[Questa sera si recita a soggetto]. Comedia en tres actos representada en 1930. Forma parte de una trilogía típicamente pirandelliana, llamada por el autor «del teatro en el teatro», puesto que refleja todos los posibles conflictos entre los elementos de un espectáculo: autor, director, actores y espectadores.
A esta trilogía sobre la esencia del drama pertenecen los Seis personajes en busca de autor (v.) y Cada uno a su manera (v.). Aquí no encontramos a los personajes contra los actores; ni los espectadores frente a los actores, como en las primeras dos partes de la trilogía, sino a los actores contra el director. Es ésta, en la general construcción pirandelliana, una de las comedias más cargadas de furia oratoria y virtuosismos verbales del escritor siciliano. El doctor Hinkfuss, el director, prepara una representación basada en un cuento del propio Pirandello, Leonora, adiós: un tema de celos.
El director declarándose partidario convencido de su obra, no aprecia en absoluto el trabajo del autor; así reduce y diluye el drama en cuadros y escenas de un desbordante gusto espectacular. Los actores, a los que impone seguir en su interpretación este plan prefijado, se niegan a aceptar la concepción craighiana de actores títeres; y pretenden entregarse a su papel, dejándose guiar por la pasión. El conflicto entre actores y director, que surge y desaparece una y otra vez, es concebido sobre el hilo de una larga y agotadora diatriba contra la dirección teatral del siglo XX, que llena la acción de ideas dinámicas y de efecto sensacional. Solamente cuando los actores llegan a desahogar libremente su arte, el drama recobra su fuerza, estallando rápido y apasionado. Nico Verri se casó con Mommina, una de las cuatro hermanas que hospedaban, de una manera quizás demasiado generosa, a los oficiales que llegaban a su pueblo.
Sin embargo, apenas acaba de casarse con ella, ya le roen los celos de quien no puede dominar el pasado; encierra a su mujer, le prohíbe embellecerse, hasta peinarse, de manera que se hace la ilusión de haber llegado a matar la imagen de ella, tan cortejada en la casa de su padre. Cuando una de las hermanas, que se hizo cantante, llega al pueblo para representar La forza del destino (v. Don Alvaro), Mommina, ahora ya miserable despojo humano, es sobrecogida por el recuerdo de la juventud, cuando con sus hermanas iba al teatro, y era joven y bella: su pasado se hace actual con la misma ópera, en una simbología que es una de las más sugestivas de Pirandello.
La mujer cuenta a las niñas el argumento de la ópera y la historia de su propia juventud, y canta para ella «Leonora, adiós». Pero cuando la actriz que representa a Mommina llega al momento más doloroso de su creación, se desploma muerta por su misma interpretación. Entonces interviene el director pregonando su concepción del espectáculo meramente espectacular. Pocas veces como en esta escena conclusiva, Pirandello fue capaz de una tan dolorosa sagacidad, de una piedad tan acongojada y absorta. Sin embargo, es significativo que esta piedad se pierda en el clamoroso barullo del resto del drama, en los planos superpuestos del escenario, en la sala, en la galería, en el pirandellismo, en fin, que ahoga al mismo Pirandello.
G. Guerrieri
Si tuviera que definir con pocas palabras en qué consiste propiamente esta manera suya, diría: en algunos motivos artísticos, ahogados o desfigurados por un convulso y vano filosofar. Ni arte puro, por lo tanto, ni filosofía… (B. Croce)