[La maison dans la dune]. Primera novela de Maxence Van der Meersch (1907-1951), publicada el año 1932. La acción se desarrolla en la región fronteriza que se extiende entre Dunquerque y Furnes, «comarca triste, seca, azotada por el viento», en la que el contrabando está a la orden del día. Inspirado en Zola, el joven novelista, cuyo idealismo terminaría por llevarle a abrazar la fe cristiana, pone de relieve en sus comienzos una fuerte inclinación naturalista, al propio tiempo que un agudo sentido de la comunidad de los hombres y de sus sufrimientos. El libro viene a ser un excelente documental sobre el tráfico de los contrabandistas, sus astucias y riesgos. El lector conoce a Sylvain, el defraudador, boxeador fracasado que abandonó el ring por los encantos de Germaine, una mujer de pasado turbulento, para ahora ir de casa en casa, a escondidas de los aduaneros, ofreciendo tabaco belga, y participa de las emociones y odios del hombre que se ve acosado y para quien la calle es un eterno campo de batalla. En el bando de enfrente, conoce también al guapo Lorges, «el más arrojado aduanero de la brigada móvil», enamorado vivamente de su profesión, que le lleva a conocer y a apasionarse por Germaine, dando con ello motivo al drama. Porque el libro acaba mal y, después de la horrible muerte de Tom, rico ganadero de Tervueren, destrozado una noche por el perro de los aduaneros; asistimos a la agonía de Sylvain, caído en el curso de una emboscada. Quizá lo más revelador, en la psicología de Sylvain, de la futura evolución de Van der Meersch, sea ese disgusto de sí mismo y la necesidad de renovación que paulatinamente se infiltra en su ánimo a la vista de una bonísima muchacha (Pascaline), encontrada en un mesón a orillas del Canal. «Siempre se puede empezar…», le dice la muchacha, afirmándose ya esta resistencia a desesperar en las peores circunstancias, uno de los rasgos más distintivos de Van der Meersch y quizás el que más ha contribuido a su gran éxito.