Es el título bajo el cual Argote de Molina publicó en edición príncipe (Sevilla, 1575) el Libro de los enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio, obra de don Juan Manuel (1282- 1349), duque de Peñafiel y marqués de Villena. La obra está distribuida en cincuenta y un capítulos o «exemplos», cada uno de los cuales presenta un hecho moral verdadero, verosímil o también imaginario. En el manuscrito original le seguía un breve tratado donde don Juan Manuel explicaba, a modo de apéndice, las normas de sabiduría práctica presentadas por medio de ejemplos; pero Argote de Molina, por razones artísticas, lo excluyó de su publicación. El conde Lucanor es un gran señor que expone a su consejero de confianza, Patronio, los casos vividos y singulares que llegan directamente a su conocimiento, caracterizados todos ellos por una estridente falta de armonía espiritual. A su vez Patronio da a cada caso una solución de orden práctico o moral por medio de «ejemplos»; o sea, indica y aclara a su señor una norma racional que, pasando por casos concretos, se desarrolla y se organiza sobre sí misma según puntos de vista siempre nuevos y cuyos detalles están directamente suministrados por la experiencia.
Esto da a entender el carácter del libro que don Juan Manuel compuso en los mejores años de su madurez espiritual (1328-1335), recordando sus experiencias del arte y de la vida. Apuntando al recto y práctico conocimiento de lo particular y contingente como regulador inmediato de la acción, se inspira continuamente en la virtud de la prudencia en el doble aspecto de virtud intelectual y moral. Para sus «ejemplos», que a menudo concretan e iluminan con transparente evidencia esta realización de sabiduría práctica, don Juan Manuel se atiene libremente a sus lecturas: ya sean del Calila y Dimna (v.) por lo que se refiere a la fábula de doña Truhana (VII) y la del cuervo y los búhos (XIX), o del Pañcatantra (v.), por el apólogo del león y del toro (XXII); o bien de la novelística popular, para el apólogo del hombre hambriento que comía altramuces y tiraba los pellejos, que eran recogidos por otro más hambriento que él (X), o para el ejemplo del padre, del hijo y del asno, que, yendo juntos al mercado, despiertan las murmuraciones o las críticas de todos los que encuentran (II). Don Juan Manuel toma sus «ejemplos» de donde los encuentra y en campos dispares, precisamente porque se trata de documentar y justificar en sí misma una razón de carácter universal, según la cual cada uno actúa de acuerdo consigo mismo y con los fines que constantemente se propone.
Así funde la palabra cristiana sacada del Evangelio (XXXIV, S. Lucas, VI, 36) y el material de Esopo (V y VI), con los lejanos recuerdos de las Cruzadas (III) y las tradiciones legendarias relativas a la vida caballeresca, que es el reflejo de la honradez en el mundo cristiano (XV, XVI, etc.) y en el islámico (XXX, la figura de Abenabed, rey de Sevilla; XXV, la figura de Saladino). Con esto tenemos un magnífico ejemplo de lo que era el humanismo cristiano del siglo XIII, cuando no se había perdido el concepto de la ley moral como orden metafísico inmanente a cada criatura: orden que mora en el centro de la persona humana, y del cual ésta adquiere conciencia por medio de la acción. Este orden, por lo que se desprende del episodio de Pero Meléndez (XVIII), es para don Juan Manuel el providencial. De todo lo cual brota su simpática intervención en todas las escenas vividas que van siendo presentadas y comentadas, según la multiforme manera de articularse de la experiencia humana; ello se refleja en un estilo simple, transparente e incisivo, donde toda cosa fijada en sus contornos esenciales adquiere una fisonomía propia y personal y se convierte en un fragmento de la vida misma. La primera edición de Molina fue reproducida por Milá y Fontanals en Barcelona en 1853.
M. Casella
Libro erudito, magistral y divertido. (Gracián)