[Sonnets]. Colección de 154 sonetos de William Shakespeare (1564-1616), escritos aproximadamente antes de 1600, y que quedaron manuscritos (a menos que se haya perdido una edición de 1602) hasta 1609, cuando los publicó el editor Thomas Thorpe con una dedicatoria a un Mr. W. H., al que se califica como «el único “begetter” de los siguientes sonetos» («the onlie begetter of these insuing sonnets»). Puesto que los sonetos parecen aclarar más que sus dramas la vida íntima del Shakespeare hombre, los críticos se han esforzado en descubrir quién era ese misterioso Mr. W. H., sin llegar empero a resultados muy positivos. Según una opinión muy difundida, los sonetos están dedicados al conde de Southampton, protector de Shakespeare (W. H. serían las iniciales invertidas de Henry Wriothesley, el nombre del conde). Otros, que no creen posible que un editor se atreviera a designar a un poderoso miembro de la aristocracia con el sencillo «Mr. W. H.», han pensado en William Hall, un tipógrafo que habría procurado el manuscrito («begetter» se puede interpretar como «procurador», además de «inspirador») aunque no se le encomendara la impresión del mismo.
El problema de la identificación sugirió a Oscar Wilde (1854-1900) el elegante cuento El retrato de Mr. W. H. [The portrait of Mr. W. H.]. Otro problema que apasionó a los críticos es la identificación del poeta rival, al que se alude en los sonetos 78-86; se han sugerido Barnabe Barnes (1569- 1609), George Chapman (1559-1634) y otros. Sin embargo, las indagaciones tanto sobre éste como sobre la Dama Morena («the Dark Lady») de otro grupo de sonetos, no consiguieron incrementar lo que ya sabíamos sobre los pormenores de la vida privada de Shakespeare. El tono de los sonetos,- que aparte el convencionalismo de ciertos motivos respira hastío y pesimismo y podría prenunciar a Hamlet (v.) y las sombrías tragedias siguientes, parece revelar a un Shakespeare bien distinto al afortunado profesional de la escena que emerge de los áridos documentos biográficos llegados hasta nosotros. Hay, sí, motivos convencionales, como abundan en los numerosos cancioneros de la época inspirados directa o indirectamente en el Petrarca (así el motivo de la inmortalidad asegurada por el verso, tópico horaciano que pusieron de moda los poetas de la Pléyade; el tema de la aparición nocturna de la amada; los conceptos en que ojos y corazón entran en conflicto, etc.); pero la mayoría de los sonetos de Shakespeare se distinguen de los cancioneros contemporáneos por el apasionado acento de experiencia vivida, hasta el punto de que William Wordsworth los define; «la llave con que Shakespeare nos abrió el corazón» (aunque otro gran poeta, Robert Browning, replicó a ello con la famosa frase: «If so, the less Shakespeare he!» [«De ser así, Shakespeare empequeñece»]). En los sonetos del tipo llamado «isabelino» o «shakespeariano» (tres cuartetas de rimas alternadas, y un pareado final: abab, cdcd, efef, gg) pueden distinguirse dos o tres motivos que ciertamente tienen relación con situaciones reales; su sentido está claro, sólo falta la clave de las alusiones.
El cancionero de Shakespeare tiene un desarrollo dramático que en vano se buscaría en las demás colecciones, por regla general desprovistas de un acento individual bien definido. Naturalmente, no faltan sonetos menos característicos, pero están desparramados a todo lo largo de la colección, según una ley de economía común incluso a las obras más grandes; un volumen en que toda composición fuera una obra maestra sería anómalo, artificial. Esta ley de economía explica la presencia de los sonetos mediocres mucho mejor que cualquier posible teoría que presente el cancionero shakespeariano como obra colectiva. Lo que más acerca los sonetos de Shakespeare al lector moderno es el tono de clarividencia del poeta y la precisión de sus análisis, que se salen de^ los acostumbrados esquemas de aquel género de literatura. Clarividencia a menudo desesperada, como cuando el poeta se da cuenta de su humillación, de la abdicación de su dignidad frente a un ser indigno; «odi et amo» que renace con acentos ya muy cercanos a nuestra sensibilidad. Entonces la confesión posee una intimidad nueva, como en el soneto 30: «Cuando ante el tribunal del dulce pensamiento silencioso convoco el recuerdo de las cosas pasadas…» y que a veces alcanza la profunda amargura de un sermón cristiano, como en el célebre soneto 129: «Derroche de espíritu en un desierto»‘ de deshonra es el deseo en acto; y hasta que no es acto el deseo es perjuro, homicida, sanguinario, lleno de culpa, salvaje, extremo, rudo, cruel, indigno de confianza; apenas gozado, ya se desprecia; buscado locamente, y, en cuanto poseído, violentamente odiado, como cebo tragado, tendido adrede, para enloquecer al que lo toma; loco en la persecución, y otro tanto en la posesión… Antes, un fantasma de goce; después, un sueño.
Todo esto el mundo bien lo sabe; sin embargo nadie sabe cómo evitar el cielo que conduce al hombre a este infierno». De todos modos, su corrosiva perspicacia no impide al poeta pulsar notas que son de las más puras y frescas en aquella lírica isabelina tan rica en frescura y en cantos alados, como en el soneto 18: «Debo compararte con un día de verano…» [«Shall I compare thee to a summer’s day…»]; en el 54: «Oh, cuánto más bella parece la belleza por el dulce adorno que le confiere la pureza…» [«O, how much more doth beauty beauteous seem…»]; notas a menudo patéticas, como en el soneto 73: «Aquella estación del año en mí puedes contemplar, cuando hojas amarillas, o pocas, o ninguna, cuelgan de las ramas que tiemblan en el frío… Esto tú ves, y tu amor se hace por ello más fuerte; amar bien lo que pronto tendrás que abandonar» [«That time of year thou mayst in me behold…»]. Aun cuando se deja arrastrar, como luego debía ponerse de moda entre los metafísicos de la escuela de John Donne (1573-1631), por sutilezas y conceptos, siempre se nota viva la profundidad de la inspiración, que da resonancias universales a maneras y modos del tiempo: así en el soneto 53, que juega con los significados de «shadow»: «sombra» y «trasunto», «símbolo» : «Qué es la sustancia de la que estáis hecha, que millones de extrañas sombras os siguen, ya que cada hombre tiene una sombra, y vos que no sois más que una persona, podéis oscurecer muchas cosas…», o en el 87, que aplica al amor la terminología jurídica: «Adiós, eres demasiado cara para que yo te posea… los títulos que tengo de ti caducaron todos…». Dos de los sonetos publicados en 1609 (el 138 y el 144) ya habían sido editados en forma algo distinta en el volumen titulado El peregrino apasionado (v.). [Trad. española de Luis Astrana Marín en Obras completas (Madrid, 1930; 10.a ed., 1951)].
M. Praz
Como Epius Stolo dijo que las Musas recurrirían a la lengua de Plauto si hablaran latín, yo digo que si las Musas quisieran hablar inglés lo harían con las gracias refinadas y las encantadoras cadencias de Shakespeare. (Meres)
¿Para qué puede servir esta famosa poesía, sino para desorientar nuestro buen sentido, confundir nuestros pensamientos, turbar nuestra inteligencia, corromper nuestro gusto y llenar nuestra cabeza de vanidad, desorden, necedades y ruido? (Rymer)
En los Sonetos hay algo más: la meditación, la exquisitez moral, la riqueza de referencias psicológicas; a menudo se reconoce en ellos al poeta de los grandes dramas. A veces retumba en ellos la maldición por la voluptuosidad fascinadora, que será más tarde de Antonio y Cleopatra, luego lo angustiado y perplejo de Hamlet, pero más a menudo brota la visión de la realidad como apariencia y de la apariencia como realidad, el Sueño y la Tempestad. (B. Croce)
Shakespeare, que mucho tenía que decir, a veces desparramó su mejor poesía no diciendo nada.. (Housman)