[De laudibus Sanctae Crucis]. Artificiosa obra, celebradísima por sus contemporáneos y la posteridad, de Rábano Mauro (784-856), primera gran figura del erudito y maestro en la Germania cristiana, abad de Fulda y arzobispo de Maguncia. Es una especie de poema largo en exaltación de la Cruz, que pertenece al virtuosismo literario de las «poesías figuradas», comparables a las amenidades de nuestros crucigramas, y tan del gusto de la Alta Edad Media, como ridiculas y penosas para nosotros. Preceden a manera de dedicatoria, tres poesías compuestas en épocas diversas y dedicadas a tres ilustres personajes. La primera, en veinte dísticos, es una «Intercesión de Al- cuino para Mauro», Rábano, que añadió a su nombre el de Mauro por invitación del maestro Alcuino y en recuerdo del discípulo predilecto de San Benito, imagina que Alcuino dirige una oración a San Martín para que se digne acoger benévolamente el homenaje de su discípulo. La segunda también en veinte dísticos fue escrita en 844, y es la oferta de un ejemplar de la obra al papa Gregorio IV; la tercera, en 51 hexámetros, es una poesía con la representación del emperador Ludovico Pío, a quien el trabajo va dedicado.
Sigue un prólogo en prosa, donde se hace mención de Porfirio Optaciano (s. IV), maestro en combinar los versos del modo más complicado, y citado por Rábano como su modelo, particularmente por las abreviaciones, y Lucrecio, recordado por el uso de la sinalefa. Después de un prefacio en dieciocho dísticos comienza la verdadera obra, que consta de dos libros. El primero comprende veintiocho figuras diversas de la Cruz, dibujadas dentro de otras tantas poesías en hexámetros. Se trata, pues, de poesías figuradas, en las cuales lo que se refiere a la pintura parece deberse a la colaboración de Hatón, compañero de Rábano. Las letras comprendidas en el espacio reservado al dibujo, forman a veces versos que no son hexámetros, sino adónicos, dísticos, asclepsiadeos, etc., por la insaciable manía, propia de tales composiciones, de conseguir, a toda costa, una erudita novedad. Para que se pudiera entender una materia tan confusa, y a menudo sujeta, además, muchas veces a construcciones, en extremo arbitrarias, el mismo autor añadió primero, a cada poesía, una «explicación de la figura» en prosa, aumentando después la obra con un segundo libro, en veintiocho capítulos, en que las poesías son parafraseadas de una manera comprensible.
G. Billanovich