Las canciones rusas, justamente famosas, asombran por su riqueza desconcertante y exquisita calidad, constituyendo con los Proverbios (v. Proverbios rusos) uno de los medios más seguros a nuestra disposición para calar en esa alma nacional.
Su armonía con ella es evidente, como lo demuestra que todavía subsisten en el campo, a pesar de la desaparición, en el pasado siglo, de los rapsodas. No obstante, las canciones populares rusas no han surgido espontáneamente del inconsciente colectivo, ni son fruto genuino del anónimo pueblo. Si en ellas se nos habla de palacios, si encontramos en ellas rasgos de las costumbres y detalles domésticos que jamás hubiesen podido imaginar los «mujiks» en sus «isbas», es porque, en su origen, fueron creaciones de los medios aristocráticos. El pueblo no fue el autor y se limitó a recibir, a asimilar el folklore. Las comunicaciones fueron a menudo muy rápidas, incluso facilitadas por la estrecha comunión, que, hasta el siglo XVIII, existía en Rusia entre la nobleza y el resto de la sociedad, en la cual los siervos vivían en familiaridad con los señores, participando de todas las distracciones de estos últimos.
En el curso de los siglos, por deficiencias de la transmisión oral, las canciones sufrieron, sin duda, mutilaciones, pero sin ser apenas modificadas, ya que el texto se ligaba orgánicamente a la creación musical, que no variaba. La notación de las canciones populares no se efectuó hasta bastante tarde, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, circunstancia que invalida toda tentativa de fijar, ni aun aproximadamente, la fecha de estas piezas. Los siglos XV y XVI fueron muy ricos en fragmentos líricos y épicos, los cuales sólo se anotaron, por entonces, en reducidísimo número (por ejemplo, una canción sobre la toma de Kazan, en la que más tarde se inspira la canción popular de la batalla de Poltava). Algunas de las canciones rusas las anotó, en 1619, el inglés R. James, señalándose entre ellas la de Mikhail Vassilie- vitch titulada el Canto del ejército de Igor (v. El canto de Igor) y la de Xenia Godu- nov, «La hija de Boris», lamento de una maliciosa muchacha que quiere profesar como monja y encerrarse en un convento, pero que se promete a sí misma no dejarse dominar: «Abriré la puerta de mi oscura celda/para ver pasar a los guapos mozos».
Exceptuando unas cuantas composiciones de carácter cómico y los cantos de Navidad, la canción popular rusa parece ser el receptáculo de una tristeza y de un dolor seculares: nostalgia, ternura herida y resignación destacan como los principales sentimientos que la animan. No en balde ha escrito Pushkin: «la canción rusa es una lamentación». Así son, sobre todo las hechas para voz de mujer; ellas evocan en tono doliente las bodas y la vida familiar. La joven, apenas casada, se entristece: «Si la pena no me royese el corazón/siempre estaría contenta»; en vano ha suplicado a su padre: «No es preciso que me case, padre mío,/No es preciso que me vendan como esclava». De modo parecido se lamenta esta otra muchacha, maltratada por los familiares de su marido, humillada por sus cuñadas: «¿Dónde estás ya, casa de mi padre,/ hogar lejano de mi madre?/Si hubiese sabido la vida que me esperaba aquí/me habría quedado tranquilamente allá abajo./ Yo siempre había sido alegre,/No conocía el dolor ni la tristeza».
Los héroes, aunque hagan gala de una resignación más viril, corrientemente se expresan con idéntica tristeza. Así, este bandido de la canción citada por Pushkin en la Hija del capitán (v.) que acepta su destino con lúgubre ironía: «Tendrás un gran palacio en medio de un prado, le dijo el Zar:/Dos postes rematados por un travesaño». No obstante, las canciones de los bandidos suelen tener, a veces, un tono completamente distinto, varonil, entusiasta, desafiante: «¡Gloria al sol que camina muy alto en el cielo,/Gloria!». El final del siglo XVIII conoció numerosas imitaciones de canciones populares: Nedelinski – Meletzky escribe: «¿Iré hacia los arroyos, contemplaré el ágil riachuelo…?» y Dimitriev: «El palomo gris gemía…», composiciones de un sentimentalismo artificioso, vivamente criticadas en el siglo XIX, pero que gozaron de inmediata e inmensa celebridad.
La guerra patriótica de 1812 contra Napoleón provocó una gran floración de canciones populares, obra corrientemente de campesinos y de simples soldados. La folklorización continúa hasta época reciente: en el siglo XIX, las obras de los grandes autores son ampliamente difundidas entre el pueblo: «Nuestro mar desierto», de Jarykov; «No es una llovizna de otoño», de Delvig; «En una tarde otoñal y lluviosa», atribuida erróneamente a Pushkin. Hacia 1860, Nekrasov escribe la célebre canción de los buhoneros «Korobei- niki». La Revolución de Octubre apenas ha renovado la canción popular. La «tchastuchka», desprovista, a menudo, de elementos musicales, ha provocado, por el contrario, una corrupción del género con su sempiterna alusión a ciudades y fábricas. Cercana a la canción, está el «cuento popular»; uno de ellos, cuya tristeza es típica; relata la historia de un mozo que le pide al padre que le deje casarse: «pero el padre no cree con el hijo/que el amor exista en el mundo». Entonces el hijo marcha al huerto y, debajo de un manzano, con un sable afilado, se corta la cabeza. «Sus queridas cartas vuelan…», la joven novia «lee y muere./Así termina el amor».
También a la canción tradicional se ligan las antiguas «canciones dramáticas», que mezclan estre- chámente con los elementos cristianos el viejo fondo pagano: cantos de Navidad que, de hecho, son himnos en honor de Kaliada, divinidad solar, y que pintan los sacrificios del macho cabrío en los bosques, en medio de una asamblea de gallardos mozos y bellas doncellas; invocaciones a la primavera, destinadas a las ceremonias dramáticas donde se quemaban fantoches: «Primavera, bella primavera,/Vienes con la alegría…/ Con el lino en flor,/Con el pan de la abundancia»; y, sobre todo, los himnos al Sol de la célebre festividad de San Juan, en el estío. Los «versos espirituales», inspirados en las leyendas y «vidas de Santos» y propagados por ciegos y mendigos que los cantaban frente a las iglesias y monasterios, y por los seminaristas peregrinos que, por los siglos XVII y XVIII, recorrían Rusia entonando «alabanzas a Cristo», poseen también un lugar destacado en la poesía popular.
Su interés es, sobre todo, histórico, por la gran influencia que ejerció en el perfeccionamiento del alma rusa el difundir continuamente en el pueblo una atmósfera de vida espiritual. Los ciegos y mendigos no sólo eran intérpretes, sino al mismo tiempo creadores, autores de numerosos romances, entre ellos el celebrado de Lázaro. Muy características son también las poesías de la Ascensión, obra de mendigos. La cofradía mendicante se lamenta de su miseria la víspera de la Ascensión. Apiadado, Jesús muestra deseos de consolar a los miserables cantores ofreciéndoles una montaña de oro; pero San Juan Crisòstomo le disuade de ello, porque los príncipes y los abogados no tardarían mucho en despojarles del tesoro. La poesía popular desconoce la rima, si bien usa de aliteraciones y asonancias ricas y variadas, no poseyendo movimiento tónico ni metro silábico.
Según M. Hofmann, el ritmo está constituido por las repeticiones y las metáforas, ligadas a la melodía musical de los versos, como en la mayoría de las literaturas antiguas. Las metáforas revelan, por otra parte, el carácter simbolista innato de la poesía rusa, expresión del alma profundamente religiosa de la nación: poesía en íntima relación con la naturaleza, bañada en profunda piedad por ella; de aquí que nos hable religiosamente de «nuestra madre, la humilde tierra». Ligada íntimamente a la vida campesina, era lógico que la poesía popular se adaptase difícilmente a la moderna industrialización. En este terreno, ha sufrido transformaciones inevitables y, ya, en las «tchiastuchky» de los obreros de las fábricas apunta un espíritu nuevo.
Pero esta contemporánea poesía popular, basada corrientemente en juegos de palabras intraducibies, que no ha sido desdeñada por algunos grandes poetas, como Maiakovski, ya no se parece a ninguno de los géneros tradicionales. De todas formas, tal vez el amplio desarrollo actual de la cultura dé lugar a una poesía no folklórica y sí personal, que sea, no obstante, profundamente popular, inspirada por los temas del mundo nuevo.