[Aux flancs du vase]. Recopilación de poesías francesas publicada en 1898. Después del éxito entre íntimos y amigos del anterior En el jardín de la Infanta (v.), de inspiración francamente simbolista, esta obra representa un trabajo de parnasiano que se dirige a la literatura con la actitud de un miniaturista.
Así el mundo antiguo sugiere pequeños dibujos alejandrinos, labores de cincel en la superficie del jarrón. Son sencillas narraciones, bocetos, églogas. No es ya la Hélade pura y luminosa de un clásico. Es la representación de una vida pastoril que en el fondo se sabe ficticia: por una escasez de tonos, por un sentido narrativo y disperso en muchos detalles que se agota en meras descripciones. A pesar de todo hay en conjunto una languidez de paz, una ingenuidad, un suspiro que pertenece al mejor mundo del autor, cuando no está viciado por el juego literario. Así se produce verdaderamente un idilio, aunque sea de vena fácil: amantes que se halagan, pequeños faunos, cuadritos pastoriles.
No hay lugar, o casi nunca, para aquel sentido morboso que no es ajeno a la formación artística de Samain y que de tarde en tarde llega en otras obras a torcer lo mejor de su creación. Incluso cuando hay sensualidad, su representación se limita a naturaleza y cosas; un paganismo contemplado en la armonía de un cuadro. Hay un gusto lineal no indigno de un Moréas o de otros poetas de la «École romane», aunque nunca se libren, unos y otros, del peligro de caer en lo compasado. Con mayor razón son extraños a la cultura del poeta los conflictos entre Oriente y Occidente, que, entre hetairas y ermitaños, decadencia y lujuria, inspirarán fantasías de muy distinto género a France o a Louys, todavía casi al estilo de Flaubert o de Leconte de Lisie.
Samain elegiaco y romántico sólo conoció» la inspiración de los pequeños faunos y los cuadritos de la vida cotidiana: la multitud que va al mercado, la ranita que huye de las manos de la niña, la mamá que adormece a su niñito en la cuna florida, y el pastor- cilio que conduce a su rebaño. Sin embargo la parte más viva está constituida por aquellas manchas de luz, por aquellos retratos de figuras adolescentes, de paisajes amplios y tersos con que empiezan muchas descripciones. La obra es siempre digna de ser recordada entre otras célebres de contemporáneos, aunque resuenen en ella pretendidas polémicas y programas literarios de formación más o menos simbolista.
C. Cordié