Novela del gran escritor español Pío Baroja (1872-1956). Se trata de una obra en la que el personaje principal, Luis Murguía, entraña todas las características usuales a los protagonistas barojianos: ironía, timidez, cinismo a veces, pesimismo, fobias determinadas (militares, clérigos y paisanos), errabundez…
De los pasos por la tierra de este Luis Murguía obtenemos perfectas imágenes de seres y de cosas, de paisajes y de circunstancias. Mas a todo ello lo baña permanentemente una fría luz ácida que no nos causa entusiasmo, aunque bien es cierto que el autor, a cada paso, por boca de su personaje, nos va dictando su propio desengaño, su fluir indiferente a todo bien y a todo mal que no rocen su propia piel. En un prólogo futurista, titulado «Nota a la edición de 1954», se nos advierte que «Luis Murguía no era un literato, ni siquiera un «dilettante» de la literatura, sino un curioso, un aficionado a la psicología y un crítico de una sociedad vieja, arcaica y rutinaria. Su libro, bastante paradójico, pretende ser un documento y dar la impresión exacta de la sociedad española de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, sociedad regida todavía por el militarismo, el capitalismo y la teocracia, y que inició su derrumbamiento con la revolución de 1848. A nosotros, españoles de la segunda mitad del siglo XX, que vivimos en pleno industrialismo, nos produce una impresión de pasado lejano el ambiente que pinta Murguía…
Luis Murguía, al contarnos su vida, demostró una vagabundez de pensamiento, casi siempre sin sentido y en algunas ocasiones amena. Se ve que, a pesar de no tener una formación intelectual seria, nuestro autor pretendía crearse una cultura y armonizar sus ideas generales. Se ve también que Murguía no aspiró a escribir un libro artístico, sino que se dejó llevar por el placer melancólico del recuerdo». Y en el primer capítulo de la novela, ya en las primeras líneas de este capítulo, el personaje en cuestión discurre que ha pensado que él, al saber que en los robles se forman las agallas por la picadura de un cínife, tiene también las suyas por la misma razón. Pío Baroja, pues, con ese estilo suyo que oscila entre el desenfado y la irritación muchas veces, pero que no es tan descuidado como aparenta, en este libro, como en tantos más suyos, nos ofrece la desagradabilísima visión de un mundo cochambroso y de un mundo frívolo, de un mundo serio, tradicional cerca de otro socarrón, rutinario y grosero.
Por todos esos estratos del mundo en general, circula perezosamente, sin tomar partido por ninguno, un hombre cuya infancia, pubertad, juventud y madurez están muy bien estudiadas, y que nos va poniendo en los labios la ceniza de su complejo de timidez ante toda resolución humana, normal. Los tipos que toman parte en el .transcurso de su existencia apática pertenecen a una fauna pintoresca. Su tremendo espejo stendhaliano pasa y repasa por la vida de los pueblos españoles, sus ciudades de provincia, sus capitales; se asoma al extranjero, se recrea en un París que no nos interesa y en unos conceptos que dejaron de ser vigentes para los más. El tipo humano que protagoniza La sensualidad pervertida sin duda ha empeorado en nuestro tiempo: aún se ha corrompido más su– sensualidad, es decir: su facultad de percibir la vida por medio de los sentidos falseados por una deformación psicológica. Porque el título de la novela ha puesto en guardia a muchos, y hasta ha estorbado su difusión, pero a la postre no significa más que lo anteriormente dicho. Debería llamarse la novela «La sensibilidad…», en lugar de «La sensualidad».
Obra de intelectual, encierra la tragedia de la minoría entre una sociedad mediocre, inferior a ella, y en la que el autor no se limita a una crítica nacional, sino que continúa con el sentimiento de la inadaptación fuera de España, e incluso revela una valiente afirmación del «yo» nacional frente a las ligeras alusiones al fracaso colonial del fin de siglo y su reacción personal en el medio francés. Novela cerebral, de incisiva verdad, de fuerte impresión dentro de su sencillez expositiva, de agudos toques de paisaje de ciudad y campo españoles, típicos del 98. Este momento y esta fecha aparecen vistos desde lejos, con cierto sentido de nostalgia, que dentro de su aparente dureza y frialdad lleva una cierta emoción visible en detalles y reacciones. Ofrece el gran valor de un recuerdo sentimental de los puntos de vista del 98, treinta años después. Hay mucho en su protagonista del carácter del autor. No hay nada de «pervertido» en el protagonista, como puede verse en su reacción sana y humana ante algún tipo de degenerado (Alfredito) que cruza la novela.
C. Condé