Es el más famoso himno de la liturgia ortodoxa, así llamado porque es cantado en forma solemne por los fieles «en pie» todos los viernes de cuaresma y más solemnemente y por entero el sábado que precede al domingo de la siguiente semana de la cuaresma bizantina, correspondiente a nuestro domingo de Pasión. La cronología y paternidad del himno son muy discutidas, oscilando la fecha de la composición por lo menos entre cinco siglos. La opinión más corriente, pero no lo bastante documentada, es que el himno fue compuesto en improvisación por el patriarca Sergio, con motivo de la liberación de Constantinopla del asalto de los ávaros (7 de agosto de 626). El patriarca, que había sido precisamente el alma de la defensa, inspirando a los defensores una fe inquebrantable en la ayuda de la Virgen, le elevaría después un cántico de agradecimiento, pero, según parece, el himno ya existía entonces y en aquella ocasión sólo fue cantado solemnemente.
Por lo tanto algunos lo atribuyen a Apolinar el Joven de Laodicea (siglo IV), mediocre versificador, que disfrazó los Salmos de centones clásicos; y con mayor fundamento a Romano el Méloda (siglo VI); y aun se ha bajado hasta el patriarca Focio y a su discípulo Jorge de Nicomedia (siglo IX). En realidad, no teniendo una documentación segura, la cuestión del Acatista aún está «sub judice». Con todo, algunas consideraciones inducen a no descender en la cronología más abajo del siglo VII. Comienza el himno con un proemio en que la ciudad liberada eleva «a la capitana invencible un canto de victoria» y dirige a la Theótokos [Madre de Dios] un canto de agradecimiento por haberla librado del inminente peligro, y una oración para que la proteja de todos los males futuros. Siguen veinticuatro estrofas ordenadas en forma de acróstico alfabético, las cuales se cierran alternativamente con el estribillo «iAleluya!» y con salutaciones la última de las cuales dice:. «¡Salve, esposa inmaculada!». En ellas se desenvuelve el tema de la Anunciación y de la consiguiente encarnación del Verbo, inscrito en un coro de alabanzas a la Virgen, expresadas en forma verdaderamente inspirada, que revela profundo sentimiento religioso, un entusiasmo y un ardor de fe sinceros, una profundidad mística innaccesible.
El conjunto produce un efecto grandioso, y no la perjudican nada las repeticiones ni las redundancias, ni algún juego de palabras, justificables en un canto que revela toda la plenitud de amor y agradecimiento de un pueblo para la Virgen salvadora. El himno Acatista es el más hermoso de la liturgia ortodoxa, y justamente por su belleza y por el hechizo que ha inspirado, ha sobrevivido a la reforma litúrgica de la Iglesia griega. Son claro testimonio de su popularidad los numerosos manuscritos que la contienen. Manuel Files lo refundió en malos trímetros. Existen muchas ediciones y traducciones en casi todas las lenguas. También lo tradujo al italiano De Meester, acompañándolo del texto griego (Roma, 1903).
R. Impellizzeri