[Il Dio dei viventi]. Novela publicada en 1922. El título está inspirado en las palabras de San Marcos: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». La interpretación de Deledda es, sin embargo, heterodoxa e inmanentista: «Dios que nos juzga todos los días, porque Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos». Es en realidad nuestra conciencia, el sentido y el remordimiento que cada uno tiene del mal que ha cometido. El mal cometido sobre la tierra se paga en esta vida; en sí mismo o en los descendientes inmediatos, tal es la moraleja religiosa, bastante simple, que se puede deducir de la novela.
Un avaro hace desaparecer el testamento de su hermano muerto inesperadamente, para asegurarse a él y a su hijo, la herencia. Usurpa así la herencia a la amante y a un hijo ilegítimo del muerto. Pero desde aquel momento Zebedeo, el usurpador, no tiene ya un momento de paz; en su vida y en la de los suyos, a todas horas ve castigado su delito; el corazón turbado y la conciencia le muestran en cada acto, incluso inocente, en cada azar de la vida, una admonición y una amenaza. Y como Zebedeo usurpó la herencia de un descendiente, según una ley moral de compensación es castigado él mismo en su propio hijo; Bellia enferma de improviso mordido por un caballo, y está abatido.
En tomo a Bellia, sufre toda la familia, la madre, los parientes y los criados. También las cosas de Zebedeo se tuercen; sus animales son víctimas de una epidemia. Lo que sucede alrededor de Zebedeo, interpretado por una mente común, podría ser natural y no grave; su hijo enfermo lo está sólo a causa de la pubertad, y si las cosechas de Zebedeo son escasas, si sus animales mueren, ello ocurre también a los demás propietarios, y las aprensiones de la mujer las declara finalmente un médico como de naturaleza histérica. Pero, en cambio, Zebedeo ve todo aquello con los ojos de su conciencia turbada, que o bien se espanta ante las penas o ante la amenaza del castigo.
Y cuando, por fin, él cree que su hijo haya podido morir víctima de un temporal marino, y la mujer en un exceso visionario de histerismo le habla del purgatorio, Zebedeo no puede más: confiesa a todos su delito, la usurpación de la herencia, y jura repararlo. Entonces, el hijo vuelve sano y salvo, la mujer se recupera y la novela termina. Es un esquema de parábola o fábula moral, susceptible de los desarrollos más diversos. Un fabulista popular o religioso la habría mantenido en un tono de sencillez descarnada; un humorista habría arrancado de ella efectos grotescos y de ironía popular. La Deledda no se decidió por ninguna de estas maneras; tal vez sin darse cuenta, instintivamente, las adoptó todas un poco; pero no logró después fundirlas en un espíritu único.
Su relato es a la vez jocoso y serio; es episódico pero no renuncia a una continuidad y a un efecto de conjunto; es lineal y parabólico, pero pretende también diseñar, al menos con indicios, a cada uno de los personajes una psicología; es serio y moral en su conclusión, pero tiene algo de juego. Y, finalmente, el sentido moral y religioso que el cuento quiere expresar desde su título, entre todos estos motivos y tonos en contraste, requiere que el lector sepa deducirlo lógicamente, por sí mismo; después de la lectura no se mantiene el recuerdo de la novela con la convicción afectiva, con la conmoción conclusiva y segura que acostumbra a producir una verdadera obra de arte. Deledda obtuvo el P. Nobel en 1926.
P. Panerazi