Las Mil y una Noches, Anónimo

[Alf laila wa-laila]. Gran colección de narraciones en árabe que el Occidente ha conocido en el siglo XVIII mediante la adaptación al fran­cés de A. Galland, y cuyo texto, en varias redacciones no todas enteramente ligadas entre sí, ha sido publicado en Oriente y en Occidente dentro del siglo XIX. Como tan­tas obras de origen oriental, ésta se com­pone de un relato que sirve de marco, en el cual se encuadran, a menudo comuni­cándose una con otra, las narraciones; pero a diferencia, por ejemplo, de Calila y Dimna (v.), su objeto y carácter no son di­dácticos y sentenciosos, sino puramente na­rrativos.

El rey Shahriyár, al descubrir que su esposa le ha hecho traición y ver confirmada su propia experiencia, y la análoga de su hermano Shahzamán, por increíbles ejemplos de astucia y perfidia femeninas, dispone que en adelante pasará todas las noches en compañía de una joven, hija de alguno de sus súbditos, a la que mandará matar a la mañana siguiente. El triste tributo queda interrumpido por la bella y prudente Shahrazád, que sabe des­pertar el interés del rey contándole un cuento: el rey, para escuchar el final, re­mite al siguiente día la ejecución, pero a la noche siguiente se ha insertado otro cuento al primero, no terminado, y así su­cesivamente ha ido renovándose el interés del rey por conocer el desenlace durante mil y una noches. Al cabo de ellas, el rey, que ha tenido ya tres hijos de Shahrazád y le ha tomado cariño, le concede el in­dulto y la guarda consigo, esposa feliz ella, y curado él de su cruel misoginia. Este marco novelesco puede prolongarse a pla­cer utilizando el contenido de cada uno de los ricos y multiformes patrimonios na­rrativos de las literaturas orientales, y usa­mos intencionadamente el plural porque el material novelístico de las Mil y una, noches no es realmente árabe, sino que ahonda en parte sus orígenes más allá del mundo árabe musulmán y del semítico, lle­gando a Persia y a la India, hasta las más antiguas fases de su producción espiritual.

Los orígenes del relato que sirve de marco y de buena parte de sus materiales más an­tiguos son, casi con certeza, arios, indoiránicos. A este fondo se ha juntado otro, surgido en el ambiente musulmán de la alta Edad Media, y que retrata, aunque ya con colores más fantásticos que histó­ricos, la sociedad islámica bajo los Aba­sidas de Bagdad. Un tercero y más reciente estrato parece deberse reconocer en obras típicamente egipcias, que reproducen, con viveza y espontaneidad, especialmente la vida de las clases populares de Egipto bajo los Mamelucos (siglos XIV-XV). Y en Egip­to se suele localizar la redacción definitiva de la colección, como la poseemos nosotros, englobando en sí también ciclos enteros narrativos, originariamente independientes. Las partes más antiguas de la obra, a cuya existencia en formas anteriores de tipo persa aluden fugazmente fuentes persas, son distinguibles por su contenido mucho más que por su forma, que ha recibido en su redacción definitiva un sello bastante uni­tario e islamizado; sólo en sus partes más recientes su lengua adquiere un colorido más decididamente cercano al vulgar. Por medio de las numerosas y más o menos directas versiones, adaptaciones y refun­diciones, todo el mundo conoce el ambiente fantástico de Las mil y una noches, que para muchos es el único aspecto, en verdad harto estilizado y unilateral, bajo el cual aparece el Oriente musulmán.

Cuentos so­brenaturales con intervención de genios y gigantes, espíritus y duendes («El pescador y el genio», «El caballo mágico», «Quamar al-azamán y la princesa Buaur», «Aladino y la lámpara maravillosa»), cuadros bas­tante fantásticos de la Bagdad de Harún ar-Rashid con su magnífico esplendor; via­jes maravillosos (Viajes de Sindibad, v.), aventuras caballerescas, estafadores y fulleros de El Cairo; es un inmenso acervo hormigueante de personajes y lleno de .tra­mas a veces bastante complicadas, pero desarrollado por lo general sin conciencia reflexiva, sin intento de arte, con cierta ten­dencia a la lubricidad, con modos y estilos folklóricos. Las mil y una noches no han gozado nunca, en realidad, de gran presti­gio en los ambientes doctos del mundo is­lámico como no sea en tiempos muy re­cientes, bajo el influjo del interés que se ha tomado por ellas el Occidente. Éste, con curiosidad ilustrativa primero, con, simpa­tía romántica después, se enamoró de la prestigiosa iniciación al Oriente que vio ofrecida por Las mil y una noches, y tomó y desarrolló motivos y ecos de ellas (no­velas de W. Hauff, óperas y «ballets» mo­dernos). [Es notabilísima la traducción francesa directa y literal del árabe por J. C. Mardrus. Versión española de V. Blas­co Ibáñez en 28 vols. (Valencia, 1910)]. A. Fabietti

Como en la Biblia, un mundo, un pueblo entero se describe y se revela; la narración no tiene nada ya de personalmente litera­rio, y sólo sus partes líricas permanecen para decirnos que allí había un hombre y que cantaba. (A. Gide)