“Stil novo” [Estilo nuevo] es fórmula dantesca, con la cual el Poeta en su célebre episodio del “Purgatorio” (XXIV) parece designar una forma, un “momento” de su propio arte, aquella forma particular de su poesía que se inicia con la canción “Donne che avete intelletto d’amore”, recogida en el capítulo XIX de su Vida Nueva (v.). Convendría referir y explicar brevemente el episodio del “Purgatorio” que es el texto sobre el cual se debe fundar todo trabajo que se refiera al Stil Novo. Dante, en su mística ascensión por las peñas del monte sagrado, encuentra, en el círculo de los glotones, a un poeta florentino de la vieja escuela de la tradición siciliana provenzalizante, Bonagiunta degli Orbiccia- ni da Lucca, el cual, conversando con el peregrino le pregunta en determinado momento: “…di s’io veggio qui colui che fore — trasse le nove rime, cominciando — Donne che avete intelletto d’amore” [‘\..di si estoy viendo aquí al que publicó las nuevas rimas que comienzan: Damas que del amor tenéis conocimiento”]; Dante responde solemnemente proclamando su credo artístico, revelando la que le parece ser fuente verdadera de su poesía: la sinceridad y la intimidad de la inspiración: “…I’ mi son un che quando — Amore spira noto ed a quel modo — ch’e’ ditta dentro vo significando” [“yo soy uno que escribo cuando amor alienta, y de aquella manera que él dicta dentro, lo voy significando”] ; esto es, proclamando que su palabra de poeta ha sido y es la fiel traducción de una viva realidad sentimental y fantástica.
Y Bonagiunta reconoce en esto, en la fidelidad a la inspiración, la “novedad” de la poesía de Dante respecto a su propia poesía, o a la de sus compañeros de arte: “…issa vegg’io… il nodo —che! Notaro e Guit- tone e me ritenne — di qua dal “dolce stil novo” ch’i’ odo. — Io veggio ben come la vostre penne — di retro al dittator sen vanno stretti — che delle nostre certo non avvenne—; e qual più a riguardare oltre si mette— non vede più dall’uno all’altro stile.” [“ahora veo yo el nudo — que al notario [Jacopo da Lentino] y a Guittone [d’Arezzo] y a mí retuvo — alejados del “dulce estilo nuevo” que ahora escucho —. Yo veo bien que vuestras plumas— siguen al que dicta [el Amor], estrictamente — cosa que no hicieron los nuestros—; quien esto no mira, no comprende la diferencia entre uno y otro estilo”]. He aquí, pues, en las palabras que Dante pone en boca de Bonagiunta, la fórmula, de tanta fortuna posterior, “Stil novo”.
Ahora bien, téngase presente que, antes de esto, Bonagiunta pregunta a Dante si es él el trovador de las nuevas rimas, y provoca por parte del Alighieri una profesión de fe que es “estrictamente personal”: “lo mi son un…” Hasta este punto, pues, se trata sólo de la historia de la poesía de Dante que ha adquirido, con la canción “Donne che avete”, nuevas orientaciones. Pero en su respuesta a la profesión de Dante, Bonagiunta no considera ya únicamente la singularidad del arte de su interlocutor sino que emplea un plural, “vuestras plumas”, como contrapuesto a otro plural “las nuestras”; esto es, reconoce que la diferencia no está entre el arte suyo y de sus compañeros —Jacopo da Lentino y Guittone— y el arte dantesco sólo; sino entre el arte de ellos, y el arte de un “grupo”, en el cual están estrechamente asociados a Dante otros poetas, de modo que se justifique el plural “vuestras” que usa.
En suma, la fórmula “Stil novo” vale, en el episodio del Purgatorio, particularmente para Dante; y la proclamación que éste hace, con intento polémico, de su propia noción del hecho estético, refleja, como se ha dicho, el descubrimiento que el poeta maduro hace de la fuente íntima y profunda de su poesía juvenil; representa la conciencia adquirida de una posición teórica y estética, a la cual el poeta maduro se complace en referir la poesía de su juventud. Pero el mismo Dante al poner en boca de Bonagiunta aquel plural “vuestras plumas” viene, en el mismo episodio, aunque sea incidentalmente, a afirmar que aquella fórmula no vale sólo para su arte, y por esto, legítimamente, la crítica moderna ha adoptado la fórmula de Dante para designar aquel “movimiento literario” que, iniciado en Bolonia por Guido Guinizelli (1230/40-1276) se desarrolla en Toscana y particularmente en Florencia en los últimos decenios del siglo XIII; esto es, para designar aquel grupo de poetas que comprende, además de Guinizelli y Dante, a Guido Cavalcanti (1259?- 1300), Lapo Gianni (1250?-1328), Gianni Alfani (n. 1272-83) y Ciño da Pistoia <1270?-1336-37), los cuales además de estar unidos por el vínculo ideal que se origina del modo particular, que todos tienen en común, de entender la poesía, se nos muestran también unidos por relaciones personales de costumbre y de amistad; y por los tonos de su arte se distinguen de todos los demás autores contemporáneos.
Se reconoce que estos poetas forman un grupo en el hecho de que su obra revela conformidad de gustos, de tendencias, de ideales artísticos; pero ante todo, aun mirando esta obra de un modo superficial y global, aunque nos dejemos impresionar sólo por los datos exteriores, el pertenecer estos poetas a un grupo único, a un mismo movimiento literario se reconoce en la circunstancia de que todos usan determinados, particulares “temas poéticos”, esto es, en el hecho de que para todos aquellos poetas la “materia” poética es siempre la misma. Hay un conjunto bastante característico de “lugares comunes” que se vuelven a encontrar en su obra, y, naturalmente, en relación con sus creaciones artísticas particulares, sólo son decorado, marco, fondo, del cual se desprende la poesía cuando la hay, y sobre el cual la poesía se eleva, pero que, de todas maneras, reflejan y revelan muy claramente la conformidad de gustos y de intereses de que hemos hablado.
Estos “temas” poéticos comunes son:
1) la noción de que el amor sólo puede hallarse en el “corazón gentil”, y no puede haber corazón noble en que Amor no resida; esto es, la noción de que “Amor” y “corazón gentil” se identifican, son “una sola cosa”;
2) la idea de que la “gentileza” es “nobleza espiritual”: no es nobleza la que se hereda con la sangre, sino la que proviene en cada cual de su propia virtud;
3) la idea de que la “bella donna” (la mujer hermosa) da lugar en el ánimo del hombre a la innata disposición al bien, esto es, da lugar en el hombre la “gentileza” — que se identifica con amor— que primero estaba sólo en “potencia”, y que por lo tanto, es instrumento de la elevación del alma del amante al Sumo Bien;
4) la figuración (que naturalmente deriva de la noción precedente) de la mujer como “casi ángel”, como “angelicata creatura”, como “angélica figura… di ciel venuta a spandere salute” [“Venida del cielo a derramar salvación”], como “pura luz”, como “alta estrella de nueva belleza”, como “lucente stella diana — che ha preso forma di figura umana” [“luciente estrella matutina que ha tomado forma de figura humana”]; la figuración, en suma, de la mujer que “é venuta— di cielo in térra a miracol mostrare” [“venida del cielo a la tierra a mostrar milagro”], y lleva, en los ojos, amor, por lo que torna gentil cuanto ella mira; y sus ojos, adonde los vuelve, muestran paz; y su saludo da salvación y beatitud, y enciende en el corazón del amante la nostalgia del cielo;
5) la figuración del amante — correlativa a la de la mujer— casi siempre deslumbrado y atónito, arrobado en la contemplación de la mujer-ángel, de la mujer-milagro, inmerso en una atmósfera de ensueño, separado de la materia y ausente de los sentidos, y más aún que desprendido y arrobado, humilde y adorante, pero tal vez también angustiado y tembloroso, sobrecogido y doloroso; que está, en suma, en un estado, ya de gracia, ya de alucinación y pesadilla;
6) la representación de la mente, del corazón, de los ojos, de la sonrisa, etc., como residencia y senda de todo sentimiento y toda sensación, de manera que se representa la vida del alma como desenvolviéndose a través de un complicado mecanismo en el que juegan “spiriti” y “spiritelli”, en los cuales se encarna cada una de nuestras facultades y cada uno de nuestros sentimientos.
Esta “materia” poética es encontrada por los poetas del “Stil novo”, y se la sugiere aquel a quien Dante, en otro episodio del Purgatorio, pone como “Maestro” suyo y de los demás, el mejor “che mai — rime d’amor usar dolci e leggiadre” [“que jamás usara rimas de amor dulces y aladas”], Guido Guinizelli, cuya canción “Al cor gentil ripara sempre amore” [“En corazón gentil se refugia siempre amor”] (v. Rimas) es para la nueva poesía como su manifiesto, y es adoptada como programa por los nuevos poetas. En esta canción se propone identificar el “amor” con la “nobleza espiritual”, entendida en el sentido que hemos precisado; y se asimila a la noción de la mujer, por quien tiene lugar, en el alma del amante, el amor que se halla en potencia en cada una de las almas dando lugar, finalmente, a la figuración de la mujer que tiene semblanza de ángel del reino celestial: y ello da lugar al motivo más característico de la poesía “stil-novista”.
En la canción “Al cor gentil”, si elemento, podríamos decir, filosófico no es en absoluto preponderante; de todas maneras está traducido en lenguaje con tendencia a la imagen y, alguna vez, también en “imágenes” vivas verdaderas. Pero además de la canción de Guinizelli hay otra, que en la nueva escuela constituye doctrina y, como se ha escrito ya, informa la cultura lírica casi durante todo un siglo; la canción de Guido Cavalcanti, Una dama me ruega que yo explique (v.), que los nuevos poetas toman como “ejemplar”, como “canon” y a la cual todos se refieren, es la que fija módulos y esquemas en que expresar su mundo interior. En esta canción la teoría del amor se traduce a términos filosóficos más precisos, hasta el punto que parece a veces como un verdadero y propio tratado riguroso, y a veces pedante, aunque de cuando en cuando fulgura en él algún relámpago intenso en que se traduce la experiencia íntima del poeta.
La canción de Cavalcanti fue adoptada, lo repetimos, como “texto”, y como “texto” —en el sentido que el término tiene en el lenguaje de la escuela— fue “expuesta” —esto es, explicada analíticamente— en dos comentarios latinos que, en los cancioneros, la acompañan con frecuencia. Uno de ellos, traducido al vulgar, es del médico Dino del Garbo; el otro de Egidio Colonna. Estas “exposiciones” documentan y ponen de relieve el contenido doctrinal de la canción, en la cual entra así el patrimonio ideal de la ciencia escolástica, de la cual formaba parte Guido. Su cultura filosófica era ciertamente bastante vasta, pero desigual y no muy profunda. En la canción, pues, el “amor”, considerado como “fenómeno natural”, es sometido a rigurosa investigación objetiva. Usando el lenguaje de la filosofía escolástica, el poeta define el amor como “accidente”, y lo reconoce en cuanto está “en potencia” como pasión permanente que reside en el “alma sensitiva”, como predisposición determinada por la influencia de la estrella “Marte”, y por ello como la más feroz de las pasiones.
En cuanto, pues, amor está “en acto”, es “deseo del ideal femenino” como cada cual lo concibe subjetivamente; la mujer es “la causa ocasional” del amor, “sirve para iluminar”, en quien la contempla, el ideal, no universal, sino particular del amor; forma que resplandece en el “intelecto paciente”, y es causa perenne del amor. En efecto, por el ideal que está en el “alma intelectiva” y resplandece perpetuo e inmóvil, suscitando intensísimo deseo de sí, cada cual se entristece y se atormenta; ya no se domina, ya no tiene libertad, ya no tiene sabiduría. El hombre se torna esclavo de aquel deseo que lo arrastra y lo espolea a buscar, por medio de formas contingentes y variables, su ideal (M. Casella). Junto a esta definición de la “naturaleza” y a esta descripción de los “efectos” de amor, hay también en la canción la representación del amor como proceso físico-psicológico, que se explica aplicando los conceptos — estilizados — del psicologismo científico, esto es, describiendo la “mecánica psicológica” en la cual actúan los “spiriti” y los “spiritelli”, a los que ya nos hemos referido.
En la canción de Cavalcanti, pues, entra triunfalmente la filosofía; entran los conceptos precisos de la ciencia y los términos exactos del lenguaje científico, que en la canción de Guinizelli sólo en una estrofa se nos presentan con cierta crudeza. Sin embargo, también a Guinizelli los contemporáneos seguidores de la tradición reprobaban la oscuridad que procede de querer dar lugar en la poesía a la filosofía. Bonagiunta, precisamente, desaprueba que Guinizelli quiera “sacar canción a fuerza de escritura” ; esto es, quiere extraer con esfuerzo la materia de los libros latinos (escritura) de ciencia y de filosofía. Tanto más, pues, vale esa declaración en cuanto a Cavalcanti.
Los contemporáneos, pues, reconocían la esencia de la nueva poesía en el contenido filosófico-científico que la vuelve oscura, y de acuerdo con los juicios contemporáneos están algunos críticos modernos, entre ellos Vossler, quienes reconocen la esencia de la nueva manera en la necesidad en que se encuentran los nuevos poetas de filosofar, de traducir la noción del amor de la tradición lírica en una teoría nueva que refleje los resultados de la alta especulación escolástica. Vossler concede suma importancia al contenido filosófico de la nueva poesía; habla, en efecto, de los “fundamentos filosóficos del “Stil Novo”; y afirma que la nueva poesía nace precisamente de la coincidencia y la fusión de la tradición de poesía cortesana con la especulación filosófica. Esta unión había de acaecer, como era natural, en la docta Bolonia.
Y aunque más tarde se ha visto que la filosofía no tiene al fin y al cabo en la poesía del “Stil Novo” la importancia esencial que le atribuía Vossler (¿y cómo podía tenerla?), aunque se ha visto que — salvo en algún caso aislado— las proposiciones filosóficas que aparecen en la poesía “stilnovista” son bastante débiles y, en todo caso, no se las puede agrupar con carácter unitario, de manera que el intento de reconstruir un verdadero y auténtico sistema filosófico de aquella escuela ha sido vano, algunos estudiosos continúan reconociendo que, “en los poetas del «dolce stile», la poesía se componía sobre la artificiosa trama urdida por su pensamiento filosófico y por su carácter racionalizante” (Figurelli). En realidad, la filosofía es elemento marginal y accesorio de la poesía nueva; y, por otra parte, salvo en la canción de Cavalcanti que hemos analizado, la filosofía es también elemento muy modesto y poco significativo; todo se reduce al hecho de que los nuevos poetas aplican, como se ha escrito, precipitadamente, y a menudo arbitrariamente, “ideas y esquemas generales a problemas particulares y empíricos” (Sapegno).
Y al paso que sabemos hasta por testimonio precisó que Guido Cavalcanti se había entregado con seriedad y fervor a los estudios filosóficos, también sabemos que la cultura filosófica de sus compañeros de arte era muy superficial y sumaria; el mismo Dante, por la época en que estaba creando su poesía de amor por Beatriz, no se había aplicado todavía a estudios filosóficos regulares y profundos, y sólo después de la muerte de la “gentilísima”, entra en la escuela de los filósofos y de los religiosos, como lo cuenta en el Convivio (v.). Cierto es que en la nueva poesía se cede lugar a los pensamientos de filósofos y teólogos, y hasta a las visiones y a las intuiciones de los místicos; pero no es menester buscar aquí la nota esencial del movimiento que ellos llaman “Stil novo”, que es esencialmente un movimiento literario y artístico. Y, por lo demás, la “novedad” podría consistir sólo en el uso por parte de aquellos poetas de conceptos y términos precisos, “técnicos”, de la filosofía, no ya en el gusto de argumentar y sutilizar. En esto no hacen más que continuar la tradición lírica y cortés, en la cual, no sólo abundan las tentativas poéticas de definir la naturaleza y los efectos de amor, sino que también caben monumentales y rigurosos tratados sobre el amor del tipo del de Andrea Capellanus.
Si nos introducimos por este camino, esto es, si nos detenemos a considerar la “materia” poética, es muy difícil hallar “novedades” concretas en la poesía de Guinizelli y de sus continuadores florentinos, y la demostración que ha dado De Lollis de la continuidad, en la nueva poesía, de la tradición cortesana queda firme e insustituible.
Los dos temas esenciales de la canción “Al cor gentil” —la identificación de “amor” y “gentilezza” y la figuración de la “mujer angélica” instrumento de elevación al Sumo Bien — parecieron documentos y señales de una franca superación de los esquemas tradicionales de la teoría del amor cortesano. Por una parte, el concepto de “nobleza” de Guinizelli parece superación definitiva de la noción feudal y caballeresca de la vida, el reflejo de una nueva concepción social madurada en el mundo de la burguesía municipal italiana; y, por otra parte, el lenguaje que Guinizelli usa para traducir su concepto del amor pareció distinguirse radicalmente del lenguaje esencialmente jurídico —que los trovadores emplearon para expresar su noción del amor entendido como “servicio feudal”, como “vasallaje”, como “homenaje”—.
Pero, en realidad, se pueden rastrear fácilmente los antecedentes de las proclamaciones de Guinizelli en la tradición lírica cortesana; y en particular la idea de que amor no es pecado, sino por el contrario, causa de elevación espiritual y fuente de virtud, y hasta de castidad, se halla formulada con frecuencia por los trovadores de la última generación, por Montanhagol especialmente (v. Canciones) y por dos trovadores italianos, Sordel y Lanfranc Cigala. Por lo demás (v. Poesías de uno y otro), como ha hecho notar Sapegno, el breve cancionero de Guinizelli está lleno de reminiscencias y ecos de la lírica anterior, de Jacopo de Lentino, del trovador Aimeric de Peguilhan (como ha señalado Vittorio Rossi); y los acentos religiosos, casi místicos, con que Guinizelli representa el amor y la mujer hallan repercusión en la lírica occitana tardía, en la cual el “homenaje” devoto en que se resolvía el amor cantado por los trovadores más antiguos, se torna casi “culto”, para cuya representación sirven fórmulas y temas que son propios del culto cristiano a la Virgen y a los ángeles.
Así, en cuanto se refiere a la doctrina de amor, desde los últimos provenzales a Guinizelli, pasando por Davanzati, existe una perfecta continuidad; con todo, los temas y los motivos ya consagrados por la tradición, aparecen, en la poesía de Guinizelli, modulados de manera nueva, y se componen —mientras que antes estaban dispersos — en el alma de Guido en una armoniosa unidad, que los renueva substancialmente.
En realidad la crítica del xix atiende más que a otra cosa, a la “materia” poética, al contenido doctrinal, y hasta filosófico de la nueva poesía. Dante, en cambio, había hablado claramente de “nuevo estilo”, y por boca de Buonagiunta, había llegado a advertir que todo el que se pusiese a mirar “más allá”, más a fondo, no podría encontar entre la nueva y la antigua poesía, otra diferencia que la indicada por él: la mayor fidelidad a la inspiración.
Vittorio Rossi subraya que la “novedad” se refiere, en la noción dantesca, al “estilo”, y no ya a la materia más o menos doctrinal y filosófica. Con todo será necesario hacer notar que Dante —aun proclamando que la única nota distintiva de la nueva poesía es la fidelidad al espíritu que dicta— se refiere también a tonos y formas cuando califica el nuevo estilo con un adjetivo “dolce” [“dulce”]; y este adjetivo —sólo o asociado con otro, “leggiadro” [“encantador”] lo usa el poeta cuantas veces ha de hablar de sus rimas juveniles o de la obra de sus compañeros de arte. “Dolce” el “stil novo”, “dolci e leggiadre” las rimas de amor que han trovado todos los que han seguido el magisterio del primer Guido; y “dolci” las rimas que el poeta solía, en su juventud, buscar en sus pensamientos; y “soave” el estilo que el poeta en su juventud había usado, y se propone abandonar en su edad viril.
Con demasiada insistencia vuelve Dante a estos términos para que podamos pensar que expresan algo inesencial y accesorio en la noción del poeta. En realidad “dolcezza”, “leggiadria”, “soavità” son las notas que Dante reconoce como características de su poesía juvenil y de la poesía de sus compañeros de arte* Todos los cuales están de acuerdo, precisamente, en la prosecución de lo dulce, placentero, gracioso, de una atmósfera musical y soñadora en que el contenido más ásperamente doctrinal sea atemperado por una gracia elegante. Todos los stilnovistas están de acuerdo en preferir tonos delicados y ligeros, colores blandos y esfumados, luminosidades perladas, tenue armonía.
Y en este acuerdo está la “escuela”, si es que de escuela puede hablarse, aunque, como ha observado bien Sapegno, se trate quizá de la fijación de una actitud determinada del gusto; y esta conformidad de gusto es justamente la que importa y da origen al “movimiento literario”, que va en contra de la tradición, precisamente porque la forma y los modos de la lírica tradicional ya no responden a las exigencias del gusto nuevo. Guinizelli y los poetas del grupo florentino no se hallan unidos tanto por la adhesión a una determinada teoría del amor, o por la aceptación de determinada noción de la nobleza, ni por el uso concorde de determinados esquemas intelectuales, cuanto por esa identidad del sentir, por esa conformidad de gusto, que conduce a la contemplación de determinadas imaginaciones fantásticas, que se hallan evocadas a menudo con identidad de colores y tonos, en la obra de estos poetas. Ellos, apenas es necesario señalarlo, se salen de semejante comunidad genérica de tonos y de imágenes cada vez que son poetas más auténticos; salen de ella para encontrar cada uno acentos propios, inconfundibles, para ser cada uno únicamente él mismo. Con todo, queda siempre cierta conformidad de tonos, un gusto en común por lo dulce y placentero, en que todos se reconocen y coinciden y con la que quieren contraponerse a sus predecesores.
De todas maneras, más aún que la común actitud del gusto, puesta de relieve con tanta insistencia por Dante, importa, para caracterizar el movimiento stilnovista, la otra declaración del poeta: que para los nuevos poetas es exigencia primera y suprema la fidelidad a la inspiración. Los nuevos poetas quieren, como hemos dicho, que el arte reproduzca “lo más fielmente posible todo el concepto y todo el sentimiento, de manera que del poeta pase entero e igualmente fervoroso y vivo a los oyentes”.
Por boca de Bonagiunta, Dante, en substancia, sólo afirma esto: que mientras los de la antigua escuela habían creído que basta para hacer poesía la técnica sabia, que el arte consiste sólo en la ornamentación refinada, los poetas nuevos opinan, en cambio, que no puede haber poesía sin inspiración y que sólo es arte verdadero el que realiza una expresión donde se refleja la íntima realidad sentimental y fantástica. “Nuevas rimas”, para Dante, son, justamente, las que responden a esta noción del hecho estético; noción que el poeta opina que es también “nueva”, esto es, sin ejemplo en la lírica italiana anterior. Naturalmente, esta afirmación solemne de la inspiración como fuente primera de la verdadera poesía no significa renegar de la fe en el arte que el mismo Dante, no menos solemnemente, proclama en su obra, y domina toda su actividad de poeta.
Dante cree firmemente que la poesía verdadera no puede originarse sino del ejercicio severo y tormentoso del arte, y proclama máximo poeta en lengua vulgar a Arnaut Daniel justamente porque es “fabbro” [“artífice”] expertísimo del habla materna. Todo el tratado De vulgari eloquentia está dominado en realidad por la idea de que no puede realizarse la gran poesía si no se ha conquistado una técnica refinada y madura. En este aspecto, Dante queda dentro del marco de la tradición literaria medieval, latina y vulgar, en la cual campea una fe absoluta en el arte, entendido precisamente como técnica. Pero, en suma, junto a esta fe hay en Dante la conciencia de que el arte no basta; y que en las fuentes primordiales de la creación poética está la inspiración sincera. Apenas es necesario señalar que, en la tradición de la lírica romance ilustre, la proclamación, por parte de Dante, de los derechos supremos de la inspiración no es cronológicamente la primera: va precedida de proclamaciones substancialmente idénticas de algunos trovadores, que reconocían la necesidad de un sentimiento sincero que se tradujera en el verso.
Muy parecida, por ejemplo, a la de Dante es la afirmación de quien, entre los trovadores provenzales, fue el poeta más verdadero: de Bernart de Ventadorn, el cual (v. Canciones) comienza una canción suya declarando que “no tiene valor el canto que no salga del corazón, y no puede salir del corazón el ’ canto si en el corazón no hay puro amor cordial”. Por otra parte, no sólo substancialmente, sino también formalmente vecina a la de Dante es, como ha notado Mario Casella, la fórmula no de un poeta, sino de un místico, Ricardo de San Víctor, el cual, en su Tratado de los’ grados de la caridad se pregunta: “¿Cómo podrá hablar de amor el hombre que no ama, que no siente la fuerza de amor?… Verdadera y veneranda es la doctrina sólo cuando lo que dice la lengua lo dicta la conciencia, lo sugiere la caridad”; “sólo habla dignamente el que compone sus palabras según la medida que le dicta el corazón…” “De aquel modo que dicta dentro.” No parece sino que Dante tenga presente la fórmula de Ricardo de San Víctor.
Pero es evidente que no importa mucho demostrar que la teoría del hecho estético formulada por Dante no es nueva, sino que está viva más o menos claramente en la conciencia de los que ya antes de Dante habían sido verdaderamente poetas y habían meditado acerca de su poesía, llegando a expresar lo que habían advertido, de la esencia de la poesía, y reconocido, precisamente por medio de su experiencia personal de poetas. Es nueva la proclamación poética que Dante hace de la nota esencial de la poesía suya y de sus compañeros en comparación con el arte de sus predecesores.
Lo que importa, en los movimientos espirituales en general, y en los movimientos literarios en particular, no es tanto la efectiva novedad de las posiciones ideales, como la “voluntad de renovación” y la “conciencia de renovar”; voluntad y conciencia que están vivas y firmes en Guinizelli, en Cavalcanti y en Dante. Y precisamente por esto hay que insistir acerca del contenido polémico de la proclamación por parte de Dante de la nota primera y esencial de la nueva poesía; proclamación que implica condena decidida de toda — o casi toda — la tradición lírica italiana anterior. En esta condena y reniego reside propiamente el origen del movimiento literario del cual Dante comprende que forma parte (se entiende, el Dante de las poesías juveniles, las de la Vida nueva, ya que en el marco del “Stil novo” no caben las rimas dantescas “ásperas y sutiles”, las del Convivio, y mucho menos las “petrose” [“pedregosas”], que representan la superación completa de la experiencia juvenil). Y es un movimiento que nace precisamente de la aspiración a una poesía que no sea ya solamente ejercicio frío y académico.
Antonio Viscardi