Obra del gran prosista español Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967), publicada en Madrid en 1904. Es uno de los libros más significativos de Azorín, porque está lleno de contenido autobiográfico. Es la evocación de su infancia y de su primera adolescencia. Sus primeros recuerdos (en Monóvar) de la escuela, con un maestro rural que, después de la clase, lo llevaba a su casa para darle lecciones particulares. Azorín recuerda con temor aquellas horas difíciles de su niñez, así como los juegos infantiles en los que raramente tomaba parte. Una segunda parte evoca el tránsito de Monóvar a Yecla, para asistir al colegio de escolapios. Azorín recuerda, puntualmente, el dormitorio, las clases, la monotonía de los horarios, la pesadilla de las lecciones.
Traza Azorín sutiles retratos de sus educadores: el padre Carlos Lasalde, que era arqueólogo, y le miraba con especial afecto; el padre Peña, lleno de cosmético, que le enseñaba francés; el padre Miranda, bajo y grueso, que explicaba Historia natural, o el padre Joaquín, que tenía fama de liberal. Sobre este mundo escolar, la ciudad de Yecla, «de casas sórdidas o viejos caserones destartalados», llena de una tremenda melancolía, con sus pequeñas fábricas de curtidos, sus problemas derivados de la sequía. Hay, también, un grupo de evocaciones familiares — «Mi tío Antonio», «Mi tía Bárbara», «Mi tía Águeda» — que acaban de dar sabor entrañable a estas páginas. Estilísticamente es una obra muy característica de esta etapa de su producción. «Yo soy un pequeño filósofo; yo tengo una cajita de plata llena de fino y oloroso polvo de tabaco, un sombrero grande de copa y un paraguas de seda roja con recia armadura de ballena. Lector: yo emborrono estas páginas en la pequeña biblioteca del Collado de Salinas. Quiero evocar mi vida…».
G. Díaz-Plaja