Poesía Arabigoespañola

Con este nombre, o con el de «Poesía arabigoandaluza», se designa el conjunto de la producción poética escrita en lengua árabe en la España musulmana (o «al-Andalus = Andalucía) durante los ocho siglos de la dominación musulmana en la Península Ibérica.

En cierto modo, y en determinados casos, esta denominación casi viene a ser sinónima de «poesía árabe occidental», ya que la poesía española ejerció una conocida influencia sobre la del norte de África y Sicilia. Dada la ausencia de otros muchos géneros en la literatura árabe y de la relativamente es­casa importancia de la prosa artística, la poesía constituye la mayor y la más carac­terística parte de la literatura arabigoespañola. En ella debemos distinguir dos as­pectos fundamentales: la poesía de corte clásico y la poesía de los «zéjeles» y de las «muwaššahāt». — Poesía de tipo clásico. Esta poesía deriva por completo del Oriente islámico; se adapta, muy estrictamente, al sistema de los dieciséis metros, de la rima única, etc., que rige la poesía árabe desde la época preislámica, y sigue con bastante fidelidad la evolución de la estética oriental.

Cuando la poesía árabe oriental empieza a influir eficazmente en la española, ésta se halla en un momento de su evolución al que, a imitación de un fenómeno semejante en las letras occidentales, los orientalistas dan el nombre de «neoclásico» (Abū Tam- mām, al-Buhturī, al-Ma‘arrī, Mutanabbī). Sin embargo, los grandes clásicos preislámicos y los de la época omeya se estudiaban con fervor en las escuelas, y en el al-Anda­lus se hicieron ediciones y comentarios de dichos clásicos que se cuentan entre lo mejor de toda la literatura árabe. Las rela­ciones que puede haber entre la poesía arabigoespañola y la oriental es un proble­ma muy discutido en nuestros días. Algunas opiniones son extremistas, como la de H Pérès, para quien en la poesía arabigoes­pañola hay reacciones de una sensibilidad puramente hispánica, o como la de E. Lévi- Provençal, que, por el contrario, considera que esta poesía es un ejercicio filológico de un pueblo para el que el árabe clásico no era su lengua materna y que nos trae al recuerdo las buenas reproducciones que, en la baja latinidad, se hacían de los grandes poetas romanos.

Es muy probable que la verdad se halle en una prudente posición intermedia, verdad que sólo resultará clara cuando se haya realizado un profundo es­tudio comparativo, que por ahora sólo está esbozado. El número de poetas arabigoes- pañoles es enorme, ya que, teniendo en cuenta el absoluto predominio de la poesía sobre los demás géneros literarios, fueron pocos los musulmanes españoles cultos que no escribieron versos, y el cultivo de la poesía era algo común a casi todas las cla­ses sociales. Durante el período de los dos emiratos, el dependiente y el independiente (del año 711 al 929), cultivaron la poesía muchos príncipes omeyas, así como muchos magnates y militares de la época, como Sa’īd ibn ‘fud!, amén de un sinfín de poe­tastros que se convierten en heraldos de partidos o de facciones, o bien turiferarios asalariados del gobierno.

Es posible que nuevos descubrimientos de manuscritos lle­guen en el futuro a poner de relieve algu­nas figuras, como la de Gazāl (muerto en 964), embajador omeya en Bizancio. Du­rante el califato omeya de Córdoba (si­glo X), la poesía, más desarrollada y per­feccionada, no logra, sin embargo, fijarse en figuras de primera categoría. Ibn ‘Abd Rabbi-hi nos es más conocido por su obra erudita ‘Iqd al-farīd que por sus versos (v. Crónica anónima de ‘Abd al-Rahmān III al-Nāsir). Ibn Hāni’ abandona España para trasladarse a las cortes del norte de África. Musliafī, el político, e Ibn Faraŷ de Jaén, autor de la primera gran antología de al- Andalus (v. Kitāb al-hadá’iq), son intere­santes, pero no geniales. Ibn sujays, el gran poeta áulico, es un maestro en su arte, pero a menudo es duro y fiel imitador de lo oriental. Bajo el gobierno de Almanzor, la poesía adquiere nuevos bríos. En esos momentos aparecen, o al menos se señalan, hermosos poemas florales.

Desde este mo­mento hasta la extirpación del Califato, hallamos grandes figuras, como Tallq, lla­mado «el Príncipe amnistiado» (v. Diwán); al-Ramádí, curiosa personalidad literaria, llena de espontaneidad; Ibn Darráy al Qas- tal-lí, complicado y gongorino (v. Diwán), etcétera. Por esos años florecen Ibn suhayd (992-1035, v. Poesías), el más típico ejemplo del intelectual arabigoespañol, y el gran filósofo Ibn Hazm (994-1063), que escribe el famoso tratado sobre el amor, titulado Tawq al-hamáma (vO. lleno de poesías bellísimas, de inspiración personal. El si­glo XI, la época de los reinos de Taifas, es el siglo de oro y el paraíso de la lírica arabigoespañola. Los reyes — en especial los ‘Abbádíes de Sevilla — se disputan los poe­tas, y éstos se convierten en árbitros de la vida nacional. De la verdadera pléyade de esa época citaremos sólo los más caracte­rísticos: Mu’tamid, el gran rey de Sevilla (1068-1901, v. Poesías), cuya vida es poesía en acción; Ibn Zaydün de Córdoba (1003- 1070), autor de la Qasida en nün (v.), el más admirable poema de amor arabigoespa­ñol; Ibn ‘Ammár de Silves (muerto en 1086, v. Qasida en rá), el gran aventurero; Abü Isháq de Elbira, ascético, duro, impla­cable (v. Diwán); Ibn al-Labbána, Ibn al- Haddad, etc.

En poco espacio sería imposi­ble mencionar todos los componentes de este coro, en el que suenan todas las voces. Los almorávides, al principio incultos y dominados por los alfaquíes, vienen en parte a romper esa magnífica floración; los gran­des poetas se sienten postergados; empieza una corriente emigratoria hacia Oriente, y la nostalgia del pasado dicta las grandes antologías de Ibn Bassám (v. Dajira) e Ibn Jáqán (v. Qalá’id aWiqyán). Sin embargo, en provincias, sobre todo en Valencia, la poesía sigue progresando, y dos levantinos de Alcira, Ibn Jafáya (v. Poesías florales) e Ibn al-Zaqqáq, sobresalen en la descrip­ción de la naturaleza. El Ciego de Tudela e Ibn Baqï reflejan, además, la amargura de la época. En cambio, bajo los almohades (1146-1269), época llena de interés y mo­mento de esplendor de las ciencias, de la mística y de la filosofía, la poesía, aunque no es demasiado original, recupera sus dere­chos (citemos únicamente al judío Ibn SahI de Sévilla), mientras prosigue la oleada emigratoria, que lleva a Túnez a Ibn al- Abbár y a Oriente a Ibn Sa‘id, los dos gi­gantescos epígonos de la cultura arabigo­española.

Ésta entra pronto en la agonía en el ambiente arcaizante del reino de Gra­nada (1266-1492), del cual sólo menciona­remos dos poetas: el gran Ibn al-Jatíb (1313-1374, v. Iháfa) y su discípulo Ibn Zamrak (1333-1393, v. Poesías), autor de los versos que decoran las paredes de la Alham- bra. La lírica arabigoespañola cultivó todos los temas — guerra, amor, panegíricos, ele­gías, invectivas, poemas descriptivos, etc. — con cierta penuria intelectual, pero con rara maestría formal, aunque sujeta a rígidos convencionalismos, que en conjunto la con­vierten en insincera. En la poesía erótica debemos señalar muchos poemas de amor platónico (llamado en árabe ‘udri) junto a otros que destilan sensualidad, lujuria y molicie, y que dejan ver un frenético ardor por la belleza física. Los poemas báquicos son muy frecuentes, y pintan el encanto de las fiestas y de las veladas andalusíes. Tam­bién abundan descripciones de los objetos de la vida cotidiana, o bien de estrellas, ríos, flores y animales, expresados mediante originales metáforas. Asimismo, son innu­merables las qasidas ditirámbicas, que con­tienen elogios hiperbólicos y desmedidos que el poeta cambiaba por dinero, en un ver­gonzoso servilismo que tan sólo estaba com­pensado por la importancia política que en­tre los musulmanes ha tenido siempre la poesía.

Tampoco faltan sátiras (casi siem­pre en forma de epigrama), ni elegías en­tre las que debemos señalar las dedicadas a la pérdida de ciudades, como la famosa de Abü-1-Baqà’ de Ronda (v. Qasida); ni rasgos puramente políticos, guerreros, gnó­micos, ascéticos o místicos (poemas del gran Ibn ‘Arabi de Murcia, v. Futühat al-mak- kiyyát). Al igual que todo el arte árabe, en general la poesía está muy estilizada, tiende a la heraldización o petrificación de sus argumentos. No existe poesía épica. Y aún queda mucho por investigar acerca de la lírica arabigoespañola, que hasta ahora casi siempre ha sido estudiada mediante las grandes antologías árabes. En Europa su éxito es recentísimo. El libro de A. F. von Schack (Poesie und Kunst der Araber in Spanien und- Sizilien, 1865) conserva, aunque está anticuado, valor informativo y encanto literario.

Por carecer de espacio para citar monografías, nos limitaremos a mencionar el libro de Henry Pérès La poé­sie andalouse en arabe classique au XIe siècle (Paris, 1937), que profundiza en el tema, si no desde el punto de vista estético, sí al menos del documental; el libro de A. R. Nykl, Hispano-Arabie Poetry (Baltimore, 1946), discutible, pero útil para estudiar las relaciones entre la poesía arabigoespañola y la provenzal, y los trabajos de Emilio García Gómez, en especial los Poemas ara- bigoandaluces (Colección Austral, n.° 162) que, desde un punto de vista estrictamente literario, dan una historia sucinta y una selección, principalmente metafórica, de la poesía árabe en España, que posteriormente Dámaso Alonso puso en relación con la poesía gongorina. — Zéjel y muwassaha. Además de la poesía de tipo clásico, basada en el modelo de la qasida oriental mono- rrima, en la España musulmana existió otra poesía, estrófica (cuyo esquema fundamen­tal, que puede complicarse a voluntad, es aa bbba ccca, etc., es decir, en un «estri­billo», y en algunas «variaciones», seguidas por un verso de «vuelta» al estribillo). Esta poesía estrófica se conoce con el nombre de «muwassaha» (de «nisah», cinturón de dos hileras de perlas y rubíes) si está escrita en árabe clásico y según las reglas de la pro­sodia clásica, y se denomina «zayal» (can­tinela; español: «zéjel») si está escrita en árabe vulgar o dialectal, sin las desinencias casuales.

Al parecer, en el estribillo (algu­nos de los cuales conservamos en poemas árabes y sobre todo en las «muwassahát» hebraicoespañolas, imitación de las árabes) era costumbre que se intercalaran palabras o frases enteras en el dialecto románico español que se conoce con el nombre de «mozárabe». Mucho se ha discutido acerca del origen de esta poesía estrófica arabigo- andaluza. Algunos orientalistas han afirma­do, sin convencer, que deriva de ciertas innovaciones métricas que los poetas orien­tales, como Abü Nuwás (v. Diwán), aporta­ron a la prosodia clásica. Ribera defendía un origen románico, anterior a la llegada de los musulmanes. Pero el hecho es que los textos atribuyen el invento, en doble tradición, sea a un tal Muhammad ibn Mah- müd, poeta ciego de Cabra, sea a Muqad- dam ibn Mu’afá, también de Cabra (cf. Ibn Játima, en Azhár al-ríydd de MaqqarI, II, Cairo, 1940, pág. 253). En ambos casos se trata de un poeta español, de Cabra, del reinado del emir ‘Abd Alláh, abuelo de ‘Abd al Rahmán III (siglo IX) y quizás se trate del desdoblamiento de una misma per­sona.

Este nuevo género fue menospreciado por los primeros antólogos, que lo conside­raban demasiado popular e indigno de ser incluido en sus obras sobre la poesía clá­sica; pero debió estar bastante divulgado, porque se citan muchos nombres de poetas que lo cultivaron. Todavía no se ha hecho un inventario de los fragmentos que han persistido de las antiguas «muwassahát»; pero, a excepción de las hebreas que, como hemos dicho, son copia de las árabes, con­servamos algunos, no pocos del siglo XI, de la época de los Taifas. Bajo los almorávi­des este tipo de poesía alcanzó su máximo desarrollo, quizás por las desfavorables cir­cunstancias que en esa época rodeaban, como hemos dicho, la poesía clásica. A esta época pertenece el mayor autor de zéjeles conocido, Ibn Quzmán o Abenguzmán, del que hablaremos luego. Bajo los almohades continuó el progreso de ese género, adop­tado incluso por la mística (SustarI); y en la época granadina, con ciertos reflejos ar­caizantes, como todo, lo vemos usado por los mayores poetas, Ibn al-Jaiíb (Ihdta) e Ibn Zamrak en sus Poesías.

Acerca de este último período nos informa Ibn Jaldün, al final de sus célebres Prolegómenos (v. Mu- qaddíma) en un célebre pasaje que, como recientemente ha demostrado el profesor Ahwani, es en su mayor parte un plagio de Ibn Sa’íd (siglo XIII). Este género se difundió, por una parte, hacia Oriente, don­de se hizo muy popular y halló en los paí­ses orientales no sólo cultivadores sino in­cluso preceptistas, como Ibn Sana’ al-Mulk. El único manuscrito conservado de Ibn Quzmán es oriental. Por otra parte, fue adoptado por todas las literaturas románi­cas. La castellana aparece muy pronto llena de zéjeles de gran vitalidad. Las «muwas­sahát» antiguas y modernas conservadas no suelen presentar grandes novedades en cuanto al fondo en relación con la poesía de tipo clásico. Excepto la forma rítmica característica y el juego de los consonantes, enlazados en otro dibujo y cantados con diversas melodías (como si dijéramos: trans­cripciones para piano de obras compuestas para orquesta). Sólo el genial Ibn Quzmán (v. Cancionero) supo dar a sus zéjeles una fisonomía propia e inconfundible, y, valién­dose del filón obsceno-humorístico de los poetas orientales llamados «musan», como Muhammad ibn Hasah de Iraq, crea algu­nas historietas espontáneas, llenas de bur­las y diminutivos, en un estilo sorpren­dente, un poco «coq à l’âne».

Por desgracia, su Cancionero es dificilísimo y, como hemos indicado, sólo nos ha llegado en un manus­crito oriental, por lo que su interpretación a fondo progresa muy lentamente; pero es cierto que, cuando se haya conseguido por completo, este artista nos revelará una de las más altas cimas de la poesía en toda la Edad Media. Entre los autores de zéjeles místicos destaca Sustarí, cuyo zéjel «Un frailecito de Mequínez…» es una obra maes­tra de poesía religiosa. La poesía de los zéjeles y de las «muwassahát» tiene impor­tancia no sólo en sí misma, sino también porque constituyó el punto de arranque para formular la tesis, llamada por antonomasia «tesis árabe», que defiende la influencia directa de la poesía arabigoespañola en la formación de la escuela lírica de los trovadores provenzales. Esta relación ya la entrevio, en el siglo XVIII, el jesuíta espa­ñol expulsado P. Andrés; pero la época del positivismo científico la rechazó con ener­gía, hasta que, en 1912, el gran arabista español Julián Ribera volvió a ponerla so­bre el tapete en su discurso académico sobre Ibn Quzmán, sosteniendo que en la lírica andaluza se halla «la llave misteriosa que explica el mecanismo de las formas poéticas de los varios sistemas líricos del mundo civilizado de la Edad Media», opi­nión que él mismo habría de llevar a sus últimas consecuencias, sin excluir sus inves­tigaciones sobre la música medieval.

Pos­teriormente, se amplió el campo de las in­terferencias, y se ha llegado a ver en el amor platónico árabe un precedente del amor cortés y del «dolce stil novo», y se han analizado con todo detalle el Co­llar de la paloma (v. Tawq al-hamdma) de Ibn Hazm y los personajes y tópicos de la poesía árabe en relación con los pasajes análogos provenzales. La polémica sobre esos puntes se inició con gran fuerza en todo el mundo culto y ha hecho verter verdaderos ríos de tinta. Sin embargo, podemos afirmar que la «tesis árabe», aunque modi­ficada, sin conseguir unanimidad, ha logrado importantísimas adhesiones, sin excluir a los romanistas especializados, y no puede pecarse de parcialismo si se proclama que, en general, ha triunfado. La poesía de los zéjeles y de las «muwassahat» todavía es estudiada por varios eruditos, las conclusio­nes de los cuales quizá nos obligarán a vol­ver a componer al día la cuestión. Acerca de las «muwassahát» existe el clásico libro de Hartmann, Das Muwassah (Weimar, 1897). El Cancionero de Ibn Quzmán fue editado, en caracteres latinos, con traducción parcial española, por A. R. Nykl (Madrid-Granada, 1933) y existe otra traducción parcial de O. J. Tuulio (Helsinki, 1941); pero se espera la nueva edición y traducción de G. S. Colin y E. Lévi-Provençal, que probablemente será casi exhaustiva. Acerca de la «tesis árabe», véase: J. Ribera: Disertaciones y opúscu­los (Madrid, 1928) y La música de las Can­tigas (Madrid, 1922). Un resumen actual, en A. R. Nykl: Hispano-arabic Poetry (Balti­more, 1946). La mejor exposición de los problemas métricos es la de R. Menéndez Pidal: Poesía árabe y poesía europea (Co­lección Austral, n.° 190).

E. García Gómez