Drama en tres actos presentado en los escenarios españoles en 1867. De sus numerosas obras, ésta es la única que consiguió vencer la prueba del tiempo. En ella, la comedia se mezcla con la vida, produciendo efectos que enlazan con ciertos aspectos del teatro moderno, y que constituyeron entonces una feliz novedad. La acción se supone que transcurre en Inglaterra en 1505; en una compañía dramática dirigida por Shakespeare, actúan Yorick, actor cómico, su mujer Alice, el huérfano Edmond, recogido por Yorick su bienhechor, y Walton. Yorick desea ardientemente desempeñar un papel trágico, en un drama nuevo, en que un conde que ha colmado de favores a un menesteroso es ultrajado por éste, enamorado locamente de su mujer; y Shakespeare confía a Yorick el papel del conde, que hubiese tenido que representar Walton. Éste, lleno de envidia, disimula su rabia, pero prepara su venganza.
Él sabe que Edmond y Alice se aman, aunque sin haber faltado nunca a sus deberes, por gratitud hacia Yorick; y, poco a poco, da a Yorick la certidumbre de que su mujer le traiciona, pero sin decirle con quién. Mientras el desgraciado intenta saber algo por Edmond y su misma mujer, dudando de Walton y hasta de Shakespeare, Edmond propone a Alice, aterrorizada, la fuga, y le envía una carta que cae en manos de Walton. Durante la representación del drama, que, debido la situación, se desarrolla con terrible verdad, Walton tiene que entregar una carta a Yorick, y le entrega la de Edmond dirigida a su mujer, aunque había prometido a Shakespeare que callaría. Yorick, sustituyendo la realidad a la ficción, mata a Edmond (el «Manfredo» del drama), mientras el público aplaude frenéticamente, creyendo que se trata de una perfecta imitación.
Pero Shakespeare castigará al culpable: él mismo sale para advertir al público que por equivocación Yorick hirió al actor que desempeña el papel de Manfredo y que a Walton lo han hallado en la calle, muerto en duelo. Como ha de ocurrir más tarde en el teatro de Pirandello, también en el Drama Nuevo, observa Chabás, los actores «introducen sus conflictos personales y reales en los creados por el autor, y la tragedia rebasa el marco de la escena para transformarse en un drama humano, no de los actores sino de los seres humanos que, por una vez, representando sus papeles, no pueden olvidarse de ellos mismos».
G. Boselli