[Kiparisnyj larcik]. Recopilación de poesías de Innokentij Fedorovic Annenskij (1856-1909), publicada en 1910. Representante de la primera generación del simbolismo ruso que más tarde era reemprendido con gran maestría y éxito por Blok y Belyi, Annenski, por el continuo trabajo espiritual expresado en sus versos, por el sentido siempre presente de la muerte, por la atmósfera vaga e inestable en la que fluctúan sentimientos e imágenes, es, entre los poetas rusos de los últimos años del siglo pasado, quien más se aproxima a Mallarmé. Y, si en la superficie de su mundo artístico todo parece muerto («nunca he visto una nave tan muerta» o «en el desierto de un cielo ardiente, veo una aurora muerta»), más abajo se advierte el intenso y oscuro trabajo de invisibles fuerzas vitales. Y el poeta, después de haber buscado con su intención poética descubrir la esencia, en cierto momento se detiene y concluye: «El mundo es una cebolla infinita; bajo la primera capa se esconde la muerte, bajo la segunda la vida, y así hasta el infinito.» En el aislamiento, en la desesperación, se afirma como consuelo el amor hacia las cosas imperceptibles y delicadas, en las que las imágenes cristalizan en significado simbólico. Son sombras fugitivas, elegantes, ligeras: el rocío, el humo, la lluvia («cómo oscila la maraña de las sombras, la arena qué caliente y blanca es, / no digas nada, no sonrías, quédate así como eres») que dan forma ideal al universo. Sobre este sentimiento profundo e instintivo de una irrealidad del universo se basa un simbolismo algo decadente y escéptico, que recuerda a Chejov y a Verlaine. Y fueron precisamente las numerosas y magníficas traducciones del mismo Annenski las que dieron a conocer en Rusia a dicho poeta francés cuya atmósfera él mismo recoge: el otoño, un parque, una casa abandonada, hojas muertas, estatuas vivas, la lluvia, la noche; noche de una realidad artística decadente, de una estética refinada, de una filosofía tenue e informe, como la misma poesía que ella inspira.
G. Kraisky