[Les Stances]. Título de la última colección de poemas del poeta ateniense, que marchó a Francia a los 22 años, después de publicar en lengua griega su primera colección poética (v. Víboras y Tortolillas).
Los dos primeros libros se publicaron en 1899, cuatro más en 1901 (los seis, se editaron de nuevo en 1905), y el séptimo, en edición postuma, en 1920; un octavo libro, publicado en 1922, no es auténtico. De las Estancias puede decirse que, sin tener argumento, obedecen a un tema: son meditaciones sobre la vida y el mundo. El poeta, llegando a su vejez, siente toda la gloria y la tristeza de una vida enteramente dedicada a la búsqueda de lo bello y al estudio de la poesía, arrancada de todo interés humano y terrenal: frente a la naturaleza, cuyos más patéticos aspectos revive con una profunda delicadeza, se ve a sí mismo, libre de toda pasión, triste y dulcemente arrobado en la disolución de los recuerdos, como si también él estuviera reducido a vivir una vida pura y sencillamente natural, reflejando en sí mismo la suavidad de los últimos soles de otoño, la trágica inmensidad del mar, la trepidante dulzura de la hora luminosa que pasa, la melancolía de la sombra que invade la tierra.
Recuerda la radiante primavera de su vida, el ardiente y ávido verano, y el otoño, codicioso de los frutos más sabrosos; se encuentra ahora en el umbral del negro invierno. Todo se desarrolló según las leyes del destino, y este ciclo, tejido con coloreadas vanidades, adquiere una solemnidad y una seriedad imprevistas. En la tierra, empero, sigue el ciclo de las estaciones, de que él, como hombre, tendrá que despedirse para siempre. Este sencillo tema, que ya fue de tantos poetas, lo continúa Moréas con una resignada delicadeza que da a todos sus versos un timbre profundamente elegiaco. Sus poemas pueden parecer una serie de paisajes casi iguales unos a otros; abstraídos paisajes lunares, perlados amaneceres, ocasos pálidos y dorados; sin embargo, para nadie, quizás, como para él se hace cierta aquella afirmación de Amiel: que un paisaje es un estado de ánimo. Su estilo se presta admirablemente para desplegar todos los matices de estas pensativas fantasías, aunque guardando una extraordinaria sencillez y evitando toda complicación demasiado refinada.
El poeta simbolista de Les Syrtes (1884) y de Les Cantilenés (1886), el jefe de la nueva «École romane» que había querido llegar a ser el defensor de un retorno a la antigua sencillez y ofrecer un modelo con las poesías de El peregrino apasionado (v.), a través de tantas experiencias de estilo, consiguió liberarse de toda señal exterior de tecnicismo, para llegar a una naturalidad de expresión y a una pureza que hacen recordar a Racine: «Quand. reviendra l’automne avec les feuilles mortes / Qui couvriront l’étang du moulin ruiné…» Dos versos le bastan para crear una atmósfera: muy sencillas las palabras, cuyo encanto nace solamente de un ritmo suave y preciso. [Trad. de Paulina Crusat, en Poemas y estancias (Madrid, 1950)].
M. Bonfantini
Cuando quiso llegar a ser perfecto, y lo consiguió, alcanzó a Malherbe y a Racine también, y allí se detuvo: sus Estancias son la última etapa de un largo viaje. (De Gourmont)