El narrador, un hombre ya maduro, regresa de América a su pueblo, de donde había emigrado en busca de fortuna. Sólo el paisaje sigue igual; en lo demás la realidad ha cambiado, y resulta amarga. Reencuentra a un viejo compañero, Nuto, hombre de ideas claras, positivas y profundamente humano; se une afectuosamente a Cinto, un pobre muchacho cojo con quien vaga por el campo.
En las largas charlas con Nuto reviven los recuerdos de otro tiempo, la hoguera de San Juan, los rostros de personas desaparecidas: a ratos piensa comprarse un pedazo de tierra, detenerse en algún sitio.
Pero he aquí que estalla un fuego muy distinto de los antiguos, alegres fuegos de gente de campo: el padre de Cinto, un pobre aparcero tiranizado por la odiosa patrona, prende fuego a la finca, extermina a su familia y se quita la vida. Cinto se queda solo, y el narrador, partiendo de nuevo, lo confía a Ñuto.