SOFÍSTICA

Después de las guerras médicas y, so­bre todo, después de la guerra del Peloponeso se produce en Atenas el máxi­mo florecimiento democrático; la “gente nueva”, nueva burguesía enriquecida pol­la guerra, adquiere predominio en la ciudad, aspira a los cargos públicos y se propone arrancar la “virtud” (el po­der) político, a la nobleza de sangre de los eupatridas, fundando una nueva aris­tocracia, la aristocracia de la cultura. Y puesto que, de Homero en adelante, capacidad política y elocuencia eran en Grecia sinónimos, la nueva cultura toma decididamente la forma de retórica. Maestros de esta nueva elocuencia son los sofistas, filósofos y oradores, juristas y políticos, a los cuales se debe en el siglo V a. de C. la radical renovación del pensamiento griego y el comienzo de un movimiento espiritual que de ellos toma su nombre.

En el terreno filosófico y científico es característica de los sofistas, una crítica disolvente del viejo naturalismo racionalista, el cual contraponía la ciencia, conocimiento del ser, a la opinión, co­nocimiento mudable de un hombre a otro y de momento a momento; cono­cimiento no del Ser, sino más bien de una apariencia que no es, del no-Ser. A este viejo Racionalismo la Sofística con­trapone la negación de la existencia, o por lo menos de la cognición, del Ser; de ahí una decidida negación de la cien­cia, y la afirmación de que la única for­ma de saber, lo único a que se puede llegar y que se puede comunicar, es el conocimiento de lo mudable y de lo aparente, la opinión. “El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, en cuanto que son; de las que no son, en cuanto que no son”, dice Protágoras de Abdera, el más autorizado e importante de los viejos sofistas, en un célebre fragmento.

Y dentro de la mis­ma línea, Gorgias, el segundo por su fa­ma y la profundidad de su pensamiento, titula Del no-ser y de la Naturaleza, un libro en que demuestra que el Ser no es; si fuese, no sería cognoscible; y si fue­se cognoscible, su conocimiento no sería comunicable. Las consecuencias de estas posiciones son muchas y muy variadas, y su diverso entrelazarse o su mucho prevalecer forma gran parte de la histo­ria íntima del pensamiento y de la es­piritualidad griega. A la filosofía de la ciencia reemplaza la filosofía de la opi­nión, la retórica: la palabra, como medio de expresión y comunicación de la opinión es el interés teórico y práctico de los sofistas. Mientras algunos de ellos, como Cratilo y Gorgias, comienzan los estudios de sinonímica y de gramática que se desarrollarán hasta la más avanzada época helenística, otros, los más importantes, tratan de perfeccionar la retórica como medio de persuasión; si la verdad no existe y únicamente es verda­dera la opinión, y ésta sólo en cuanto in­mediatamente sentida y vivida, a la in­vestigación racional deberá reemplazar la psicagogía, el arte de conducir al oyente a la conmoción del ánimo por la cual se dispone a acoger la opinión del orador.

Característico de la Sofís­tica antigua es que ésta acompaña el estudio práctico de componer bellos dis­cursos que conmuevan el ánimo de los oyentes y, como algunos de Gorgias, de toda Grecia, con la reflexión acerca de los fundamentos racionales de la re­tórica; es una constante preocupación pedagógica. Se buscan las fuentes de la opinión en la “naturaleza”, con lo que se abren a la investigación filosófica nuevos horizontes, porque el punto de apoyo del interés filosófico es ahora proporcio­nado por la humanidad y el sujeto hu­mano, cuya noción, por lo demás, apenas entrevé la antigua Sofística; y se echan los cimientos del innatismo que luego culminará en Platón, y que gracias al platonismo penetrará en la stoa media (v. Estoicismo).

Junto a la retó­rica como conmoción de los sentimien­tos, en la Sofística se desarrolla un nue­vo Racionalismo, esencialmente dialécti­co, que se realiza por una parte como afición a la paradoja y virtuosismo de argumentar, como arte de “reforzar la tesis más débil”, en el cual fue habilísi­ma la escuela de Gorgias; por otra par­te, como crítica que penetra de modo revolucionario en las instituciones tra­dicionales de la cultura griega: ciencia, estado, costumbres, derecho, religión son sometidos a una crítica corrosiva, sujetos a la argumentación dialéctica y pasados por la criba de la opinión individual y de la “naturaleza” del individuo; en este sentido no se puede decir que la crítica de los viejos sofistas sea únicamente des­tructora; en lugar de la ciencia metafí­sica surge una ciencia fiel al dato de los sentidos (Gorgias, por ejemplo, es par­tidario de Empédocles, y Protágoras es atomista); en lugar de la tradición político-ético-jurídica como fundamento de los valores prácticos, surge la naturaleza del hombre y la consiguiente teoría convencionalista del Estado al que se con­sidera nacido para la utilidad de los hombres, los cuales, sin los sentimien­tos políticos fundamentales, justicia y sentido del honor, no podrían vivir.

Sólo de la religión tradicional se hace una crítica radical. “Acerca de los dioses – escribe Protágoras — no puedo saber ni qué son, ni qué no son, ni qué forma tienen; a este saber se oponen demasia­das cosas, en especial, la oscuridad del tema y la brevedad de la vida humana!’ Pero, en general, la más antigua Sofísti­ca no es subversiva, y hasta ofrece preocupaciones pedagógico-moralistas, como se ve en la fábula de Hércules en la en­crucijada de Pródico de Ceos; Platón y Jenofonte, adversarios de la Sofística, nos presentan a los más antiguos sofis­tas, como Protágoras y Pródico, parti­darios de un moralismo benévolo, desde luego de fondo más sentimental que ra­cionalista. Y, en cambio, la más joven generación de los sofistas, es la que con­duce a consecuencias revolucionarias el método crítico; Antifonte de Ramnunte, y, sobre todo, los jóvenes de la nueva aristocracia ateniense, seguidores prin­cipalmente de Gorgias, entre los cuales sobresalen Polo y Cridas, el jefe de los Treinta Tiranos, contraponen francamen­te el derecho de la naturaleza al dere­cho de convención; y justifican con la apelación a la naturaleza el derecho de una personalidad fuerte y culta, a piso­tear, o mejor dicho, a someter forzada­mente a sus planes, el derecho de “con­vención”, el derecho de la tradición his­tórica, mientras desarrollan una teórica convencionalista de la religión, conci­biendo a los dioses como “ficciones” crea­das por los más débiles para la defensa del derecho positivo (Cricias, Euhémero, Teodoro el ateo).

La retórica toma aquí la forma de instrumento consciente de dominio del individuo superior sobre los hombres, de la masa; el individualismo, implícito ya en su posición gnoseológica de origen, se tiñe de viva tonalidad éti­co-política, y ésta será la causa princi­pal de la aversión contra la nueva cul­tura, con la cual la democracia perse­guirá implacablemente a sus represen­tantes; aversión de la cual Protágoras y Sócrates llegarán a ser las víctimas más ilustres.

En la generación contemporánea a Pla­tón, la Sofística parece por un momento dividirse en dos. De una parte, están Isócrates y su escuela, de otra la erística y las llamadas “escuelas socráticas menores” o mejor dicho socrático-sofísticas. Isócrates desarrolla el aspecto pu­ramente retórico de la Sofística, Para él, elocuencia y filosofía se identifican; la única forma de conocimiento posible es la opinión, y la retórica es psicagogía o sea arte de inculcar las opiniones buenas mediante la conmoción de los senti­mientos. La retórica isocrática tiene un fondo moralista, por lo demás harto vul­gar; hay opiniones “útiles” y opiniones dañosas; las primeras son las que comu­nican al hombre sentimientos más ele­vados y cierta sabiduría; de ahí que la psicagogía isocrática se resuelva en la investigación de los “lugares comunes” para exhortar a cierta sabiduría prácti­ca.

De otra parte, del uso de la paradoja sobre todo en Gorgias se desarrolla la tendencia a una técnica de la discusión — no ya del discurso — que prosigue, como había hecho Gorgias, los métodos de reducción al absurdo elaborados por la escuela eleática. Esta es la erística, re­presentada por Eutidemo —a quien va dedicado el diálogo de Platón de ese nombre — y por su hermano Dionisodoro; consiste en un razonamiento estricto, de preguntas y respuestas, en el que el rigor está sustituido por la habilidad de poner los argumentos en forma tal que sus consecuencias resulten siempre pa­radójicas. La erística, mera ciencia con­tenciosa, estéril arte de la confutación, pasa a las escuelas socrático-sofísticas; en ellas se desarrolla de una parte un agudo nominalismo (Antístenes), que, persiguiendo uno de los cometidos filo­sóficos de la Sofística, ejerce una crítica radical sobre las tendencias metafísico- realistas de la cultura griega clásica, mientras que de otra parte, sobre todo en la escuela de Megara, se convierte en investigación a menudo vacía y paradó­jica, pero a veces (Estilpón) aguda y profunda, de los problemas de la nacien­te lógica formal.

Con las escuelas socrático-sofísticas acaba propiamente la historia de la So­fística. Pero ésta continúa como un filón importante de la historia del pensamien­to griego. Mientras tanto es acogida en sus motivos fundamentales por Sócrates, Platón e incluso por Aristóteles, los cua­les intentan trasponerla a un terreno universalista superando el punto de vis­ta estrictamente individualista, por ejem­plo, de un Protágoras. Continúan po­niendo la “medida de todas las cosas” en el pensamiento mismo, por lo que la retórica se torna dialéctica, arte de la demostración, y el individuo se convier­te en personalidad a la que se transparenta la eterna verdad única y universal. La Sofística se transforma así en Plato­nismo (v.).

Y ya en la antigua Academia, por obra del joven Aristóteles (v. Protréptico), la retórica como arte de la per­suasión vuelve a adquirir carácter filo­sófico; como investigación de los lugares comunes, de los principios “naturales” que pueden mover los sentimientos ha­cia aquel Bien que es meta natural de la razón humana, la retórica conserva en las escuelas de Platón y de Aristóteles un notable valor pedagógico, y penetra de este modo en el medio y nuevo Estoicismo, corrientes filosóficas de matiz pre­dominantemente retórico y psicológico- moralista. La nueva retórica moralista recibe notables ayudas de la dirección retórica nacida en el siglo I a. de C. y que culmina en los tiempos de Adriano con el retor Herodes Atico, maestro de Mareo Aurelio, el emperador estoico, y de Elio Aristides. Este movimiento, que fue llamado “nueva sofística”, tiene en común con la antigua sólo el culto por la retórica; pero aquí se convierte en mero culto por la belleza ya sin ningún vigor filosófico ni interés humano.

Como ha sido vario en sus aspectos el movimiento sofístico, también ha sido vario el juicio de la historia acerca de él. El mismo Isócrates, uno de los más puros representantes de la sofística post- socrática, inició su movimiento con un discurso Contra los Sofistas. Pero, sobre todo, la acción de Platón y de Aristóte­les fue la que arrojó sobre la Sofística el mayor descrédito: la misma palabra “sofisma”, como sinónimo de razona­miento capcioso., fue creada por Aristóteles. Hay que notar también que Platón y Aristóteles combaten más contra la erística y las escuelas socrático-sofísticas (y en parte contra Isócrates), que contra la primera generación de los sofistas.

El juicio desfavorable acerca de los sofis­tas como vacíos habladores, gente presu­mida sin profundidad especulativa, co­rruptores de las ideas y de las costum­bres morales, pasó de Platón y Aristóte­les a la primera literatura cristiana, y de ella se transmitió hasta los primeros años del siglo XIX, cuando Hegel en sus Lecciones sobre la Historia de la Filo­sofía (v.) y Grote en la Historia de los griegos (v.) hicieron de ella una prime­ra rehabilitación. Hegel vio en la Sofís­tica una especie de Ilustración griega, un afirmarse del señorío y la potencia del pensamiento, no consciente aún de su universalidad; después de él, la crítica histórica actual ha reconocido a la So­fística, además del valor que le daba Hegel, el de haber descubierto el hom­bre y haber establecido una pedagogía que le resultara adecuada.

Giulio Preti