El Gnosticismo es una actitud compleja místico-especulativa que se presenta en la atmósfera de sincretismo de los siglos I-III, cuando el universalismo político del imperio romano favorece la difusión de los cultos y de las ideas filosóficas y religiosas, y los espíritus, curiosos de experiencias del misterio y de novedades doctrinales, están dispuestos a acoger unas y otras, fundiéndolas y confundiéndolas con las asimiladas precedentemente. Mas, en particular, es una reacción de la especulación helenística, fuertemente penetrada además de elementos religioso-cosmológicos orientales, contra la doctrina y la organización eclesiásticas cristianas, por medio de la cual se intenta reinsertar en los antiguos sistemas filosófico-religiosos temas doctrinales y personalidades del mundo cristiano. Por esto aparece ligado íntimamente al Cristianismo, como un movimiento suyo, interno, particular, rechazado por la conciencia eclesiástica por desviarse de sus principios, y como “herético”, como la herejía por definición, contra la cual polemizará vivamente a lo largo de dos siglos la Patrística (v.).
En el Gnosticismo (“gnosis”, conocimiento) podemos, pues, reconocer tres motivos esenciales: 1) la aspiración a un conocimiento superior al de la fe de los creyentes comunes (de donde la tendencia aristocrática del Gnosticismo, y su carácter secreto y reservado); 2) una compleja concepción cosmológica elaborada con conceptos filosóficos mezclados con fantasías míticas, pero substancialmente apoyada sobre el dualismo de bien y mal, transportado del mundo ético al divino; 3) finalmente la tendencia sincretista a insertar en esa concepción teogónico-cosmogónica, mitos, conceptos y hechos de las procedencias más diversas, transfigurándolos para adaptarlos al sistema. Junto a los elementos especulativos o doctrinales, en la gnosis se encuentran los más propiamente culturales y religiosos: iniciaciones a los misterios y prácticas litúrgicas se combinan en él, fácilmente, con las cosmologías orientales y las metafísicas neoplatónica y neopitagórica.
No obstante, en la profusión de sistemas gnósticos, cuya complejidad hace difícil y siempre incierta su reconstrucción circunstanciada, es fácil identificar ciertos temas característicos comunes a todos ellos. Ante todo nos ofrecen una idea abstracta de la divinidad suprema que va acompañada del fuerte realce de su distanciamiento respecto al mundo sensible; de donde la separación de la divinidad suprema piel “plasmador” del mundo sensible (“demiurgo”) que es concebido como limitado, ignorante y malvado, separado del Dios supremo por una serie de seres intermediarios (“eones”, “ángeles”, “demonios”), y de donde también una absoluta antítesis entre espíritu y materia, la cual, unas veces es pensada como no teniendo ser, otras como caos, y otras, en fin, identificada con el mal. De estos presupuestos metafísicos se han deducido las específicas concepciones teológicas del Gnosticismo; así el “docetismo”, la negación de la corporeidad de Jesucristo, para reconocerle sólo un cuerpo aparente, sede temporal de su naturaleza sobrehumana, la negación de la resurrección de la carne, el desprecio de los sacramentos en cuanto están ligados a signos sensibles y objetos materiales; o el poner en duda la eficacia redentora de la pasión de Cristo, la cual, sólo es considerada como revelación del Dios ignoto y oculto, o, también, en el hecho de que devuelve al reino divino las almas encadenadas a la materia.
En el campo ético se presentan dos tendencias opuestas: algunos, de la condena de la materia como mal dedujeron la necesidad del “ascetismo” más rígido; otros en cambio, del primado de la gnosis y de su exclusivo valor salvador sacaron la justificación de la absoluta indiferencia ética de las acciones y, por lo tanto, de la “licencia moral” más absoluta. La tripartición platónica del hombre en cuerpo, alma y espíritu servirá luego para una clasificación ética de la humanidad, por la cual, en el grado ínfimo, están los hombres materiales, esto es, los paganos; encima de ellos los “psíquicos”, que se contentan con la fe, como lo hacen los creyentes comunes; pero el grado supremo es reservado a los que viven en la gnosis, y por lo tanto participan del “espíritu” de Dios (y por eso “pneumáticos”). En confirmación de sus ideas, los gnósticos recurren, no sólo a interpretaciones alegóricas de la Biblia, y a su arbitraria mutilación, sino que apelan también a otros libros sagrados que contienen una tradición secreta diversa de la oficial (de donde el florecer de los escritos apócrifos del Nuevo Testamento al servicio de las diversas tendencias gnósticas). Por lo común rechazan el Antiguo Testamento, como revelación del Dios Creador malvado, para aceptar sólo partes del Nuevo Testamento o, incluso, únicamente, los propios textos secretos. Es común, en fin, la tendencia a constituirse en asociaciones secretas con iniciaciones doctrinales y mágico- teúrgicas semejantes a las de los cultos mistéricos.
Las corrientes gnósticas son múltiples como los sistemas teogónico-teológicos a que dan lugar. Existe ante todo una gnosis precristiana a la cual ciertos estudiosos modernos (por ejemplo, Bossuet, Reitzenstein) tienden a dar cada vez mayor importancia como fuente de la soteriología cristiana que se enlaza con el dualismo entre luz y tinieblas, bien y mal, de las religiones iránicas, y cuyos actos litúrgicos centrales son el bautismo y la comunión. Combinándose con las ideas y con los ritos cristianos, y convertida en herejía del Cristianismo, se puede reducir substancialmente a tres tipos: el primero es una gnosis que identifica el Cristianismo con el Judaismo sincretista: para ella, el Cristianismo sólo renueva la religión gnóstica que Adán ya poseía pero que se había ido oscureciendo cada vez más, y por esto necesitaba ser reavivada. Tal gnosis se encuentra en los ascetas “ebionitas”, en los especulativos “elkesaitas”, en los autores de las cartas “pseudoclementinas”, y particularmente en Cerinto. El ambiente de formación de tales gnosis son Palestina y Siria, en los siglos I-IV.
Un segundo tipo es la gnosis que reconoce el valor absoluto del Cristianismo, pero con sus especulaciones acaba resolviéndolo en las concepciones cosmológicas y filosofías paganas. Este tipo presenta dos formas principales: una “dualística” cosmogónica y antihebraica, que florece especialmente en Siria, aun teniendo también representantes en Egipto (es la gnosis de Satumilo y de Basílides, escritores sirios del siglo II, de la secta de los Ofitas, “cofrades de la serpiente”, con la cual se enlaza íntimamente Justino); pone en radical antítesis el mundo material y el espiritual, y el judaísmo con el Cristianismo, considerando que en este último muere el primero. La otra, más bien monista, combina fantásticamente teogonía y cosmogonía, y trata de aplicar el proceso gracias al cual el desarrollo íntimo de Dios y del espíritu conduce a la génesis del mundo; para ella la religión, y en especial el Cristianismo, significa la vuelta del espíritu a sí mismo, a la manera neoplatónica. Es la forma de gnosis que se desarrolla en ambiente helenístico y bajo su directo influjo. Está representada sobre todo por Valentín (de Alejandría, pero que había vivido en Roma desde 136 a 160), fundador de la secta gnóstica más significativa y difundida. El aspecto ético de la posición gnóstica dirigida a superar el mal prescindiendo de toda valoración moral del elemento material, se presenta acentuado en el alejandrino Carpócrates, contemporáneo de Basílides, que condena el matrimonio y el uso de algunos manjares y bebidas, sosteniendo incluso una concepción comunista de los bienes.
En tercer lugar tenemos sistemas gnósticos que se han asemejado, en medida mucho más amplia, al Cristianismo. Carácter común de éstos es la reprobación del Antiguo Testamento, la aceptación y valorización sólo parcial del Nuevo, la negación de la identidad entre el Dios, padre de Jesucristo, y el Dios Creador del mundo, la ctíndena de todo lo material y, por lo tanto, del matrimonio y del uso carnal. Junto al sirio Bardesanes, al griego-cartaginés Hermógenes, que pone a contribución mucha dialéctica y metafísica platónicas, a Taciano, fundador de la secta ascética de los “Encrátilos”, se nos muestra más representativo que todos los demás, Marción, el cual, además de una doctrina, constituyó una Iglesia, con sus comunidades, con sus obispos y sacerdotes, que duró hasta el siglo VI. Marción afirma la absoluta novedad del Cristianismo, como única revelación del verdadero Dios del amor.
Antiguo y Nuevo Testamento derivan para él de dos autores: en el primero se revela el Dios de la justicia, limitado, que ha creado el mundo, ha impuesto a los hombres leyes duras, prácticamente inaplicables, condenando así a todos a la perdición; en el segundo se manifiesta el Dios de bondad y misericordia, que redime y beatifica a cuantos creen en su bondad y santidad. Este Dios bueno permaneció completamente ignorado hasta que envió al Redentor Cristo. Semejante tentativa gnóstica de absorber el Cristianismo en las concepciones religioso-filosóficas helenísticas, y despojarlo, por lo tanto, de su fisonomía y originalidad, suscitó una viva reacción en la conciencia ortodoxa, la cual se manifestó particularmente en los cinco libros Contra las herejías (v.) de San Ireneo, en el Contra Marción (v.) y en las Prescripciones contra los heréticos (v.) de Tertuliano, en los Filosofúmenos (v.) de San Hipólito, en el Panarion (v.) de San Epifanio. Todos ellos contraponen a las fantasías personales de los gnósticos la tradición apostólica, que se ha conservado por la trasmisión de obispo a obispo, la integridad del canon de las Sagradas Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, la armonía entre estos últimos y la continuidad ideal entre la historia hebraica y la del Cristianismo. El que se aparta de la conciencia eclesiástica se hace extraño a Cristo.
La lucha antignóstica contribuyó de esta manera a acelerar el proceso de definición dogmática en el seno de la Iglesia antigua, pero también a determinar la elaboración de una “gnosis” ortodoxa que satisfaciese las exigencias de profundización racional de la fe común respetando los datos bíblicos y la tradición. Ello se dio con Orígenes, en los Principios (v.), y en San Clemente de Alejandría. La acción del gnosticismo continuó más tarde, a través del Maniqueísmo, durante la Edad Media. Fenómenos análogos a él se presentan también en la historia del hebraísmo, en su simbiosis con la filosofía neoplatónica, y en el islamismo, rico también en corrientes místicas y en sectas. Las corrientes y los grupos —muy reducidos verdaderamente en entidad y significado especulativo— que hoy asumen aquel nombre e intentan reavivar aquella tradición, se renuevan, en realidad, en las tendencias irracionalistas de la filosofía moderna y obedecen a una exigencia bastante inferior de singularidad, de capillita, con el renovado simbolismo de las iniciaciones y la apelación a una tradición secreta esotérica. En el nuevo Gnosticismo, que coincide con el antiguo en lo ecléctico, entran elementos doctrinales que van desde el hinduismo y la astrología a la sexología de Freud, pero permanece privado del espíritu de curiosidad intelectual que ennoblece, en algunos de sus representantes, al Gnosticismo antiguo.
Mario Bendiscioli