Llámase Marinismo el estilo de Giovan Battista Marino (1569-1625), fielmente seguido, en el siglo XVII, por una nutrida hueste de discípulos e imitadores de quienes hasta los nombres han caído hoy en el olvido. Es verdad que se recuerda a Achillini, merced a una célebre cita de Manzoni y que se recuerdan también las odas de Giambattista Basile, pero sólo a través del Cuento de los Cuentos (v.). Incoloros, sin resonancia, e incluso ignorados fuera del mundo de los eruditos, son los nombres de Francisco Della Valle, Girolamo Preti, Giovan Leone Sempronio, Giovan Francesco Maia Materdona, Antonio Bruni, Scipione Errico, Matteo Barberini — Papa Urbano Vili —, Girolamo Fontanella, Bernardo Morandi, Antonio Brignole- Sala, Leonardo Quirini, Ciro di Pers, Giuseppe Battista, Giovanni Canale, Lorenzo y Pietro Casaburi, y Tommaso Gaudiosi. Los versos de estos autores, sepultados en el silencio de las bibliotecas, han sido, en parte, sacados a luz por la antología de Líricos marinistas publicada por Croce en 1910. A los citados autores siguieron algunos que, como Tommaso Stigliani, se declaraban antimarinistas, pero “se movieron en el círculo trazado por Marino” y “de hecho no salieron de la condición espiritual del Marinismo” (Croce).
Con el nombre de Marinismo suele designarse el aspecto italiano del Seiscentismo, que fue un fenómeno europeo, así como con los términos Preciosismo (v.), Eufuismo (v.), y Culteranismo (v.), acostumbramos a designar los aspectos francés, inglés y español de dicho movimiento. Hoy es corriente admitir que el centro de irradiación del gusto barroco o seiscentista, difundido en los últimos años del siglo XVI y en el siglo XVII por toda Europa, fue Italia, y en consecuencia no sería legítimo considerar el Marinismo únicamente como el aspecto italiano del Seiscentismo. Habrá, por el contrario, que hablar del Marinismo como del “primer momento” o, aún mejor, como del “modelo” del Seiscentismo o barroquismo europeo. De cierto el creador e iniciador de la manera y gusto seiscentista fue Marino, que señaló nuevos caminos al arte con sus poesías recogidas en la Lira (v.), en la Galería (v.), en la Zampona (v.) y después en el Adonis (v.), que es el monumento más solemne del barroco italiano. Marino asentó y formuló nuevos cánones artísticos en proclamaciones teóricas que se observan, aunque desperdigadas, ora en su obra poética (sobre todo en el Adonis), ora en el Epistolario.
Con su labor, Marino se tornó en intérprete de las orientaciones del gusto que ya se había manifestado en Italia en la segunda mitad del xvi y que representaba una insurrección más o menos abierta y consciente contra la poética clasicista. El favor con que fue acogido, muestra claramente que el marinismo respondía a una sensibilidad bastante difundida por aquel entonces.
Aun admitiendo todo esto, conviene subrayar la función activa que Marino desempeñó en la definición del gusto barroco y que fue, más que de intérprete, de guía y de maestro.
El arte Barroco (v.) busca formas desmesuradas, sorprendentes y caprichosas; posee un contenido y unos propósitos meramente hedonísticos; reconoce como su único fin el de maravillar; desarrolla una imaginativa extravagante a través de procedimientos ingeniosamente sutiles; y usa y abusa de “agudezas” y “sutilezas” penetrantes, de modos pomposos, fastuosos, ampulosos, de metáforas asombrosas, de contorsionadas hipérboles, de conceptos raros, de caprichos alambicados y forzados, de una ornamentación recargada y excesiva. Una vez mencionados estos modos genéricos, propios de Marino y de toda la pseudopoesía barroca, conviene señalar cuáles son los aspectos más ostensibles, los elementos esenciales de que se compone y en que se resuelve el arte del poeta. Estos elementos se reducen a tres: la ingeniosidad, el descriptivismo, la musicalidad. Los tres, como observa Croce, se cifran en el principio de lo “sorprendente”, objetivo y fin supremo que el arte barroco busca y persigue.
La ingeniosidad se complace en las sutilezas, en las combinaciones hábiles, complejas y arbitrarias, en las similitudes conceptuales más laboriosas e impensadas, en el sagaz descubrimiento de analogías y contrastes. Y la realización de toda esa ingeniosidad se obtiene mediante procedimientos analíticos minuciosos e insistentes.
El descriptivismo marinista consiste en la observación detenida de las cosas y en la minuciosa exactitud de su representación. El arte de Marino y los marinistas es esencialmente descriptivo. Guiado por una prodigiosa habilidad, por una gran sapiencia que alguien ha calificado de gráfica, logra reproducir los objetos con extrema precisión. Las preferencias de Marino se dirigen a los objetos complicados — estatuas, palacios, fuentes — y a las escenas o figuras intrincadas y difíciles. Pero la destreza descriptiva de Marino —y con más motivo la de sus discípulos e imitadores— jamás produce, como acertadamente observa Croce, una imagen viva y animada. El descripcionismo, según el propio Croce, “no se confunde con el realismo” y “no tiene nada que ver con el amor por los detalles de las cosas”. Es, pues, una “tendencia propia de todas las decadencias artísticas, aunque no siempre adopte los mismos procedimientos y no siempre dibuje y coloree con académica precisión, como solieron hacer Marino y los suyos, y se presente a veces ataviada de impresionismo y futurismo”. La habilidad descriptiva corre parejas con la insuficiencia y la frialdad de la fantasía mariniana. Muchos de los motivos descriptivos del Adonis — por ejemplo, el celebérrimo del canto del ruiseñor— son de origen libresco y nacen de la imitación literaria. Marino aceptaba o, como se ha escrito, arrebataba la materia fuera de sí, tomándola de toda fuente a su alcance.
La “musicalidad” —tercera característica de la poesía marinista — se ha interpretado en el sentido de que en esa poesía la “palabra” pierde su contenido conceptual y significativo y se cambia en son, esto es, en pura música. Hay, en efecto, en la poesía marinista, una nota sonora que seduce, pero se trata, no de “musicalidad”, sino más bien, como dice Croce, de “sonoridad” vacía y vana, que no refleja una íntima realidad sentimental. Corresponde, pues, exactamente al “colorismo” propio de la poesía y más aún de la pintura del XVII, “colorismo que no es el colorido íntimo y lírico que no falta en ningún verdadero pintor”, sino “una pomposidad de colores, que seduce, ofusca, ilusiona y decepciona”.
Esta forma “conceptuosa”, “descriptiva”, “sonora” reviste algún contenido, o, mejor dicho, se sobrepone monótonamente a un contenido dado. Es algo superficial y exterior, aislado y ajeno. Y de aquí dimana la inarmonía y la glacial mecanicidad que todos percibimos inmediatamente en la pseudopoesía marinista.
Neri calificó de “lujosa exterioridad” la forma que Marino realizó y propugnó con sus preceptos y ejemplos. Y ésta aplicóse siempre igual, en todos los casos y a todos los géneros, tanto a la poesía amorosa como a la religiosa o la heroica, y a la prosa también. Asimismo rebasó la literatura propiamente dicha pasando a escritos de orden que podemos denominar práctico, a la oratoria sagrada y a la elocuencia forense, a las actas legislativas y notariales, y hasta a los documentos políticos y diplomáticos.
En realidad, lo que en su origen fue “manera” literaria se convierte usualmente en actitud común a todas las manifestaciones de la vida espiritual y social. Empieza por las artes figurativas y pasa a todos los aspectos de la vida corriente, la moda y el traje, los adornos y aderezos, la mundanidad, las fiestas, los ritos, los espectáculos y, en suma, todo aquello en que se manifiesta el gusto de la pompa y del fausto intemperante y excesivo.
Para no salimos de los límites del marinismo literario, conviene subrayar particularmente que Marino y sus discípulos sintieron gran “indiferencia por el contenido”, jamás profundizan en un tema y todos sus motivos son asimilados siempre con idénticos procedimientos técnicos o formales. Quien considere los títulos que Croce atribuye a las composiciones recogidas en su antología de Líricos marinistas, ya mencionada, queda subyugado por la novedad de los títulos y continuamente decepcionado por la elaboración de los poemas, que iguala los temas más dispares (Momigliano). De suerte que toda la producción marinista tiene caracteres y tonos abstractos, genéricos y absolutamente impersonales. Su historia puede hacerse describiendo y catalogando modos y temas comunes mejor que considerando la obra de cada poeta aislado. En todo caso es imposible dejar de notar que algunos temas, actitudes y situaciones se repiten continuamente en todas las obras de los versificadores marinistas con redoblada frecuencia e insistencia, lo que a su vez denota las inclinaciones peculiares del espíritu de la época. Nos referimos a motivos como la sensualidad —que substituye al sentimiento del amor —, la galantería, el paisaje —ya fantástico, ya escenográfico, ya idílico —, el paso inexorable del tiempo, el sentido teatral de la muerte y a veces una negra y tétrica melancolía.
Por otra parte, el estudio de los temas poéticos marinistas lleva a una necesaria afirmación, que equivale al reconocimiento del único aspecto positivo del movimiento marinista.
Es imposible negar que en el marinismo aparecen Situaciones nuevas. Se hallan inéditas imágenes femeniles. Ya no hallamos sólo la mujer espiritual o la de los petrarquistas, sino también la gitana y la obrera, la mendiga y la criada, la madre junto a la cuna o la coqueta ante el espejo, la embustera, la tartamuda y la epiléptica, la hilandera y la lavandera, la mujer con anteojos, -la prostituta y la esposa apaleada brutalmente. Entran también en la poesía, o al menos en la versificación, objetos nuevos: el mosquito y la luciérnaga, la mosca caída en el tintero, una cinta, un abanico, un reloj, un peine roto.
No importa que los temas nuevos se disuelvan en una elaboración siempre igual y monótona y en la genericidad abstracta de una interpretación indeterminada y virtuosista. Y no importa porque, en cualquier caso, esos temas nuevos persisten como signo y documento de la afirmación de una sensibilidad y una curiosidad nuevas.
Ya dijimos que el descriptivismo marinista no tiene nada que ver con el realismo. Como se ha observado, el Seiscentismo equivale a un alejamiento y aislamiento de la realidad de la vida y, a menudo, lleva a refugiarse en un convencional y abstracto mundo mitológico- pastoril, ya que en la poesía barroca falta un íntimo y verdadero amor de las “cosas”. La afanada busca de temas nuevos en proporciones sin paralelo en la tradición literaria, responde más que ningún otro factor a la exigencia fundamental del Marinismo: la persecución de lo “sorprendente”, es decir, de lo que puede maravillar al lector.
Con todo, sigue en pie el hecho de la presencia en la poesía marinista de temas que no hubiesen podido encontrar lugar en la poesía de la tradición clásica. Es indudable la realidad de la incorporación al mundo poético de las cosas humildes, e incluso vulgares y triviales, de la realidad común y cotidiana. Y si bien, en la elaboración marinista, también estas “cosas” se envuelven en la usual vestidura fastuosa, ello no obsta a que los marinistas busquen su material poético fuera de lo “heroico” y de lo “ilustre”, más allá de los límites de lo “decoroso” y lo “digno”, límites que la poética y la pragmática clasicistas consideraban infranqueables.
No cabe hablar de conatos realistas, pero sí de una aspiración vaga e indistinta, nebulosa y nunca plenamente comprendida, a algo que en la tradición académica no existía. En la poesía marinista se hallan algunos indicios, siquiera fugaces y momentáneos, o bien meramente alusivos, de que hay cosas que están transformándose. Y esos indicios muestran que, incluso en pleno triunfo del academicismo convencional, del frío tecnicismo virtuosista, la literatura tendía a desvincularse de los límites de la severa tradición áulica, de los modelos consagrados y ortodoxos.
Sin duda se advierten ciertos elementos de “modernidad” en la libre y ágil desenvoltura con que los marinistas tocan temas nuevos e insólitos, derivados del mundo de la experiencia común y cotidiana. Y en tal sentido no importa que tales temas no suelan, en su mayoría, lograrse verdaderamente. La presencia de dichos motivos en la poesía marinista sigue siendo la primera manifestación de la sensibilidad y la espiritualidad de que derivaron las características y los módulos de las modernas literaturas europeas.
Antonio Viscardi