Le Roi d’Ys, Édouard Lalo

[El rey de Ys]. Leyenda musical de asunto bretón, en tres- actos, de Édouard Lalo (1823-1892), sobre libreto de Édouard Blau, estrenada en París en 1888.

En el palacio real de Ys se preparan los festejos para las bodas de Margared, hija del rey, con el príncipe Karnac, bodas que han de sellar el final de la cruenta guerra entre el rey y Karnac. Pero Mar­gared ama en secreto a Mylio, compañero de infancia que hace tiempo marchó en un navío del que no se han vuelto a tener no­ticias, por lo que se le cree perdido. Tam­bién Rozenn, la otra hija del rey -de Ys, ama a Mylio, y en el preciso momento en que ruega apasionadamente por su vuelta, él aparece en escena. Mylio y Rozenn in­tercambian promesas de amor. Llega entre­tanto el príncipe Karnac para las bodas; pero Margared, que ha sabido por su her­mana la vuelta de Mylio, se niega a ir al altar. Entonces Karnac, en quien el pacto de paz no había disipado del todo los ren­cores de su ánimo feroz, lanza nuevamente al rey el guante de desafío.

Lo recoge Mylió, ofreciéndose como campeón del rey de Ys, quien le promete, si vence, la mano de Rozenn. Margared, exasperada por los celos, se desahoga con su hermana y hace votos para que-Mylio no vuelva; luego se aleja, a pesar de las súplicas de Rozenn para retenerla. Mylio resulta victorioso en el encuentro con Karnac y es aclamado por el pueblo, que se reúne ante la capilla de San Corentino, patrono del país. Kar­nac, derrotado pero todavía con vida, im­preca a los espíritus infernales que no lo han protegido; entonces se le acerca Mar­gared, que le revela que por el lado del mar la ciudad está defendida sólo con un dique, derribado el cual no hay salvación para las gentes; fuera de sí, desafía a San Corentino a que realice un milagro. La tumba se abre y aparece la sombra del Santo para aterrorizarlos y hacerles de­sistir del crimen. Margared, conmovida, se arrodilla, pero Karnac no renuncia a la ayuda prometida y, mientras se celebra la ceremonia nupcial entre Rozenn y Mylio, obliga a Margared a mostrarle el dique y lo derriba.

El pueblo, aterrorizado, se re­fugia en una colina; Mylio mata a Karnac; Margared, arrepentida y asustada, vuelve junto a los suyos y, cuando el mar está a punto de inundar la colina, revela su culpa y se lanza a las aguas, impetrando, en premio a su expiación, un milagro del San­to, cuya imagen aparece y calma las olas. La multitud se arrodilla y ora por la sal­vación del alma penitente. La música que Lalo compuso para esta leyenda revela una mano fácil y experta. Teatralmente acer­tada, sin caer en efectos vulgares y con páginas sugestivas, le falta, como en ge­neral a todo el arte de Lalo, el sello de la personalidad creadora. Su forma musical es de un gusto medio francés que pudiera llamarse massenetiano, sin las peores deli­cuescencias de Massenet, pero también sin las muestras de talento, aunque fuera afe­minado y muelle, del autor de Manon (v.). La obertura de Le Roi d’Ys está bien construida y bastante desarrollada; los co­ros tienen soltura; es particularmente acer­tado el efecto de los acordes conmovidos de las voces en el momento del milagro final.

F. Fano

La música de Lalo, de línea siempre pre­cisa, de un «modelado» maravilloso, per­manece extraña tanto al misterio como al misticismo. Parece que tenga horror tanto de la vaguedad como de todo énfasis y ex­ceso. Lalo fue, sin duda, un entusiasta de los alemanes Schubert y Schumann, pero no anduvo demasiado en su compañía por el claro de luna alemán. Se niega a imitar su angustia apasionada y aquel ardor alu­cinado, febril, propio de una sensibilidad individualista muy distinta de la suya… Su acento de melancolía meditativa y de trá­gico abandono reaparece en Lalo con luz meridiana, bajo un sol poderoso, en la hora «en que la sombra es más breve», como dice Zarathustra. (Dukas)

Sus detractores le han acusado de wagnerismo. Nada más falso… Su música teatral tiene un ritmo, una marcha, un aspecto y una vestimenta que le son característicos y que nada tienen que ver con la moda exótica. Está libre de toda pretensión filo­sófica. Resuena límpida como el cristal. (Combarieu)

La música de Lalo es esencialmente aris­tocrática. Es una creación de extremada fi­nura, trazada sin el menor esfuerzo visible y que parece que llegó a la luz con la máxima naturalidad. No tiene el menor ca­rácter romántico, no traiciona inquietudes ni sentimientos demasiado profundos… La tonalidad es clara y rica en colores, nunca excesiva y siempre luminosa… Sus melodías, generalmente breves, son lozanas y ele­gantes; su ritmo, bien destacado. (Tiersot)

En todas las composiciones de Lalo en­contraréis las mismas cualidades: vigor sin énfasis, ternura sin melifiuidades, emoción que no declama ni gime, fantasía que con­serva un estilo, una gracia robusta y sana, un color cálido y transparente, riqueza de invención melódica y rítmica y, sobre todo, sinceridad. (Carraud)