Compuesta en 1907 y ejecutada por primera vez el mismo año en Varsovia, es considerada como una de las obras más significativas del repertorio sinfónico polaco. Sinfonía «de programa», en ella Ignacy Jan Paderewski (1860-1941) se propone expresar la antítesis entre el glorioso pasado de Polonia y su triste presente. Está formada sólo de tres tiempos, por haber quedado el cuarto sin terminar. El primer tiempo, «Allegro», se propone ser un tributo a la memoria de la insurrección polaca de 1863. Su música, animada por un espíritu heroico, tiene fuertes acentos dramáticos que se delinean por medio de una arquitectura monumental y barroca; el núcleo animador de este primer tiempo está constituido por una canción religiosa medieval («Bogurodzica») cantada por los valerosos defensores de Polonia en los campos de batalla en el siglo XIV. El segundo tiempo, más lento, tiene un carácter más lírico, a veces contemplativo; los temas que están en la base del discurso musical son desarrollados con suma maestría y alcanzan, hacia el final, acentos de profunda tristeza.
El último tema de la sinfonía, más rico en acentos y contrastes que los precedentes, se propone ser una apoteosis: a través de un pesante velo de disonancias y de sombríos timbres orquestales se eleva, en un crescendo de sonoridad, una conocida melodía cantada hacia fines del siglo XVIII, en Italia, por los legionarios polacos del ejército de Napoleón; es la melodía que luego se convirtió en himno nacional de la Polonia resucitada. De neta hechura neorromántica, esta Sinfonía tiene, sin embargo, un calor propio por la noble inspiración que la anima; pero es calor, como justamente observa Jachimecki, que no «calienta, sino que exhala el frío soplo de las cimas»: y por esta su sombría y trágica representación literaria, la obra de Paderewski, sostenida por una técnica instrumental, conserva originalidad propia, a diferencia de mucha música del tardío Romanticismo.
M. Glinski