Entremés en prosa de Miguel de Cervantes (1547-1616), publicado en 1615, junto con los siete entremeses restantes y ocho comedias. El tema procede del Oriente; se encuentra en los «fabliaux» medievales y en los cuentos italianos del siglo XVI. Cervantes debió tomarlo de la tradición oral española.
El tipo del viejo Cañizares lo pinta también en El celoso extremeño (v.), con el nombre de Carrizales. Comienza el entremés saliendo a escena doña Lorenza, su criada y sobrina Cristina y la vecina Hortigosa. Lorenza, casada con un viejo que la tiene enclaustrada, se queja a la vecina del aislamiento y poco placer a que la condena su marido. Doña Hortigosa se ofrece a llevar algún remedio a la exigencia juvenil de Lorenza, siendo aprobado el proyecto sin reservas por la sobrina Cristina. Lorenza duda entre el placer y la honra, concebida a la manera clásica. Entre Lorenza y su doncella se entabla un picante diálogo: «¿Y la honra, sobrina?». «¿Y el holgamos, tía?». «¿Y si se sabe?». «¿Y si no se sabe?».
La industria de doña Hortigosa es la encargada de que no se sepa. Lorenza cuenta a la vecina que los celos del viejo llegan al punto de no permitir gatos ni perros en la casa. Y que incluso rehúsa comprar telas con figuras de hombres. Siete puertas cerradas, salvo por ocasional descuido (como el del día en cuestión), la separan de la calle. Aunque durmiendo con el viejo, Lorenza no ha podido averiguar dónde esconde las llaves. Hortigosa se despide después de augurar un saludable cambio en la vida de Lorenza. Desaparecen de escena los tres personajes. A continuación salen a ella, con la inmediatez impuesta por la estructura de los entremeses, el viejo Cañizares y un compadre. La conversación gira en torno a la inquietud y los celos del viejo, que recela «del sol que mira a Lorencica, del aire que la toca y de las faldas que la vapulan»… Otros motivos de desconfianza no los tiene, porque ni tan siquiera deja penetrar en la casa a las vecinas. «Vecina» es una palabra muy temida por Cañizares, quien teme asimismo el que Lorencica «caya en la cuenta de lo que le falta». Cañizares no deja a su amigo franquear la puerta de la casa. («Amicus usque ad portam» en vez del «usque ad aras» latino). Se van ambos personajes por distintos lados.
Salen de nuevo Lorenza y Cristina. Se preguntan por la tardanza del viejo y de la vecina, a quienes esperan con ánimos bien dispares. Al tiempo que llega Cañizares, llaman a la puerta: es Hortigosa que viene a ofrecer un guadamecí pintado con cuatro figuras, con cuya venta pueda librar a un hijo de la cárcel. Bien a pesar suyo Cañizares («Nombre fatal para mí es el de vecina»), consiente en recibir a Hortigosa. Entra ésta y al tiempo de extender el guadamecí pasa por detrás el galán para Lorenza. Cañizares, al ver las figuras arrebozadas, en la labor, reprende a la sobrina por haber facilitado la entrada de semejante vergüenza; Cristina entiende que el viejo se ha apercibido del galán y se sobresalta. Pero interviene Lorenza: «Por las pinturas lo dice, y no por otra cosa». Cañizares despacha a la vecina dándole un doblón.
Hortigosa se entretiene ofreciendo a Lorenza toda suerte de ungüentos para sus dolencias y encolerizando al viejo, que acaba por gritar: «Hortigosa, o diablo, o vecina, o lo que eres…». A lo cual finge enfadarse Lorenza, y corre a encerrarse en su habitación. Ida ya Hortigosa, Lorenza habla desde dentro con su sobrina, contándole las gracias de su galán. Cristina responde con el sonsonete: «Jesús, y qué locuras y qué niñerías», pidiendo al viejo reprima los despropósitos de su tía. Este diálogo de gruesa pimienta incita a Cañizares a entrar en la habitación por la fuerza. Pero es Lorenza quien se adelanta a abrir la puerta, dando al mismo tiempo en el rostro del anciano con el agua de una bacía. Circunstancia que aprovecha el galán para escapar. No satisfecha con ello Lorenza, comienza a lamentarse en voz alta de la desconfianza de Cañizares. Acuden el alguacil, un bailarín, músicos y Hortigosa. Cañizares tiene que satisfacer las preguntas del alguacil y pedir perdón a la vecina. Los músicos tocan una pieza y cantan una letra; Cañizares se lamenta de las vecinas; Lorenza les besa las manos; Cristina no desconfía de servirse de ellas. «Y adiós, señoras vecinas».
R. Jordana