Poseemos trece cartas atribuidas a Platón de Atenas (428-27-347 a. de C.). De ellas son consideradas auténticas por la mayoría de los críticos modernos la séptima y la octava; menos segura es la autenticidad de la sexta y la undécima; y casi seguramente son apócrifas las demás. Las cartas se refieren en gran parte a las experiencias siracusanas de Platón y a sus relaciones con Dionisio y Dión.
La primera está dirigida a Dionisio y es indudablemente espúrea. El autor, que alude a la parte que tuvo Platón en el gobierno de Siracusa, recuerda que fue ignominiosamente expulsado de la ciudad; rechaza el dinero recibido para el viaje y profetiza al tirano una muerte desgraciada. La carta es una burda superchería debida probablemente a un retor, como lo demuestran las citas poéticas que la adornan. En la segunda carta, dirigida a Dionisio el Joven y tan falsa como la anterior, Platón se excusa de haber hablado contra el tirano e invita a éste a observar respecto a él una conducta más confiada y más de acuerdo con la dignidad de quien honra a la filosofía. Pasa luego a tratar, en forma enigmática para evitar la divulgación de su pensamiento, del primer principio y de aquellos que jerárquicamente le preceden, y alude fugazmente a la cuestión del origen del mal. La tercera carta, que debía haber sido escrita después del último viaje de Platón a Siracusa, calcada sobre la séptima, es apócrifa, pero muy importante por las noticias históricas que contiene. La cuarta está dirigida a Dión, poco después de su victoriosa entrada en Siracusa.
Platón expresa a su amigo su complacencia por su éxito, pero, previendo para el porvenir una lucha muy dura, le aconseja que modere su ambición y sea afable. El autor de la carta ha tenido evidentemente la intención de presentar a Platón como partidario de la empresa de Dión, la cual, en realidad, tuvo partidarios y favorecedores en los alumnos de la Academia, pero no directamente en el maestro. La carta quinta, cuya autenticidad hay quien sostiene, es casi seguramente apócrifa. Está dirigida a Perdicas, rey de Macedonia, hermano y predecesor de Filipo, para recomendarle como ministro a Eufreo, joven discípulo de Platón, capaz de darle excelentes consejos. La intención del epistológrafo, que escribió en la época alejandrina, fue probablemente presentarla Platón como un filomacedonio. La carta sexta es considerada auténtica por muchos autores.
Platón la dirige a Hermias, el virtuoso soberano de Atamea y de Aso (Asia Menor) para recomendarle como amigos a Erasto y Coriseo, alumnos suyos. Hermias no encontrará seguramente en la fuerza militar los bienes que obtendrá de aquellos dos amigos seguros y virtuosos. Por otra parte éstos, que poseen la ciencia de las ideas, pero se hallan faltos de experiencia política, encontrarán ayuda por este lado en Hermias. Platón expresa el deseo de que nada grave turbe las relaciones de los tres amigos, los cuales deberán leer a menudo juntos esta carta y prestar sobre ella juramento de fidelidad, con severidad no exenta de alegría, invocando como testigo al Dios de todas las cosas y al Padre de éste y de la Causa, que quien filosofa como es debido está destinado a ver claramente. La carta séptima es la más importante de todas. Platón la dirige, después de la muerte violenta de Dión de Siracusa, a los parientes y amigos que desean sus consejos para realizar el proyecto de restauración que Dión dejó incumplido. Platón rehace la historia de su vida moral y política, manifestando que sus relaciones con los dos Dionisios y con Dión no tuvieron otro objeto que la justicia. A los parientes de Dión les aconseja ahora que eviten la violencia después de la victoria, que se rodeen de amigos virtuosos y que procedan a las reformas exteriores sobre las reformas interiores de los ciudadanos, volviendo a honrar los valores morales, la prudencia, la templanza y la justicia.
En una digresión famosa el autor de la carta explica luego cuán lejos de la filosofía estaba el ánimo de Dionisio y cómo su libro sobre los principios de la naturaleza no podía de ningún modo aspirar a tener ningún valor ni pasar por un resumen de las doctrinas platónicas; sólo quien ha estudiado largo tiempo estos problemas puede recibir la iluminación que conduce a la verdad. La carta octava tiene también gran importancia; está asimismo dirigida a los Dioneos en el momento en que sus adversarios, Dionisio II, su hijo Hiparino II y Calipo, matador de Dión, amenazan su poder. Platón, erigiéndose en intérprete de lo que sería el pensamiento de Dión, dice que éste, si todavía viviese, aconsejaría convertir la tiranía en triarquía: que sean reyes su hijo, Hiparino y Dionisio, y que su poder sea moderado por magistrados guardianes de la constitución, por el pueblo y por el senado. La constitución propuesta recuerda de cerca a las Leyes (v.). La carta novena está dirigida a Arquitas de Tarento, a quien Platón, según esta hábil falsificación, se esfuerza en persuadir, con argumentos vulgares y superficiales, para que no abandone por la filosofía su misión política. La carta décima está dirigida a Aristodoro, partidario de Dión. Platón se felicita por su buena disposición hacia la filosofía y por su fidelidad a Dión.
En la carta undécima, que puede muy bien ser auténtica, Platón se dirige a Laodamante, que había fundado una colonia en Tracia, excusándose de no poder ir con él para aconsejarle en la legislación y de no poder enviarle a Sócrates el Joven. Le da sin embargo un consejo: en una ciudad bien ordenada no bastan las leyes; es necesaria una autoridad que se imponga a todos, libres y esclavos. La carta duodécima, brevísima, está dirigida a Ar- quitas de Tarento para darle las gracias por el envío de las obras de un digno hombre (se alude con estos términos a un ficticio Ocelo Lucano) y anunciarle el envío de escritos importantes, que se le recomienda guarde celosamente. La carta trece se abre con una «contraseña» para garantizar al destinatario, Dionisio II, la autenticidad de la misiva; esta contraseña consiste en referir un episodio de su vida común en Siracusa. Luego anuncia el envío de escritos pitagóricos y de un docto filósofo, que podrán ser útiles al tirano y a Arquitas.
G. Alliney