienen interpretaciones diversas, que tienden a someter los valores de los neumas a un sistema rítmico más estrictamente musical. El canto gregoriano es un florecimiento artístico de grandísima importancia. El nombre con que estamos obligados a llamarlo es en realidad demasiado vago y genérico, tratándose de una gran cantidad de cantos debidos a autores diversos, en su mayor parte desconocidos, y probablemente modificados muchas veces hasta la época de San Gregorio Magno y después de ella; por otra parte, esto quizá no es solamente una desgraciada laguna histórica, puesto que a menudo las creaciones anónimas parecen predestinadas a ser tales por su carácter más colectivo que individual. Esto no significa que no hayan existido las personalidades individuales creadoras; pero a gran distancia de tiempo, su sello personal se debilita, y queda en cambio su carácter general; así, el canto gregoriano se nos muestra hoy como la expresión musical del alma religiosa del Cristianismo primitivo arraigado en el mundo espiritual latino.
Domina en él un sentido de entrega mística y contemplativa, como de anulación del alma individual en el misterio de la elevación religiosa; carácter, por lo tanto, no propiamente popular, sino de espiritualidad más bien aristocrática. Pero también estas calificaciones son genéricas e insuficientes; pues unas veces hay en las melodías un aliento lírico más humano y vibrante, y otras veces, como en los «Himnos», ofrece un movimiento casi popular. Sus caracteres formales dominantes son: monodia pura, diatonismo, ausencia de armonía. El acompañamiento de órgano no es más que una concesión a las exigencias prácticas del canto. Por su riqueza y variedad expresiva el canto gregoriano interesa no sólo en sí, sino en cuanto ha inspirado a músicos de varias épocas, que tomaron de él motivos para elaboraciones o nuevas creaciones artísticas; la polifonía vocal, hasta todo el siglo XVI, ha florecido en gran parte sobre el canto gregoriano, que en ella aparece más veces en forma semejante a la originaria, otras veces nuevo y enriquecido; tampoco los cantos de la liturgia protestante dejaron de experimentar influencias gregorianas. Desde la época del Renacimiento, los gustos profanos triunfaron, y el canto gregoriano fue por lo general descuidado; pero en tiempos más cercanos a nosotros, desde la segunda mitad del siglo pasado, volvió a ser importante, y aun en medio de las confusas tendencias actuales, se nota muchas veces el deseo de inspirarse en aquella purísima fuente.
M. Fano
Pertenece no sólo a la liturgia católica, sino a la historia de la música, y en este aspecto es del dominio de los musicólogos, como los edificios religiosos son del dominio de los arquitectos. La melodía homófona de la Iglesia latina caracteriza el período primitivo del arte occidental como las épocas sucesivas son representadas por el discanto, el contrapunto vocal, el estilo dramático, la música instrumental, etc. (Gevaert)