[A Kékszakállu Herzeg vára]. ópera en un acto del músico húngaro Béla Bartók (1881-1945) sobre texto de Béla Belázs. Fue compuesta en 1911 y representada en 1918 en Budapest. La figura de Barba Azul (v.) es conocida sobre todo a través del famoso relato de Perrault, en el que se inspiraron más tarde diversos artistas, entre ellos Maeterlinck, que escribió el texto de Ariadna y Barza Azul (v.) con música de Dukas. La ópera de Bartók acentúa los tonos simbolistas de la fábula. El príncipe Barba Azul no es matado por los hermanos de la séptima mujer, como en la fábula de Perrault, sino que es asaltado y herido de muerte por los aldeanos que quieren libertar a las mujeres, como en el drama de Maeterlinck. Cuando Judith, la nueva mujer del misterioso príncipe con el cual ha huido abandonando casa y prometido, abre la sexta puerta, aparece un laguito tranquilo y silencioso: son las lágrimas derramadas por el príncipe durante su fatigada vida. En este momento Barba Azul no quiere entregarle la última llave; pero la mujer consigue convencerle una vez más y abre la última puerta: de ella salen las tres mujeres precedentes, cubiertas de corona, manto y joyas. «Ellas reunieron mis tesoros — dice Barba Azul—, nutrieron mis especias, aumentaron mi poder: todo les pertenece». Aquí se narra la historia de las tres mujeres. Por la mañana encontró a la primera: y a ella consagra el nacimiento del día. A mediodía encontró a la segunda: y a ella pertenecen dichas horas. La tercera se le apareció por la tarde, y todas las tardes están dedicadas a ella. Judith, la cuarta, fue hallada de noche…
La mujer, mientras Barba Azul narra, siente que se desvanece de la realidad. Así, pues, también ella recibe una corona, manto y joyas y entra con las demás mujeres en la séptima puerta que se cierra. Barba Azul, compuesto durante el período más fecundo del expresionismo artístico, experimenta la atmósfera alucinante que emana de los cuadros de Kokoschka y de la poesía de George; pero la huella impresionista dejada en esta obra es más literaria que musical, y se advierte la tendencia hacia una forma de trágico y alucinante simbolismo. Bartók no ha roto todavía con los valores de una tradición romántica y el folklore forma, en el ímpetu creador, el elemento vital de la composición en una trágica aspiración hacia lo irreal que desemboca con riqueza de empastes de timbre e instrumentales. El empleo del órgano, en determinadas relaciones con el arpa, los instrumentos de viento y la cuerda, lleva a menudo a una poderosa expresividad sonora: basta recordar la sugestiva atmósfera sonora al abrirse la tercera puerta donde, con los acordes sostenidos de los trombones se funden los «trémolos» de la cuerda, y el «larghissimo» (acordes perfectos) al abrirse la quinta puerta. Desde este momento la partitura de Bartók es cada vez más viva y rica. En ella se advierte la precisa conciencia de un nuevo idioma musical que tiende a destruir violentamente todo residuo de tradición romántica y que indica en el compositor la voluntad de transfigurar el sonido en una precisa y mecánica construcción donde los valores tonales llegarán a desenlazarse definitivamente, fijando la nota en los valores más sutiles de ritmo y de timbre (v. Música para instrumentos de cuerda, percusión y celesta). Pero en Barba Azul, que es una de las obras más vivas y geniales de nuestro tiempo, Bartók está todavía directamente ligado a las fuentes del canto popular magiar y en el gusto armónico es todavía evidente la influencia impresionista.
L. Rognoni