[Romanzero]. Colección de poesías de Heinrich Heine (1799-1856), publicada en octubre de 1851. Comprende poesías escritas en los últimos cinco años de su vida, o sea, desde 1846 aproximadamente, año en que Heine fue atacado de parálisis, hasta septiembre de 1851, fecha del apéndice en prosa en que el poeta analiza su estado de ánimo, lo que confiere a su volumen cierta unidad de pensamiento. El volumen se divide en tres partes: «Historias» [«Historien»], «Lamentaciones» [«Lamentationen»] y «Melodías hebreas» [«Hebraische Melodien»].
Las «Historias» comprenden una serie de romances (forma poética que es común a todas las composiciones, y por esto da su nombre a toda la colección); algunas se habían ya publicado en francés,’en la «Revue des Deux Mondes», unas semanas antes de que fuese publicado el volumen por Campe en Ham- burgo. El primer romance, «Rhampsenith», está sacado de un episodio del segundo libro de las Historias (v.) de Herodoto: la macabra historia del joven que consigue robar el tesoro del rey eludiendo las insidias en que ya su hermano ha dejado la vida; el propio rey robado le concede su hija por esposa, rindiendo homenaje a su astucia, cuando el joven presenta el brazo de su hermano, que le ha servido para reali¿ar el robo. Destaquemos, entre los más conocidos, «María Antonieta», «Carlos I», «Asra», que sólo consta de cuatro sugestivas estrofas, en que se expresa toda la poesía de la antigua estirpe musulmana de los Asra, «que mueren cuando aman», y el «Viaje nocturno», en que, a una maravillosa luz lunar, en un juego de sombras de mar y de nubes, el ensueño se torna delirio y el amante mata a su amada «sin motivo preciso», dice Heine en una carta aclaratoria a su amigo Schloss, que deploraba la poca claridad de aquella poesía: «El misterio constituye el carácter y el hechizo de esta poesía… Amante o moralista o redentor…, el hombre ejecuta esta acción por pasión interior…, quiere salvar la belleza de toda contaminación». Cierra el ciclo una especie de poemita: «Vitziputzli», que se desarrolla en país mexicano, en el momento del paso de una fe a otra, cuando el antiguo ídolo Vitziputzli cede ante el nuevo Dios cristiano y adquiere aspecto y carácter demoníacos, como ocurre, según Heine, cuando una deidad sustituye en el culto a otra.
En todas las «Historias» hay una especie de particular exotismo, que ya no es cosmopolitismo dieciochesco ni romántica evasión de la realidad, sino exotismo pictórico en busca de colores no vistos, de sensaciones raras, visiones y sueños que aparecen vividos y concretos ante los ojos casi apagados del poeta enfermo. Este exotismo, nacido de desesperada amargura, se transforma en las «Lamentaciones» en una especie de nostalgia. El poeta, desde su «tumba de colchonés»? recorriendo con la memoria los puntos luminosos y dolorosos de su vida pasada: son los recuerdos literarios del período romántico en la «Soledad en el bosque», o bien el florecer y el marchitarse de las ilusiones de juventud, o chispas de satánica sátira, o sombras tétricas de crueles pesimismos en los «Atridas españoles», o grises y tristes notas de muerte en la «Antigua canción», o sen- timentalidades de cenicientos recuerdos en «Auto de fe», o memorias de infancia en «Recuerdos», en que con pocos tercetos vuelve a narrar la muerte de su amiguito Guillermo, ya descrita en sus Cuadros de viaje (v.). «Lázaro».
la segunda parte de las «Lamentaciones», que ha de completarse con el grupo de piezas reunidas bajo el mismo título en las Poesías postumas, es más específicamente lírica; el poeta se siente semejante al pobre leproso del Evangelio, al cual no pertenecen ya sino unas pocas briznas de vida, que él recoge amargamente en medio de su soledad, para ofrecerlas transformadas en poesía, con melancólica y aplacada resignación; pero aquí y allá el hombre de antes se presenta nuevamente, como en «Testamento», y estalla en acentos de amargo sarcasmo y de sufrida y dolorosa verdad. El tercer libro, «Melodías hebreas», toma su título de Byron; también él tiene su vuelta al pasado, aunque a una vida más lejana e interior. «La princesa de Saba», extraída de un cuento árabe, tuvo su origen en los estudios bíblicos y talmúdicos que Heine emprendió con ardor en los últimos años de su vida. Es significativa la poesía dedicada al poeta medieval Jehudá ben Haleví, en la que se celebra también a los otros dos poetas Salomón ibn Gabi- rol y Moisés ibn Ezra, como una exaltación de su contribución a la cultura medieval. Finalmente, «Disputación» presenta en tono burlesco una de aquellas disputaciones, tan comunes en la Edad Media tardía, entre el rabino y el franciscano y en la que el vencido tenía que abrazar la fe del vencedor; ambos se insultan sin lograr convencerse, y la poesía concluye irónicamente.
Las «Melodías hebreas» reflejan la nueva actitud religiosa de Heine, el cual en su «Apéndice» en prosa reniega de su antiguo hegelianismo y panteísmo, tildándolos de ateísmos larvados, y profesa solemnemente su conversión: cree en Dios, aun cuando no se vinculó a ninguna Iglesia oficial; en el antiguo Dios omnipotente y tremendo de sus padres; cree en la inmortalidad del alma, como cree en la personalidad humana, que no puede ni debe disiparse en la nada. Algunas de las poesías del Romancero figuran entre las más frescas en humana verdad que jamás escribió Heine: él mismo las llama «propia sangre vital hecha versos», con términos semejantes a los usados por Baudelaire. La primera edición del Romancero es de 1851 y fue publicada en Hamburgo.
G. F. Ajroldi
Hay inteligencia, orden y medida en la aparente despreocupación de Heine, y su risa gotea sangre. (De Sanctis)
Heine, al liberarse de la hinchazón romántica, mantuvo el concepto romántico de la ironía e hizo de él un uso abundantísimo, especialmente en Atta Troll y en el Romancero, y volvió a caer en la burla, quedando impotente para más profundas inspiraciones o disolviéndolas en seguida en aquel acto. (B. Croce)