[Le facezie del Pievano Arlotto]. Es una de las obras más amenas de la literatura italiana y merecidamente conocida en un amplio círculo de lectores, un Arlotto Mainardi (1396-1484), párroco de San Crescio en Macinoli, recogió, durante su vida o a lo menos inmediatamente después de su muerte, sus cuentos, agudezas, burlas y amenidades. La más antigua colección impresa fue publicada en Florencia, hacía 1500, y muy pronto las agudezas fueron unidas a las de Gonnella y Barlacchia. Ejemplar por su texto y sus anotaciones es la edición cuidada por Giuseppe Baccini en 1884. En la colección, escrita en forma viva y popular, sobresalen, entre respuestas y hechos singulares, una calma y una probidad que dibujan el carácter de un hombre experto y, bajo aparente ingenuidad, observador agudo. El párroco Arlotto juzga con exactitud y serenidad la vida humana y sus hipocresías, y moraliza sus complicaciones acerca de los defectos y los vicios de los hombres. A una bella que por dos ducados la habría contentado, Arlotto responde que por tal precio no quiere comprar un remordimiento; al pobre obrero que un domingo pregunta qué día es, le pregunta si tiene pan en su casa y al saber que no lo tiene, le incita a trabajar porque para él no hay fiesta obligatoria. Es famosa la familiaridad de este párroco con San Antonino obispo de Florencia: este personaje es citado en la obra muy a menudo, dando la razón a Arlotto hasta cuando sus enemigos intentan perjudicarle por sus costumbres. Son interesantes algunos de sus aforismos: «¿Qué es más puntiagudo que un cuchillo y una aguja? La lengua del hombre. ¿La ley? Es una tela de araña
. ¿La cosa más fiel? La tierra. ¿De dónde eres? Del mundo», y otros semejantes. Es evidente, sin embargo, que gran parte de la sabiduría juguetona del párroco está tomada de la tradición toscana y a menudo también directamente de moralistas y filósofos griegos y latinos, que se habían convertido en patrimonio de una común cultura didáctica. Pero en torno a la variada figura de este religioso que anda por tabernas y encrucijadas diciendo lo que piensa entre toda clase de personas, se forma una leyenda que vivifica su figura y la hace típica. Por lo demás, como nota fundamental de sus varias observaciones sobre la vida y la sociedad, se encuentran en estas agudezas, como en Bertoldo, Bertolaino y Cacasenno (v.), la apología del campesino defensor del buen sentido, continuamente elogiado en los cuentecillos y en las bromas de este párroco, por su sabiduría popular que siempre tiene su reivindicador en el tiempo. Una revista titulada «Il pievano Arlotto» («El párroco Arlotto») se publicó entre los años 1588 y 1860, e hizo todavía más cómica la referencia al antiguo personaje. C. Cordié