[Si le grain ne meurt). Libro de confesiones al cual André Gide (1869-1951) confió las memorias de su vida desde la infancia hasta 1896 aproximadamente. Escrita en diferentes etapas, pero sobre todo en 1919, esta obra fue impresa primero en ediciones fuera de comercio y tiradas limitadísimas, en 1920- 1921 (primera y segunda parte) y no publicada íntegramente hasta 1926. Remontándose a sus primeros recuerdos, Gide comienza por describir su ambiente familiar, insistiendo especialmente en el contraste entre sus parientes por parte de madre, los Roudeaux (de origen normando, industriales de Rouen, católicos con matices de protestantismo), y los Gide (antigua familia hugonota de Uzés).
Las largas residencias del niño y del adolescente en una y otra ciudad y en las campiñas circundantes, las figuras de sus abuelos y de sus innumerables tíos y primos, son recordadas con agudeza tanto más penetrante cuanto que Gide se muestra particularmente atento al juego de las diversas influencias, y halla en ellas la razón de un malestar interior que no podía ser superado, según él, sino por el ejercicio de su arte. Después, sus estudios desordenados en varias pensiones y colegios, pero más intensos con el crecer de sus años; su amor por el campo, con aquella curiosa afición a la botánica y a la entomología, extrañamente precoz en un muchacho que nos es descrito como obtuso y tardío en todo lo demás; su pasión por la música, y la gran influencia que ejerció en su espíritu el sentimiento religioso, estrechamente ligado con su tenaz y profundo sentimiento amoroso por su prima Manuela, que más tarde había de ser su esposa. Siguen sus primeras amistades intelectuales, especialmente la de Pierre Louys, que señala su iniciación a los ambientes literarios de su tiempo; aquí Gide se abandona un poco a los recuerdos mundanos, proporcionándonos una pequeña galería de figuras más o menos conocidas: un bellísimo esbozo de Heredia, una familiar evocación de Mallarmé; y después Henry de Régnier, Férdinand Hérold, Bernard Lazare, Francis Viélé Griffrin…
En la segunda parte se nos muestra todo él empeñado en la cuestión sexual: cuestión particularmente grave y complicada para un temperamento como el suyo impresionable e hipersensible, formado por una educación severamente puritana, y abocado por ella a continuas inhibiciones y limitaciones, las cuales, por otra parte, correspondían a sus gustos y a su carácter. La crisis se manifiesta de lleno, acompañada de graves amenazas para su salud, en el curso de un viaje que realiza por África en compañía de su amigo Paul Laurens, cuando decide salir para siempre de las vacilaciones de una adolescencia demasiado pura y reprimida, entregándose a todas las solicitaciones de los sentidos por horror a la anormalidad, para ser un hombre como los demás. La descripción de sus experiencias en este viaje, a consecuencia de las cuales reconoció que estaba destinado a renunciar al pleno desarrollo de su personalidad o a aceptar la pederastia, es conocida por su sinceridad, su desesperada crudeza y la sutileza patética de su análisis. En esta crisis, naturalmente quedó al mismo tiempo envuelta la religión, o mejor dicho, aquella particular idea de religión en que él había crecido. El premio de esta «liberación» de tantos años de angustias y de luchas, le pareció ser la conquista del mundo de los sentidos.
Tema resueltamente orgiástico, del que se originaron las páginas de los Alimentos terrestres (v.), que se presenta entonces como predominante, pero no está destinado a quedar solo; porque estará empeñado en un diálogo cada vez más apretado y fecundo con la mentalidad del otro Gide, del puritano espiritualista, el cual no está en modo alguno dispuesto a creer «que la última palabra de la sabiduría sea abandonarse a la naturaleza y dejar libre curso a los instintos». Después de aquella aventura decisiva, Gide se nos presenta como persuadido a fondo de las antinomias de su naturaleza y de la necesidad de tenerlas presentes siempre para conquistar, de cuando en cuando, un equilibrio interior que resida todo en la verdad.
Estas confesiones resultan ser la verdadera clave para entender en su justo sentido toda la obra de André Gide. La cual se presenta, en sus más diversas manifestaciones, como la de un verdadero moralista curioso, a menudo divertido, «disponible» (para usar la palabra que él prefiere), pero sobre todo directamente interesado por toda forma de vida interior y sus consecuencias en la práctica, por las ideas como por las pasiones, por los principios como por los humores, por las atmósferas y los caracteres: un escritor que se busca obstinadamente a sí mismo en sus variados temas, preocupado siempre por obtener las condiciones espirituales que le permitan «pensar libremente» y conquistar nuevas verdades. Según Gide, la máxima clarificación de las ideas, la precisión extrema de los sentimientos, es el fruto del arte. Él muestra haber alcanzado este ideal en esta obra, en que su estilo, minucioso y atento, dispuesto al abandono poético, y solicitado inevitablemente por el análisis y la discusión, alcanza inmediata limpidez y pureza de línea verdaderamente clásicas (Premio Nobel, 1947.)
M. Bonfantini
Admitiendo que las Confesiones de Rousseau sean el libro al que más se aproxima Si la simiente no muere… la sinceridad de Gide, es, no más completa, sino más rigurosa que la de Rousseau, porque nunca se oculta, sino que, por el contrario, renuncia hasta a aquella escapatoria de la interpretación favorable que Rousseau en cambio prepara con tanto mayor cuidado cuanto más grave es la confesión que se obliga a expresar… Si la simiente no muere es un libro por esencia valiente. (Du Bos)